VAMOS A SER SINCEROS

Mateo 6:24 “Nadie puede servir a dos señores…”


En esto caemos todos. No hay excepción a esta regla. Decimos una cosa y hacemos otra. Como Pablo, que quería hacer lo que debía y terminaba haciendo lo que no quería. Hay una lucha interna en nuestro interior que si no comprendemos la magnitud de esa doblez de ánimo, caeremos una y otra vez en ese juego satánico de manejarnos como  marionetas en medio de las olas del mar. Nos convertimos en nubes sin agua. Pozos secos. Cisternas vacías y rotas.


No hemos cambiado en muchos aspectos. Desde que conocimos al Señor Jesucisto hemos confesado que seguiremos sus enseñanzas, que obedeceremos sus mandamientos y nos regiremos según sus estándares, pero en la realidad no es así. Se necesita mucha ayuda del Espíritu Santo para poder ir poco a poco, alcanzando cierto nivel espiritual en el que podamos decir que ya hemos dejado de ser los niños mimados de la religión y hemos tomado en serio la Palabra que la Biblia nos predica. 


Y digo la Biblia, porque incluso los pastores no estamos enseñando lo que debemos. Tenemos cierto miedo a ser tachados de retrógrados, de legalistas y otras lindezas que no queremos escuchar.  Por ejemplo, por allí andan diciendo que yo pertenezco a la secta de los Solo Jesus.  No sé quien se ha encargado de hacerme ese favor ni quiero saberlo, pero el pastor que me lo dijo lo dijo como queriendo saber si era cierto. No me gustó que me tacharan de sectarista. Pero tengo que asimilar que no soy monedita de oro y que no puedo caerle bien a todos. Así es la vida en el mundo, en el mundo cristiano por supuesto.


A Jesús lo seguían grandes multitudes, pero Él sabía que solo unos pocos se iban a mantener adheridos a Él y convertirse  en verdaderos discípulos.  Los judíos querían unirse a la vez a Jesús y mantener en sus doctrinas a Moisés.  Mantener sus tradiciones y ritos muertos mientras aseguraban ser seguidores de Cristo.  Pero Jesús no quería tener nada que ver con esa doble moral religiosa.


“Ninguno puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro…”  En estas pocas líneas Jesús pone de manifiesto la paradoja de un corazón dividido.  Echa abajo la fachada de un discipulado hipócrita y nos muestra el destino de los que tratan de servir al mismo tiempo a dos amos.  Dios nos guarde de pasar por alto la aguda advertencia de nuestro Señor: El pecado que no se abandona conducirá a la peor hipocresía posible.  Algunos dicen que aman al Señor y que odian al diablo, pero al aferrarse a lujurias secretas, la idolatría, la amargura o la rebeldía, más bien desprecian al Señor y se adhieren a Satanás.  En secreto rinden lealtad al que dicen odiar, mentiras que aman solo de palabra a Dios. 


A esos hipócritas -y a nosotros-, les dice Jesús: Este pueblo de labios me honra, más su corazón está lejos de mi.  Pues en vano me honran. Quiere decir: Nadie puede testificar que me ama, y al mismo tiempo despreciarme con sus malas acciones.  El sentido griego de la palabra despreciar es “tener en poca estima”.  Despreciar al Señor  es no asimilar en el corazón su Palabra. es desentenderse de sus justos reclamos como si no fueran algo que nos obliga.  Adquirimos un compromiso con Él desde el momento en que hicimos aquella famosa oración frente a un púlpito: Te acepto, Señor, como mi Salvador y Señor. Pero luego, a la vuelta de la esquina lo olvidamos y seguimos siendo súbditos del Diablo con nuestros actos secretos y a veces ni tan secretos.


Nos hemos engañado por ser mal enseñados, que volvernos cristianos o discípulos de Cristo nos da derecho de pedir y pedir para saciar nuestros deseos egoístas. Nos enseñan a orar como ora el pastor: “Danos…congréganos…ayúdanos…bendícenos…úsanos…protégenos” Y todo eso está bien, pero no es lo que se le pide a un Señor. Eso se le pide a un sirviente y Dios no es nuestro sirviente. Él es nuestro Señor si es cierto que lo hemos hecho así. Cuando oramos de esa manera estamos siendo egoístas y egocéntricos. Todo gira a nuestra conveniencia y a nuestro alrededor. Los importantes somos nosotros y nuestros gustos y deseos pero nunca hemos orado por ejemplo: Espíritu Santo, ayúdame a agradar a mi Señor. 


La doble moral de nuestras vidas muestra que realmente no estamos siendo sinceros con Dios. Amamos nuestra vida, amamos las cosas que Dios nos da, amamos a todos, menos al Señor quien merece que dejemos todo amor humano y material a un lado para dedicarnos a amar al Señor con todo nuestro corazón y con todas nuestras fuerzas como Él lo pide. 


Seamos sinceros, amigos, y veamos la realidad de nuestra vida cristiana. Seamos sinceros.

Comentarios

Entradas populares de este blog

DESATADLO Y DEJADLO IR. (Jn. 11:44)

UN POCO DE PSICOLOGÍA

LA NIÑERA Y SUS "BUENAS" INTENCIONES... (Parte 1)