BOOZ

"Dejen que recoja su pan del día..." Había dicho el dueño del sembradío. La mujer había cautivado su corazón desde el primer momento en que la vio. Se estremeció al verla frágil como un pajarillo que después de la lluvia ha quedado empapado por el agua y sus plumas mojadas amenazan con causarle la muerte... Esa mujer que le hacía evocar recuerdos de su niñez, esa mujer que con sus ojos negros de azabache habían enviado un silencioso mensaje a su vida: "Te necesito, necesito un Redentor..." parecían decir en el silencio de las palabras no dichas... Su sola presencia era como el canto de los pájaros que nos despiertan en la mañana cándida, en los jardines donde la placidez de los paisajes impera el amor desenfrenado  de las rosas, que viene a llenar la estancia con la embriaguez de sus perfumes, en los cuales el hálito tibio de la madrugada parece mezclarse el alma divinamente triste de los lirios...

Era Booz quien la observaba con una mirada penetrante tratando de meterse hasta lo profundo de ese corazón sellado al amor pero necesitado del mismo. La moabita había llegado con aquella anciana casi al borde de la tumba, anciana abandonada por la vida pero no por el amor que esa joven llena de vida le daba de su vida para que disfrutara sus últimos días después que la tragedia le había arrebatado a los suyos...

Ruth, la moabita llegó al campo de Booz. Y Booz entendió los designios del Cielo y se dejó llevar por ese amor prístino, amor inviolable, amor casto, amor inocente que no ha conocido la pureza del que la puede llevar a viajar por las nubes de la ilusión.  Booz no puede quitar sus ojos de esa casi niña que le causa arreboles en las mejillas cada vez que lo observa casi por casualidad. Su perfume llena el campo y compite con el perfume del trigo recién cosechado. Sus miradas se cruzan como llevadas por el viento y se dicen miles de palabras amorosas sin siquiera abrir sus labios...

Y Booz llega a una conclusión: El sol y la sonrisa de esa preciosa mujer fueron los primeros que decoraron el mundo con un resplandor de vida y de belleza... el sol, entre las nubes vírgenes del cielo, la sonrisa entre los labios vírgenes de Ruth, cómo debieron estremecerse rumorosas y castamente las selvas del primer beso de luz que el sol puso sobre la ternura de sus ramajes dormidos y cómo debió temblar el mundo cuando el primer ósculo voló de los labios de la mujer y se posó en los labios del hombre rendido entre sus brazos... Son las visiones de Booz.

¡Ah!, la vida tiene sus sorpresas. Booz nunca soñó con despertar un día y tener tan cerca y tan lejos la dicha que su vida añoraba... Pero lucharía por tenerla. Haría lo imposible porque esa ave no se le escapara de sus manos anhelantes de estrecharla contra su pecho y hacerla vibrar con la emoción de su amor que amenaza con desbordarse de su interior... Tocar su cabello, acariciar sus mejillas y tener entre sus manos esa manos que recogen espigas... La tarde es lenificante como un bálsamo extraído de las anémonas celestes y extendido sobre el corazón por las alas violetas del crepúsculo...

Y toma la decisión. La lleva a la Puerta de la muralla y habla las palabras que Ruth estaba esperando en silencio, anhelando con pasión y paciencia el momento de ser de él, de ese hombre que le ha hecho soñar sueños de libertad y de amor... Y sus vidas se entrecruzan para siempre. Ya nada ni nadie los podrá separar. Ni las muchas aguas podrán apagar ese fuego que arde en su interior. Son el uno para el otro...

Y poco tiempo después nace el fruto de ese amor: Booz engendró a Obed, Obed engendró a Isaí e Isaí engendró a David... Usted sabe quien sigue...


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