LAS RELACIONES

 LAS RELACIONES


1 Corintios 13:7 “…El amor…todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”


¿Por qué tantas personas jóvenes de hoy se niegan a casarse?  ¿Será que está pasando de moda el matrimonio?  ¿Será que la humanidad está perdiendo el sentido de pertenencia y de rendir cuentas?  ¿Será una generación que no ha sido enseñada a amar y compartir su amor con alguien más?


Todas estas preguntas vienen a mi mente al ver tanta juventud viviendo sus vidas en soledad, llenando su necesidades de afecto con mascotas a las que cuidan con un fervor casi religioso, viendo tantos jóvenes viviendo solos en sus apartamentos sacando a sus perros dos veces al día al parque para que hagan sus necesidades y gastando grandes cantidades de dinero para que no les falte nada.  Es decir, pagan veterinarios en vez de pediatras. Compran los mejores alimentos para perros en vez de comprar la mejor leche infantil. Compran casitas de plástico para que fueran en vez de comprar cunas. Incluso les compran sus juguetes para que se entretengan en vez de interactuar con ellos. Lo más curioso: Los besan en la boca. Les hablan con ternura. Les ponen nombres humanos. Ah, pero lo más importante: Son las mascotas las que mandan en la casa.


¿Qué está pasando con nuestra generación? Vivo en un edificio de apartamentos en una colonia que le dicen de lujo. No es de lujo para mi esposa y para mi pero es allí donde vivimos y me he dado cuenta de este fenómeno. La mayoría de vecinos son esa clase de jóvenes. Tienen su propio carro. Visten a la moda. Salen temprano a trabajar y regresan en la tarde a sacar a sus bebés, digo a sus mascotas. Hombres y mujeres por igual. Me siento raro al no verles cuidando niños. En mis tiempos juveniles era diferente la cosa. Nuestra casa siempre estaba llena de niños. Fuimos diez hermanos, ya se puede imaginar la bulla que metíamos cuando nos llamaban a comer.


Nuestra mesa era grande. Doce sillas contando las dos de las cabeceras que era donde se sentaban mis papás. Mi mamá servía la comida a cada uno. Nunca nos preguntaban si nos gustaba o no la cebolla o el ajo. Todo iba en el plato y cuidado quien dejaba algo porque, como decía mi mamá: “se lo meto por la nariz”. En aquel tiempo no era prohibido que un padre le hablara así a sus hijos. Ellos mandaban en la vida de sus retoños y no el gobierno. La educación era compartida por los dos. Mi mamá pasaba las quejas del día y mi papá se encargaba de darnos el castigo necesario. Si alguien quería tener un perro, tenía la obligación de limpiar su casa, de bañarlo, de limpiar el patio y de cuidarlo. Como todo niño, al poco tiempo se cansaba de hacerlo y allí venía el reclamo: Usted lo pidió, usted lo cuida. 


Después de la cena, a las ocho en punto, nos mandaban a la cama a cada uno. Apagaban las luces y mis papás se quedaban en el comedor platicando sus cosas. Esa la a la rápida, una rutina hogareña en la casa de los Berges-Montero. Aún recuerdo aquellos hermosos momentos. No siempre hubo abundancia. Hubo momentos de escaces en donde los frijoles con arroz y un buen fajo de tortillas hechas por mi mamá era lo que había y era de darle gracias a Dios. 


Pero hoy, en el tercer siglo todo es diferente. Los jóvenes comen en la sala de sus apartamentos. Una cucharada de comida para él y otra para su mascota. Les han humanizado tanto que César Milán los regañaría porque esperan que su perro le responda. Tanto el gato como el perro duermen con ellos. No importan ni los ácaros ni las pulgas. En la lavadora se va todo. Todo porque es mejor tener una mascota que una pareja humana. Tener una pareja es un desafío porque tenemos que dar cuenta de nuestros actos. Tenemos que rendir detalle de nuestros días y horarios. Por eso es más fácil y menos tedioso tener un perro que un ser humano a quien hay que escuchar cuando platica hasta tarde, rendirle cuentas cuando nos las pide y dar explicaciones de lo que hemos hecho o dejamos de hacer. Con la pareja hay que compartir espacio. No solo de habitación pero también de tiempo. Si queremos salir a pasear hay que ponernos de acuerdo a donde y como. Con el perro no. Solo se le pone la correa y él tiene que seguirnos a donde vayamos. Con la pareja hay que compartir los gastos. Y a veces paga más uno que el otro. Y eso da cierta cólera. El otro se vuelve aprovechado. Además, para las grandes fiestas, hay que visitar suegras y eso no es muy agradable. Por último, con la pareja hay que lidiar con eso de que puso la pasta de dientes en el lugar equivocado, el papel toilette lo dejó mal puesto, el lavamanos está todo embarrado de pasta y agua sucia, el cepillo de dientes se confunde constantemente, y lo peor de todo, el espejo parece un lado de la luna con tanta suciedad que se le ha pegado. 


No, pastor Berges, no gracias. Mejor me compro un perro o un gato y santos en paz. Además no pienso tener hijos. Si mi mascota quedara embarazada, espero que nazcan sus cachorros y los vendo a través de Amazon y no hay problema. 


Así están las cosas mis amigos. Y Cristo ya viene y nadie se ocupa de su pronto regreso. ¿Que les parece?

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