EL ENTRENADOR PERSONAL

Números 11:6  “Nada hay para nuestros ojos excepto este maná…”

¡Vaya si somos lentos para aprender…!


El pueblo de Israel ha sido liberado del yugo de esclavitud de Egipto. El Señor los sacó con una gran victoria sobre sus enemigos que los habían subyugado por muchos años. Muchos de ellos nacieron siendo esclavos. No tenían derechos. No tenían privilegios. No tenían quien los defendiera. Eran propiedad del Faraón de turno. 


Y empezaron a clamar a Dios por un libertador. Y Dios los escuchó. Les envió un hombre para que los sacara de ese lugar y los llevara a una tierra hermosa, una tierra de leche y miel para que disfrutaran la bendición de ser el pueblo escogido desde mucho antes. Pero no los sacó para que colgaran hamacas en los árboles y se dedicaran a dormir a pierna suelta. Todo lo contrario: Los llevaría a una tierra deseable para otros pero para que la conquistaran. Para que dieran a conocer a los usurpadores de aquel territorio llamado Canaan, el Nombre del Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Esa era la razón última de haberlos liberado. Dios quería que ellos fueran sus mensajeros, sus representantes para que otros también le conocieran.


Pero antes tenía que entrenarlos. 


Tenía que entrenarlos en los vaivenes de la vida fuera de Egipto. Los llevó al desierto. El desierto no era para quedarse allí, era solo un episodio de transición entre la esclavitud y la libertad. Se sabe que cuando el ser humano ha vivido mucho tiempo en un estilo de vida monótono y aburrido, cuando de pronto le mueven su zona de confort, se siente fuera de lugar. No sabe como comportarse en la nueva forma de vida y muchas veces fracasa en salir adelante por sí mismo. Muchos se quedan en la mediocridad, no supieron sacar de dentro de sí mismos el potencial que se requiere para vencer las adversidades. No fueron enseñados a ser vencedores. Siempre fueron perdedores.


Dios no quería eso para sus escogidos. Él quería formar en ellos un pueblo de gentes vencedoras, un pueblo que fuera un paradigma para otros cuando los vieran pelear sus batallas interiores y salir airosos de las pruebas. Dios quería que su pueblo fuera un ejemplo de victoria para otras naciones, que demostraran que eran los hijos de Dios y como tal, que no le dejaran avergonzado ante las demás gentes que los observaban en su caminar por el desierto. 


Para empezar, Dios les demostró que el pan que iban a necesitar para suplir sus necesidades iba a ser provisión de Él. Que Él iba a ser su proveedor diario. Pero ese pan no era para darse un gusto sino para que aprendieran a ser agradecidos al tenerlo diariamente por la Gracia y Misericordia del Señor. Solo tenían que hacer una cosa: Todos los días salir a recogerlo. Es decir, tenían que aprender a ganárselo. Hay un principio en las leyes de Dios: El pan de la vergüenza. Es aquel que no merecemos, que no nos ha costado nada y sin embargo el Señor nos lo da por Gracia. Para que no sea el pan de la vergüenza, se nos pide que trabajemos para merecerlo. Que por lo menos hagamos el esfuerzo de doblar nuestra cerviz y nuestras rodillas para merecer esa muestra de Amor.  Él  lo primero que les está haciendo es entrenarlos para que cuando llegaran a la tierra prometida, por lo menos, alzaran sus manos a los árboles y bajaran los frutos que los iban a alimentar.


Dios es un Entrenador por excelencia. Y es un entrenador exigente y perfecto. Y por sobre todo, tiene recursos ilimitados para entrenarnos para la vida. Nunca nos dará nada que nos dañe. Todo lo contrario: Hará lo imposible para sacar de nosotros lo que él espera que demos. 


Imaginemos este cuadro: Una persona que tiene problemas de obesidad contrata un entrenador personal. Le pagará un buen dinero para que le ayude a bajar de peso y le enseñe como alimentarse correcta y sanamente. Pero el entrenador le empieza a dar chocolates, dulces y comida chatarra. Lo más seguro es que el que lo contrató lo despida inmediatamente. Él le paga para que lo haga sudar, para que lo agote con ejercicios que le ayuden a bajar de peso. Para que le ayude a sacar músculo y tener una figura aceptable. Ese entrenador es el bien. El bien solo quiere darnos lo que le gusta al alma. Los placeres carnales, el alcohol, las drogas, las redes sociales, la pereza y abundante sexo libre. 


El desierto nos mueve nuestra zona de confort. Nos hace llorar. Nos hace sufrir. Nos hace sentirnos abandonados y solos. Nos provoca dolor. Nos alimenta con lo que nos hace perder exceso de grasa y pereza. El desierto es nuestro entrenador personal. Él no sabe que nos está entrenando para lo que viene. Nos está entrenando para nuestra tierra prometida. Nos está haciendo fuertes y vigorosos. Gentes de fe. Gentes de victoria. Hijos de Dios, en una sola palabra. Eso es el desierto. Es el lugar donde Dios nos entrena para lo que sigue. De nosotros depende discernir que ese desierto no es para siempre. Es solo un momento de transición. Que Dios lo está usando para enseñarnos algo importante: Depender de Él y solo en Él. 


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