LA PREGUNTA DEL MILLÓN



Lucas 6:46  “¿Y por qué me llamáis: «Señor, Señor», y no hacéis lo que yo digo?”


Una buena parte de “ganadores de almas” cuando salen a sus destinos a llevar el Evangelio a las personas que no lo conocen, les presentan una pregunta: “¿A donde va ir usted cuando muera”? Y a partir de allí les presentan el Plan de Salvación. Les presentan el Sacrificio de Cristo y lo que todos ya sabemos para tratar de convencerles para que lo reciban como su Salvador.


Todo eso está bien. Pero esas personas que son grandes “ganadoras de almas” también tienen que responder a una pregunta. Solo una. Y no la harán en un grupo de entusiastas asistentes a la Iglesia saliendo en sus buses con alegría porque van a llevar el Plan de Salvación a las almas perdidas.


Esa pregunta es hipotética pero real. Es la pregunta del millón de dólares. Y todos tendremos que responderla cuando nos presentemos ante el Tribunal de Cristo para dar cuenta de lo que hicimos mientras estuvimos en el cuerpo. 


Y aquí vamos…La pregunta que nos hará Jesus es: 


“¿Por qué crees tú que debería dejarte entrar en mi cielo?”  ¿Qué le respondería?  Porque una buena parte de evangélicos han sido mal enseñados haciéndoles creer que van a entrar al cielo porque tienen méritos suficientes para hacerlo. Porque han ganado una buena cantidad de almas aunque en sus vidas no sea visible que han sido ganados ellos mismos. El problema de esa teología de activismo en la Iglesia les ha hecho creer que porque son servidores cada domingo, que porque limpian el bautisterio cada mes, porque dirigen el parqueo de los asistentes al culto ya tienen ganado su derecho de entrar al Paraíso de Dios. 


Nada más lejos de la verdad.  Porque se les ha omitido la enseñanza de la transformación de sus vidas. Es un axioma que todos usamos disfraces en público. Y eso -tristemente-, abunda en la Iglesia de Cristo. Se necesita mucha convicción de pecado para rendirse a los Pies del Señor y dejar allí todas esas cosas feas que arrastramos desde nuestra niñez para empezar una verdadera transformación espiritual y material en nuestras vidas, para que cuando vayamos a ganar almas a otro lugar, podamos dar testimonio que hemos ganado nuestra propia alma para el Dios a quien decimos presentar a otros. 


Muchos cristianos creen que van a tener derecho de entrar al Cielo del Señor porque fueron asistentes fieles a la Iglesia. Que tienen derecho porque los domingos fueron cristianos de tiempo completo, estuvieron en todos los cultos que el pastor ha ordenado, incluso si eso exige dejar abandonada a su esposa y relegada a sus trabajos del hogar mientras el “siervo” del Señor atiende lo que su líder le pide.  Porque no es un secreto, mis queridos lectores, que es más fácil obedecer las instrucciones que da el liderazgo que lo que nos ordena el Espíritu Santo. 


Dejar por un lado el hogar y la familia mientras se cumplen parámetros eclesiásticos no nos dará la visa para entrar al Cielo. No nos engañemos. Construir grandes imperios inmobiliarios llamados iglesias, tampoco.  Mucho menos es ir a almorzar con el pastor un día a la semana nos hará aptos para tener un lugar en el Paraíso de nuestro Dios. Eso es falacia pura. 


Muchos evangélicos piensan que cumplir ciertas normas en la iglesia les hace aptos para su salvación eterna. Mentira. Lo único que nos puede permitir entrar a la Presencia de nuestro Dios, lo único que hace que tengamos el derecho inmerecido de estar frente al Trono de la Gracia es la Sangre y el Sacrificio y la resurrección de Jesús.  Ignorar esos principios nos pone en un gran peligro porque nada fuera de esos indicadores nos hará aptos para entrar al Cielo de nuestro Dios.  Y, nos guste o no, lo creamos o no, esa pregunta del millón está vigente.


¿Qué responderemos entonces para justificar nuestra creencia que Jesús tiene la obligación de dejarnos entrar a su Cielo?  ¿Solo porque fuimos grandes predicadores?  ¿Porque fuimos buenos ganadores de almas?  ¿Porque les llevamos pan con café a los pobres bajo los puentes? ¿Porque construimos grandes edificios para alimentar nuestro ego?  ¿Porque estudiamos bastante en la Universidad y ganamos todos los títulos académicos que nos ofrecieron?  ¿O, nos ganamos el derecho de entrar el Cielo porque escribimos bastantes libros?  ¿O quizá porque logramos varios Doctorados en teología?


No mis queridos. Lamento ser un aguafiestas si usted ha creído que es apto para entrar al Reino de Dios allá en el Cielo por sus propios méritos, dejando de lado el Sacrificio de Jesús en la Cruz del Calvario. Si le han enseñado eso, salga corriendo y póstrese ante los Pies del Señor pidiendo que le revele la Verdad de su Voluntad. 


El Cielo no es propiedad humana. El Cielo es la Morada de nuestro Dios y Padre. Y solo él decide si quien entra honró a su Hijo y obedeció sus mandatos.    


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