DUDAS...
Parecía la estatua de la meditación...
Su pálida cabeza apoyada en la mano temblorosa y los abundantes cabellos sobre la sien. Su aspecto tenía el aire austero de un cenobita y la placidez de un niño. Sus ojos eran grandes, serenos, tenía una mirada apacible y pura, parecían hechos para mirar el cielo y alzarse al compás de una plegaria. Su frente tenía ese secreto resplandor que da el talento y esa aureola que esparce la virtud sobre la cabeza del justo...
Pero en aquella mazmorra, aquella noche, tenía la frente sombría y el aspecto meditabundo. En aquel cielo, hasta entonces sereno, rugía la tempestad. En aquella alma había una lucha...
¿Con quien? Con la conciencia.
¿Y qué lucha podía sostener el alma de aquel paladín que había desafiado las mas altas esferas de la política señalando el pecado de adulterio? Hasta ese episodio, su vida había sido tranquila como el sueño de un niño, pero hoy, en esa celda llena de humedad y ratas, inclina su cabeza vacilante hacia el futuro que sabe que serà la espada del soldado que cumplirá la orden a su debido tiempo...
Las preguntas revoloteaban constantemente sobre su cabeza sin poder hallar respuesta. El Hombre que había dicho que era el Hijo de Dios, el Enviado a las naciones, de quien él había profetizado que vendría con el hacha lista para desarraigar a los pecadores no ha aparecido por su celda... El que dijo que venía a libertar a los cautivos no ha visitado al cautivo. El que dijo que venía a consolar a los solitarios no ha visitado al solitario. El que dijo que vendría a dar de comer al hambriento, hoy hay un hambriento que no está siendo saciado...
En la vida hay dos polos. Lo bueno y lo malo. Lo negro y lo blanco. Enfermedad y salud. Vida y muerte. Tormenta y paz... Y mientras en el palacio hay alegría en donde baila Salomé, la hija de la pecadora, en la celda del anacoreta hay soledad, tristeza y agonía...
La duda ha llenado el corazón del valiente que desafiò la fe. Peleó la batalla de una guerra que está a punto de perder. Pero hay una batalla mucho más fuerte en su corazón: la batalla de la fe. No perder la fe en Aquel que fue enviado a sanar al quebrantado aunque no sane. Seguir creyendo en Aquel que puede poner pies en los lisiados aunque no lo haga. El que puede enjugar las lágrimas de soledad y dolor aunque no las enjugue... Esa es la verdadera batalla del alma. Solo las almas de los gigantes pueden seguir viviendo aunque la muerte esté rondando su vida. Solo los gigantes como Juan el bautista pueden continuar librando su batalla contra la mentira del Diablo que se empeña en decapitar a todos aquellos que no se dejan vencer por sus mentiras y engaños. Como Juan el bautista, hay muchos que a pesar de no ver en persona al que prometió dar vida después de la muerte, siguen creyendo que un día, un día, como Lázaro, resucitarán y volverán a la vida...
¿No hay respuesta a su petición? ¡No deje de creer! ¿No hay solución a su problema? ¡No deje de creer! ¿Su matrimonio está naufragando en el mar de la infidelidad? ¡No deje de esperar, algo sucederá a su favor! Yo sé por qué se lo digo... Porque conozco al que dijo: "Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo..." Y treinticinco años después lo ha cumplido... No claudique.
Su pálida cabeza apoyada en la mano temblorosa y los abundantes cabellos sobre la sien. Su aspecto tenía el aire austero de un cenobita y la placidez de un niño. Sus ojos eran grandes, serenos, tenía una mirada apacible y pura, parecían hechos para mirar el cielo y alzarse al compás de una plegaria. Su frente tenía ese secreto resplandor que da el talento y esa aureola que esparce la virtud sobre la cabeza del justo...
Pero en aquella mazmorra, aquella noche, tenía la frente sombría y el aspecto meditabundo. En aquel cielo, hasta entonces sereno, rugía la tempestad. En aquella alma había una lucha...
¿Con quien? Con la conciencia.
¿Y qué lucha podía sostener el alma de aquel paladín que había desafiado las mas altas esferas de la política señalando el pecado de adulterio? Hasta ese episodio, su vida había sido tranquila como el sueño de un niño, pero hoy, en esa celda llena de humedad y ratas, inclina su cabeza vacilante hacia el futuro que sabe que serà la espada del soldado que cumplirá la orden a su debido tiempo...
Las preguntas revoloteaban constantemente sobre su cabeza sin poder hallar respuesta. El Hombre que había dicho que era el Hijo de Dios, el Enviado a las naciones, de quien él había profetizado que vendría con el hacha lista para desarraigar a los pecadores no ha aparecido por su celda... El que dijo que venía a libertar a los cautivos no ha visitado al cautivo. El que dijo que venía a consolar a los solitarios no ha visitado al solitario. El que dijo que vendría a dar de comer al hambriento, hoy hay un hambriento que no está siendo saciado...
En la vida hay dos polos. Lo bueno y lo malo. Lo negro y lo blanco. Enfermedad y salud. Vida y muerte. Tormenta y paz... Y mientras en el palacio hay alegría en donde baila Salomé, la hija de la pecadora, en la celda del anacoreta hay soledad, tristeza y agonía...
La duda ha llenado el corazón del valiente que desafiò la fe. Peleó la batalla de una guerra que está a punto de perder. Pero hay una batalla mucho más fuerte en su corazón: la batalla de la fe. No perder la fe en Aquel que fue enviado a sanar al quebrantado aunque no sane. Seguir creyendo en Aquel que puede poner pies en los lisiados aunque no lo haga. El que puede enjugar las lágrimas de soledad y dolor aunque no las enjugue... Esa es la verdadera batalla del alma. Solo las almas de los gigantes pueden seguir viviendo aunque la muerte esté rondando su vida. Solo los gigantes como Juan el bautista pueden continuar librando su batalla contra la mentira del Diablo que se empeña en decapitar a todos aquellos que no se dejan vencer por sus mentiras y engaños. Como Juan el bautista, hay muchos que a pesar de no ver en persona al que prometió dar vida después de la muerte, siguen creyendo que un día, un día, como Lázaro, resucitarán y volverán a la vida...
¿No hay respuesta a su petición? ¡No deje de creer! ¿No hay solución a su problema? ¡No deje de creer! ¿Su matrimonio está naufragando en el mar de la infidelidad? ¡No deje de esperar, algo sucederá a su favor! Yo sé por qué se lo digo... Porque conozco al que dijo: "Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo..." Y treinticinco años después lo ha cumplido... No claudique.
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