DAVID

La pasión, he ahí la gran fuerza motriz de esa locomotora llamada hombre.  La razón es su directora. Si las pasiones van bien dirigidas, son fuerzas salvadoras, si no, he ahí el descarrilamiento, la explosión, la catástrofe...

Sabido es que hay pasiones nobles y pasiones bastardas.

Si se me permite la expresión, diré que la prolongación de una pasión, el desenfreno de la pasión produce una bastarda. Produce una tragedia...

Prolongue usted el valor y darà la temeridad. Extienda la economía y darà la avaricia. La justa emulación y darà la envidia, la natural estimación de sí mismo y darà la vanidad. La exageración de un principio llega a falsearlo. Las pasiones nobles engendran los hechos sublimes, las bastardas, los hechos monstruosos.

Las pasiones dan alas o dan vértebras.  Fuerzan al hombre a volar o a arrastrarse. Es águila o gusano. Astro o polvo. Héroe o criminal, hasta allí llegará el hombre por la pasión... La cima o el abismo, he ahí el fin de la pasión. La contracción de las fauces de un perro de presa, tal son las pasiones, una vez cogida la víctima, no la sueltan. Se enroscan a ella como una boa constrictor y lo trituran. Toda pasión es un delirio, siempre hay en ella una especia de esperanza pérfida, que brilla en el fondo del abismo y atrae hacia él...

El león, después que ha cazado se retira a su cueva, el tigre lamièndose el hocico húmedo de sangre, se agazapa en el tronco hueco de un árbol, el chacal,  en las grandes hendiduras de las rocas... Hasta ahí nos pueden llevar las pasiones desenfrenadas... Una vez suelto el dique que las refrena ya no hay esperanza. El universo ha experimentado ese dolor. El drama de las pasiones sin control provoca dolor, humillación y muerte.

Hubo un rey que un día se levantó tarde de su cama. Debía estar con sus generales peleando las batallas del reino pero había entrado en ese sopor que da la autoconfianza.  La grandeza de un reino puede convertir en reptil al que lo posee. Déle autoridad a un esclavo y se hará su patrón. La Biblia dice que no hay cosa más desagradable que la sirvienta que ocupa el lugar de su señora... Este rey era muy favorecido por Dios. Lo había encontrado pastoreando un simple rebaño de ovejas pero Dios decidió un día levantarlo como rey. De plebeyo al trono. Y se creyó dueño de todo... Hasta de la mujer ajena. Hablo de David y Betsabè...

La pasión que se encendió en el corazón del rey por esa mujer ya no tuvo límites. Las fronteras de la pureza y la santidad cayeron ante el embate de ese sentimiento que sin control, se convierte en incendio del alma. Y el alma de David se incendió con el fuego del amor espurio. Èl no la amó. La deseó. Una cosa es amar porque cuando se ama se protege y se cuida. El deseo mata. Mata la virtud y la honradez y despierta la codicia y la lujuria.

Y todos sabemos el final de esta triste historia que ha quedado registrada en los anales de los reyes de Israel: David como el ejemplo de quien se deja llevar por la pasión desbordada, sin diques, sin nada que lo proteja de ese desorden del alma... Cuando se deja de batallar, cuando dejamos de pelear contra nosotros mismos, contra nuestros deseos caemos irremediablemente en la pasión que nos arrastra a lo más bajo y vil. David violó un principio divino: "No desearás la mujer de tu prójimo" Pero también violó otro: "No matarás". El rey apasionado por cantar salmos a Dios, también se apasionó indebidamente por una mujer y mató al marido con tal de satisfacer un deseo inédito de su corazón... He aquí en lo que se convierte una pasión noble: En una pasión bastarda...

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