ME QUITO EL SOMBRERO
ME QUITO EL SOMBRERO
1 Samuel 25:42 “Abigail se levantó apresuradamente, montó en un asno, y con sus cinco doncellas que la atendían siguió a los mensajeros de David, y fue su mujer”
¡Qué mujer…!
Hay desafíos que a nosotros nos parecen difíciles de aceptar. Especialmente a los hombres. Y no hablo de cualquier hombre. Hablo de hombres que decimos aceptar a Jesús como nuestro Señor y Salvador. Nos hemos comprometido a ocupar puestos de importancia en la Iglesia del Cordero, nos gustan los aplausos y los apretones de manos de aquellos que nos admiran y sin ningún rubor nos halagan con palabras cargadas de admiración y hasta cierto punto, hipócritas. Todo para ganar cierta simpatía en nuestro círculo social.
El ministerio pastoral se ha depreciado tanto que ahora quedan muy pocos pastores, así con todo el sentido de la palabra. Los demás han derivado en convertirse en titulados de alto perfil, otros se han vuelto académicos y aún otros se autonombran conferencistas o motivadores de la conducta. Hay de todo, menos siervos de Dios. Mucho menos amigos de Jesús como él dijo que nos llamaría después de su resurrección. Claro, él fue bien explícito: “les llamaré mis amigos si hacen lo que yo les diga”. No es negociable.
La historia de la que vamos a platicar en este escrito es apasionante.
La mujer ha quedado viuda. Dueña de una gran fortuna. Nabal, su esposo muerto de un infarto cuando supo que su mal agradecimiento había provocado la ira de David cuando envió a sus soldados a buscar un poco de pan para su ejército, y este se había negado, David decretó ir en contra de su vida y la de sus siervos, incluyendo a su familia.
Cuando la esposa, una mujer que la Biblia la describe como muy bella y hermosa, prepara una buena cantidad de víveres, se monta en un asno y va en busca de David. Le presenta su ofrenda, acepta sobre ella el juicio de David, le pide perdón y trata de apaciguar el enojo del soldado que con mucha razón sentía en aquel momento.
David le explica que si ella, Abigail, no hubiera hecho lo que hizo, en ese momento no quedaría nadie con vida, incluyéndola a ella. Veamos lo que dice la Escritura: 1 Samuel 25:34 “Sin embargo, vive el SEÑOR, Dios de Israel, que me ha impedido hacerte mal, que si tú no hubieras venido pronto a encontrarme, ciertamente, para la luz del alba, no le hubiera quedado a Nabal ni un varón”
“Hacerte mal”. ¿Lo ve? Ella también iba a cargar con la venganza de David por la maldad e ingratitud del esposo. Aquí tenemos mucha tela que cortar con respecto a la conducta pecaminosa de muchos maridos que sin darse cuenta, están afectando no solo su propia vida pero también la de la mujer que duerme a su lado. Nunca pecamos solos. Siempre arrastraremos a otros con nuestras imprudencias.
Así que días después, Nabal muere. Abigail queda como única heredera de los bienes materiales del necio de su marido. Queda riquísima. Dueña de las fincas, las cosechas y posesiones del hombre con quien había estado casada, quizá soportando malos tratos, insultos y cuantas cosas más.
Y aquí viene el quid de la cuestión:
Cuando David supo que aquella hermosa mujer que le había llevado su preciosa ofrenda de paz había quedado viuda, no le pregunta ni le consulta si quiere. Solamente dice la Palabra que le envía a decir con sus soldados: “Dice David que quiere que vayas con él para que seas su mujer”. ¿Como? ¿Mujer de un paria? ¿Dejar todo este imperio financiero por casarme con un hombre sin casa, sin propiedades y sin nada que ofrecerme? Imaginemos la sorpresa de esta linda mujer noble y tierna a la necesidad ajena, haciéndose esas preguntas. Para cualquier persona, hombre o mujer, ese llamado hubiera sonado a algo chistoso. ¿Como cree que ahora que soy dueña de todo quiere que lo abandone por seguirlo a él? ¿Que me ofrece David?
No. Abigail no pensó en nada de esto. Sencillamente hizo lo que debía hacer. Es más, es lo que debemos hacer nosotros cuando el Señor nos llama: Se apresuró a levantarse, preparó todo, llamó a sus doncellas y se fue. Se presentó al hombre y aceptó no el primer lugar en su vida, sino el segundo. Ella no fue la primera esposa. Fue la segunda, pero no le importó con tal de ser su esposa, su sierva y su compañera. Y es que Abigail sabía algo: “y te ponga por príncipe sobre Israel…” Abigail sabía que un día David sería el rey de Israel. Ella no se estaba entregando a un simple plebeyo. Se estaba entregando al próximo rey de su pueblo. Y entonces, ella sería elevada a posición de realeza.
¿Y nosotros queridos lectores? ¿Estamos dispuestos a dejar todo con tal de estar al lado del Rey del Universo? ¿Estamos dispuestos a aceptar el desafío de seguir a nuestro Rey?
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