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Mostrando entradas de septiembre, 2014

DAVID

La pasión, he ahí la gran fuerza motriz de esa locomotora llamada hombre.  La razón es su directora. Si las pasiones van bien dirigidas, son fuerzas salvadoras, si no, he ahí el descarrilamiento, la explosión, la catástrofe... Sabido es que hay pasiones nobles y pasiones bastardas. Si se me permite la expresión, diré que la prolongación de una pasión, el desenfreno de la pasión produce una bastarda. Produce una tragedia... Prolongue usted el valor y darà la temeridad. Extienda la economía y darà la avaricia. La justa emulación y darà la envidia, la natural estimación de sí mismo y darà la vanidad. La exageración de un principio llega a falsearlo. Las pasiones nobles engendran los hechos sublimes, las bastardas, los hechos monstruosos. Las pasiones dan alas o dan vértebras.  Fuerzan al hombre a volar o a arrastrarse. Es águila o gusano. Astro o polvo. Héroe o criminal, hasta allí llegará el hombre por la pasión... La cima o el abismo, he ahí el fin de la pasión. La contracción d

LA MUJER

La mujer en lucha con las asechanzas del hombre, solo tiene la fuerza de su propia debilidad, pero en lucha con el dolor, tiene ocultos tesoros de fortaleza sorprendente... El hombre es superior ante los peligros materiales y las luchas físicas, pero la mujer es siempre más valerosa, más fuerte, en las luchas supremas con el infortunio... En esos instantes solemnes de la vida, en que parecen condensarse todas las nubes del dolor sobre la frente y la ola salobre de la angustia nos golpea el labio y amenaza sumergirnos, cuando el hombre rendido dobla la cabeza, deja caer los brazos y como un náufrago se deja llevar por la corriente, la mujer se yergue, lucha con brío, flota sobre la ola embravecida y gana el puerto, llevando muchas veces hasta él a un ser querido que puede ser un hijo o un compañero... Y si el amor la inspira... la mujer se agiganta. Cuando una mujer ama, ama de verdad. Cuando se entrega, lo hace sin medida. Cuando una mujer llora lo hace por dos razones: por

DUDAS...

Parecía la estatua de la meditación... Su pálida cabeza apoyada en la mano temblorosa y los abundantes cabellos sobre la sien. Su aspecto tenía el aire austero de un cenobita y la placidez de un niño. Sus ojos eran grandes, serenos, tenía una mirada apacible y pura, parecían hechos para mirar el cielo y alzarse al compás de una plegaria.  Su frente tenía ese secreto resplandor que da el talento y esa aureola que esparce la virtud sobre la cabeza del justo... Pero en aquella  mazmorra, aquella noche, tenía la frente sombría y el aspecto meditabundo. En aquel cielo, hasta entonces sereno, rugía la tempestad. En aquella alma había una lucha... ¿Con quien? Con la conciencia. ¿Y qué lucha podía sostener el alma de aquel paladín que había desafiado las mas altas esferas de la política señalando el pecado de adulterio?  Hasta ese episodio, su vida había sido tranquila como el sueño de un niño, pero hoy, en esa celda llena de humedad y ratas, inclina su cabeza vacilante hacia el futuro

CAÑA CASCADA

El sol, lanzando su rayo horizontal y postrimero a través de la reja entreabierta de una ancha ventana formada por las nubes que empezaban a oscurecer su luz, bañaba con sus fulgores el rostro demacrado y triste de la figura otoñal de una mujer que lánguidamente buscaba entre los escombros  para encontrar unas pocas ramas para encender un fuego que le diera calor para  calentar un poco el frío estival que asomaba su fea cara en la vida de la viuda... Ella había sido hermosa. Con sus ojos garzos, tristes y serenos en cuya mirada había una ingénita y vaga melancolía y ese mirar poético y extraño de los seres destinados a vivir su felicidad poco tiempo y que en medio de las sombras de la vida, alumbrados por misteriosas e interiores claridades, viven con la esperanza de lo eterno, pensando en Dios y contemplando el cielo... Almas de poetas y de mártires, que con la lira en la mano o con la hoguera al pie, inspirados por el genio o por la fe, soñando con la gloria o con el cielo, viven s

EMAÙS

Las horas de la tarde tienen el encanto de un viejo libro que hemos amado mucho, y que abrimos con manos temblorosas de emoción, deseosos de hallar en él las suaves canciones o las bellas palabras que fueron nuestro encanto de otras veces... Esas viejas palabras que aún resuenan en nuestros oídos y que nos hacen rememorar tiempos hermosos, a veces dolorosos pero siempre tiempos que quedaron grabados en nuestro corazón... Eso son las palabras escritas en esos libros que ahora huelen a pasado, huelen a recuerdos ignotos, huelen a momentos ya idos y que no volverán... Es hermoso rememorar en la tarde a la luz cambiante y nacarada de esas horas cadentes que parecen hechas de reminiscencias y en el cielo lentamente invadido por las sombras, se oye el vuelo rítmico de nuestras visiones que huyen y la noche engrandeciente cae sobre nosotros como un sudario y nos arropa con todo el esplendor de nuestras miserias agonizantes en el corazón del silencio... Siempre hay un lugar en el corazón a d

BOOZ

"Dejen que recoja su pan del día..." Había dicho el dueño del sembradío. La mujer había cautivado su corazón desde el primer momento en que la vio. Se estremeció al verla frágil como un pajarillo que después de la lluvia ha quedado empapado por el agua y sus plumas mojadas amenazan con causarle la muerte... Esa mujer que le hacía evocar recuerdos de su niñez, esa mujer que con sus ojos negros de azabache habían enviado un silencioso mensaje a su vida: "Te necesito, necesito un Redentor..." parecían decir en el silencio de las palabras no dichas... Su sola presencia era como el canto de los pájaros que nos despiertan en la mañana cándida, en los jardines donde la placidez de los paisajes impera el amor desenfrenado  de las rosas, que viene a llenar la estancia con la embriaguez de sus perfumes, en los cuales el hálito tibio de la madrugada parece mezclarse el alma divinamente triste de los lirios... Era Booz quien la observaba con una mirada penetrante tratando de