AGAR

Génesis 16:1 “…y tenía ella una sierva egipcia que se llamaba Agar”

Oigan hombres, vamos a ser sinceros:


De alguna manera, todos tenemos cierto grado de misogismo. Y hablo con hombres de Biblia. Hombres  de púlpito. Hombres que domingo a domingo hablan del amor al prójimo, del buen samaritano, del Amor de Dios derramado sobre todos nosotros.


Pero si usted va a una cafetería cualquiera de algún centro comercial de nuestra ciudad, encontrará a algunos pastores discutiendo asuntos “espirituales”, de como hacer crecer su congregación, qué métodos está usando fulano y si les darán resultados a ellos. Son hombres de visión miope. Hombres que sueñan con la grandeza y el aplauso de su público. Lamentablemente los encontrará siempre solos. Solo ellos con su machismo y misogismo que esconden detrás de un traje de fino corte, detrás de un púlpito elegante y detrás de una mascara de espiritualidad. 


Los vemos con cara de santos, con cara de que no han matado ni una mosca. Pero no nos engañemos: Son tan mortales como el resto de nosotros. Son tan imperfectos que a veces dan pena sus conductas. Por un lado pregonan que son “hermanos” de todos los que se dicen evangélicos, pero en la práctica eso es mentira. La verdad de todo es que si alguien no pertenece a su grupo no es su hermano. 


Y aquí tenemos tela para cortar. La Iglesia no es un club para que se reúnan solo los que pertenecen a ese club. Si alguien se congrega en otro lugar que no sea el de ellos, no pertenece al Reino de Dios. A saber a quien pertenece, pero no está en la lista de los salvos. A menos, claro está, que los acepte a ellos como su líder. 


Tenemos el falso concepto que la Iglesia es para los que piensan como nosotros. Que actúan como nosotros y que creen lo mismo que nosotros. Nada más lejos de la verdad. Porque Cristo regaló su Cuerpo a todas las congregaciones para que donde haya dos o más en su Nombre, allí está Él. Les guste o no, es Jesús quien dicta la última palabra.


Sin menoscabo de ofender a nadie, debo mencionar que los clubes se han formado para que los que están en un país fuera del suyo, encuentren un pedacito de su tierra al reunirse con sus paisanos para disfrutar su mismo lenguaje, su misma historia y sus mismos gustos. Existe el club árabe. El club español. El club alemán. Es un lugar en donde se reúnen los que pertenecen a esas etnias. Lo mismo quiere hacer la Iglesia. La han transformado en un club y no en un lugar en donde todos tenemos cabida. Triste pero cierto.


Volviendo al título de este escrito, me viene a la mente la misoginia de nuestro modelo de fe que es Abraham. 


Imaginense, siervos, que este gran hombre al que todos queremos imitar en su estilo de vida; su grandeza otorgada por Dios que le prometió engrandecerlo, enriquecerlo y hacerlo distinguido. Queremos su herencia como enseña Pablo. Queremos ser como él, un íntimo amigo de Dios. Y claro que eso es bueno. Hasta que vemos al Abram de carne y hueso. 


Porque sencillamente, después de haber utilizado a Agar, la sierva egipcia de su esposa Sara para que su precioso esposo se acostara con ella, la embaraza y como resultado le diera un hijo tanto tiempo deseado por la pareja, de pronto, en un abrir y cerrar de ojos, a doña Sara se le ocurre que esa sirvienta, madre del primogénito de Abraham a instancias de ella, fuera echada de la casa que la había cobijado. De la casa en donde había servido tanto tiempo sin exigir nada a cambio. La sirvienta egipcia que fue utilizada en forma tan vil para que satisficiera un deseo egoísta de la señora Sara, tiempo después, decide que se vaya a otro lugar con su hijo. Pero, ¿a donde ir si ella era extranjera en ese lugar? No tenía más familia que ellos. No tenía más cobijo que ellos. Y ahora, de pronto, escucha las dolorosas palabras: “Agar -le dice Abraham-, tienes que irte de aquí. Mi esposa no te quiere, ni a ti ni a tu hijo. Toma este odre de agua y vete. ¿A donde? No nos importa pero vete”


Vemos el cuadro de dolor de la sierva pero no lo tomamos en cuenta. Nadie ha pensado en el corazón herido de Agar cuando de pronto se encuentra sin techo, sin familia y sin amigos porque aquellos dos ancianos no la quieren bajo su protección. Nadie se ha puesto en las sandalias de esa mujer que sirvió fielmente a sus amos al extremo de dejar que el señor de la casa se acostara con ella y le diera promesas que nunca cumplió.


Ese es el dolor de muchas mujeres hoy en día. Por eso empecé hablando de los pastores que se esconden en sus cafeterías ellos solos porque están dejando abandonadas a la mujer que les ha ayudado a alcanzar sus metas, sus éxitos y sus programas de iglecrecimiento. Las quieren, si, para que les cocinen, les laven la ropa y les limpien el carro, pero no las quieren en sus reuniones machistas. No las quieren cuando hay que recibir corrección. No las quieren en sus planes de como conquistar naciones, cuando nunca han sabido conquistar el corazón de esa mujer que ha estado a su lado.


Agar sigue viviendo en cada hogar evangélico. Sigue viviendo en cada habitación en donde los hombres machistas y mentirosos las usan para saciar sus apetitos íntimos pero terminado el acto, si te vi, no te conozco. 


Es por eso que el final de esta historia termina con la Amorosa Presencia de Dios: “Yo te cuidaré Agar, a ti y a tu hijo. Tú no estas sola. Yo estaré contigo todos los días de tu vida”.

Comentarios

Entradas populares de este blog

DESATADLO Y DEJADLO IR. (Jn. 11:44)

UN POCO DE PSICOLOGÍA

LA NIÑERA Y SUS "BUENAS" INTENCIONES... (Parte 1)