DESEOS DE ESCAPAR
DESEOS DE ESCAPAR
Salmos 55:6-7 “Y dije: ¡Quién me diera alas como de paloma! Volaría y hallaría reposo.
Ciertamente huiría muy lejos; moraría en el desierto. (Selah)”
David, el hijo de Isaí, y rey de Israel, tuvo experiencias tan dolorosas como cualquiera de nosotros.
Porque no hay dolor más grande que ser traicionado por aquellos a quienes amamos un día. aquellos que caminaron con nosotros un buen trecho en la vida y que de pronto, porque nos vieron el barro de nuestros pies dieron la vuelta y se alejaron, olvidando quizá momentos de gloria delante del Señor, olvidando tal vez aquellas tardes de café y acompañando el momento con una buena charla.
O que tal, aquellos que nos acompañaron a cumplir una misión del Señor para llevar su Palabra a otros lugares y que de pronto su relación se enfrió no sabemos por qué motivo, dejando un vacío dentro de nosotros.
Eso no sucede solo en el ministerio. También puede suceder en el matrimonio. En la familia. Con los hijos. Con los hermanos. La soledad y el vacío que deja una amistad que se tuvo por bendición, al final fue una quimera que no logramos mantener. Así son las cosas con los humanos.
Muchos pastores se pueden quejar que de pronto aquel amigo con quien tuvo tanta confianza incluso de contarle sus propias cosas íntimas, de pronto se aleja. Como me doy cuenta, de repente se empiezan a sentar en las últimas filas de la Iglesia, como buscando las puertas de salida sin que aparentemente nadie se de cuenta. Pero el pastor lo observa y se empieza a sentir el frio de la soledad y la traición. Ya empezamos a notar su salida. Un domingo ya no aparecen. No dan razones. No explican nada. Solo se van. Así de fácil.
Eso pasó con David. Tuvo un amigo que era su delicia de amistad. Compartía con él cosas tan personales que llegó a ser su consejero privado. David hacía lo que Ahitofel le aconsejaba. Sus consejos, dice en una parte la Escritura, era como escuchar la voz de Dios. Sus palabras, para David, eran como bálsamo. Su opinión de las cosas del estado, en labios de Ahitofel eran un alivio para la inexperiencia del joven rey David.
Pero un error en la vida de David definió el amor y el respeto que este hombre de Dios tenía para su amigo. Pasó varios años guardando rencor silencioso. Un rechazo hacia su amigo por lo que le había hecho a su nieta Betsabé fue para Ahitofel algo que no pudo manejar. La amargura, el enojo y por último la ira, se fueron apoderando de aquel corazón que al principio se había mostrado tan cariñoso y respetuoso hacia su amigo y rey. Siempre será así. El hombre no ha cambiado desde el inicio de la vida.
Una acción rebelde del hijo favorito de David fue el detonante que Ahitofel necesitaba para darle rienda suelta a su enojo. La rebelión de Absalón fue el motivo que éste, una vez fiel consejero del rey David necesitaba para drenar su enojo tanto tiempo contenido. ¿Por qué no hablarle del tema con la libertad que la amistad le daba? ¿Por qué, Ahitofel, en vez de esconderse en su silencio oscuro y tenebroso no tuvo la valentía de confrontar a su amigo? No lo sabemos. Y fue cuando David se sintió totalmente devastado. Tanto su hijo como su amigo se aliaron para arrebatarle el trono. Para hacerle la vida imposible. A David no le quedó más remedio que huir. No se sintió con fuerza para detener la rebelión y la traición. Huir era la solución. Fue cuando expresó esas tristes palabras del Salmo 55: “¡Quien me diese alas como de paloma…!
Cuando un hombre no se siente lo suficientemente fuerte, cuando está desesperado por resolver algún problema vital de su vida, instintivamente intenta ocultar su derrota con la huida.
Hay varias formas de huir: Hay una fuga hacia el pasado. Son las personas que reviven una y otra vez la época dorada, una era distante cuando eran felices, en medio de logros y alegrías. También está la huída al futuro: ideas que nunca se concretan. Hay una huida hacia las adicciones… el alcohol y las drogas. También está la huida al exceso de trabajo. Algunos se vuelven neuróticos. Otros huyen escondiéndose en los entresijos del sexo ilícito hasta que todo se rompe.
Eso fue lo que David deseó en aquellos momentos: Huir de su hijo. Huir de su viejo amigo y consejero Ahitofel. Las emociones de tener que huir de Jerusalem y de luchar con una conspiración y una traición superaron a David. Lágrimas se deslizaron por sus mejillas.
¿Ha atravesado usted que me lee, algún momento de ese tipo de soledad? ¿Ha atravesado una época difícil de pérdida o de traición? Quizá no pidió las alas como de paloma, pero pidió morir como Elías. Quizá a usted no lo traicionaron como a Jesús cuando su amigo y tesorero Judas lo vendió, pero vendieron su nombre, su prestigio, su comodidad. Cosas que quizá usted quiera borrar de su memoria. Quizá usted ha deseado salir corriendo a esconderse en alguna cueva como Elías.
No se preocupe: Jesus lo entiende. Así como entendió a David, usted también saldrá de cualquier prueba que pueda estar pasando o quizá tenga que pasar. Solo vea al Hacedor de la vida. Él le dará la victoria. Y usted, como David y como yo, saldremos como el oro refinado.
Comentarios
Publicar un comentario