IDOLATRÍA

Daniel 3:18  “Pero si no lo hace, has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que has levantado”

Nos hemos engañado a nosotros mismos los cristianos cuando confesamos que ya no adoramos ninguna imagen sea de cualquier cosa. Lo decimos a voz en cuello que el único que merece nuestra adoración es nuestro Dios, el Señor Jesucristo.


Nada más alejado de la verdad. 


Lo que sucede es que muchos de nosotros hemos llegado al Evangelio de Cristo a través de la religión oficial. Era allí en donde nos postrábamos, adorábamos y rendíamos pleitesía a las imágenes que nos presentaban. Incluso, muchos de nosotros llegamos a tener nuestro “santo de nuestra devoción”.  Era a ese santo al le dirigíamos nuestras peticiones, le ofrecíamos incienso, oblaciones y muchas muestras más de adoración para chantajearlo y lograr que nos hiciera el milagro que tanto necesitábamos. 


Idolatría pura. 


Entonces, cuando venimos a los Pies de Jesús y nos congregamos en un lugar sin imágenes, sin olores a incienso y en claustros góticos en donde todo es diferente, en donde podemos charlar antes del servicio, podemos aplaudir cuando entonamos nuestros cantos, en donde podemos hablar con Dios con toda libertad, creemos que hemos dejado de ser idólatras.


Pero eso no es verdad.  La idolatría no ha muerto. Solo ha mutado. Hemos cambiado una cosa por otra. Antes idolatrábamos imágenes de santos y de toda una pléyade de ángeles celestiales.  Ahora adoramos otras imágenes. ¿No me cree?


Vaya a un centro comercial y verá gente buscando ávidamente en las vitrinas sus objetos de adoración: La última blusa que vistió tal o cual artista y que ellas quieren imitar. Entre a un salón de belleza y verá cuantas mujeres están postrándose ante el último grito de la moda en cuestión de cortes de cabello, tintes y colores que les hagan verse mejor según sus espejos. ¿No es esto idolatría? Porque ahora adoramos nuestra imagen. Adoramos nuestra figura, si no ¿por qué se han puesto de moda los gimnasios con entrenadores especializados en ciertos ejercicios para resaltar ciertas partes del cuerpo femenino? ¿Acaso eso no es adoración al yo?


Pero eso no queda allí: También adoramos el templo donde nos congregamos. Pertenecemos a la élite de los evangélicos, los que no hacemos bulla ni gritos ni aspavientos dizque espirituales, por lo tanto, nos congregamos en edificios que tienen las mejores comodidades, mejores asientos afelpados para poder dormir bien mientras el motivador dice su discurso. Además que queda en un barrio de los finos, en donde no hay grafitis ni basura visible en las calles. A ese lugar pertenecemos y es allí en donde nos sentimos bien. Porque de eso se trata. Que nosotros nos sintamos bien fingiendo que adoramos al Señor que nos ha salvado, cuando en realidad estamos adorando nuestra posición social y nuestro carácter de patricios. Si el Señor se siente “bien” eso es otro asunto. Los importantes somos nosotros. Díganme lectores si eso no es idolatría del egocentrismo y del orgullo.


Ya no somos idólatras decimos, pero adoramos la imagen del futbolista de turno. El corte de cabello es como él lo usa. Compramos su camiseta con su nombre pegado a la espalda. Nos hacemos los tatuajes que el famoso de turno tiene en sus brazos. Adoptamos la pose que él usa en sus quince minutos de fama cuando mete sus goles. Incluso -y porque lo he visto lo menciono-, a sus hijos pequeños les hacen los mismos cortes de cabello para que desde pequeños se vayan pareciendo a esos ídolos del deporte o del cine. ¿No es eso idolatría?

Y que decir de nosotros los pastores que hemos dejado de vestirnos adecuadamente como nos vestíamos antes cuando teníamos conciencia de que servir al Dios que nos ha honrado con llamarnos sus mensajeros, nos presentábamos debidamente arreglados para presentar su mensaje a la congregación. Pero todo ha cambiado. Ahora adoramos la imagen del difunto Steve Jobs cuando él se negó a usar corbata en su vestimenta como ejecutivo de alto nivel y puso de moda presentarse en tenis blancos, camisetas negras y saco sin corbata. Y todos le aplaudieron y copiaron su imagen. Incluyendo pastores que son los que dictan la cultura en la Iglesia.  O que decir del pastor que adora la marca del vehículo que usa. Díganme entonces si ya no somos idólatras. 


Y, para terminar no con el tema sino con el escrito porque debo respetar la cantidad de palabras, qué decir de aquellos siervos del Señor que han llegado a idolatrar su propia imagen aplicándose Botox en los párpados, en las mejillas y en los labios para mantener una imagen siempre juvenil, tiñéndose el cabello de negro para evitar que se vean las canas, cuando dice la Biblia que ellas son honra de la vejez.  Si esto no es idolatría del ego no se que es. 


Espero no arruinarles sus ídolos. 

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