"VELAD..."

 Marcos 13:35-37 “Por tanto, velad, porque no sabéis cuando viene el señor de la casa, si al atardecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga de repente y os halle dormidos.  Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!”


Yo no se si me voy a meter a camisón de once varas, como decimos en Guatemala. O sea a problemas con alguien. Pero no puedo callar ante lo que estamos viendo actualmente en la vida de muchos evangélicos. Y como gracias al Director de este medio que me permite publicar mis escritos, estoy convencido que escribo para evangélicos. Quizá haya uno que otro amigo del mundo que le guste leer como me sucedió a mi antes de llegar al conocimiento de Cristo. Era un devorador de libros y leía todo lo que caía en mis manos. 


Pero lo que veo hoy en mi comunidad evangélica es algo distinto a lo que conocí hace unos cincuenta años atrás cuando llegué al conocimiento de la Verdad, o sea de Jesucristo. La Iglesia era algo totalmente distinto a lo que vemos hoy. Por ejemplo, se hablaba mucho de santidad, entrega, consagración y los pastores lo hacían a uno celoso de su fe. Cuidado quien se mezclaba con el mundo y sus deleites. Para advertirnos del peligro estaban los grandes evangelistas como Yiye Ávila, Lázaro Santana, Pepito Berríos y otros. Nos hablaban del fuego del infierno tanto que casi sentíamos arder las llamas bajo nuestros pies cuando hacíamos algo que ofendía la santidad de Dios.


Fuimos una generación cimentada en lo apocalíptico. En la escatología bíblica y la pronta venida de Jesus a la tierra. Y cuidado a quien lo hallaba durmiendo porque corría el riesgo de quedarse para el fuego eterno. 


Quizá fueron tiempos de una exageración doctrinal celosa de las ovejas. Pero nos enseñaron a vivir conforme lo ordena la Palabra del Señor y eso se incrustó directamente en el centro de nuestros corazones evangélicos. Los padres eran muy cuidadosos de lo que hablaban frente a sus hijos. Cuidaban mucho su lenguaje para no contaminar con sus palabrotas la Presencia del Señor en los hogares. Es cierto, los evangélicos no éramos la élite social de aquellos años, pero éramos la diferencia entre unos y otros. En una ocasión mi hijo que tendría unos cinco años, cuando caminaba conmigo en la calle, vio a un hombre fumando y me dijo: “papa, ese señor no es evangélico ¿verdad? porque las reglas morales eran tan estrictas que los niños conocían una Iglesia celosa, apartada para su Señor y cuidadora de la conducta pública de sus miembros. 


Todo eso ha cambiado. 


Las primeras generaciones cristianas vivieron obsesionadas por el pronto regreso de Jesús.  El Señor resucitado no podía tardar.  Vivían tan atraídos por su persona que querían encontrarse con él cuanto antes. Los problemas empezaron cuando vieron que el tiempo pasaba y la venida del Señor se demoraba. Aquellas nobles personas se dieron cuenta de que esta tardanza encerraba un peligro mortal.  Se podía apagar el primer ardor. El primer amor. Con el tiempo, aquellas pequeñas comunidades podían caer poco a poco en la indiferencia y el olvido.  Les preocupaba una cosa: que, al llegar, Jesús los encontrara dormidos.  Entonces, la vigilancia se convirtió en la palabra clave. Las palabras de Jesús escritas por Marcos mantenían en vilo a todas aquellas gentes que pasaban sus días esperando ver en las nubes a su amado Señor y Salvador. Preparados para su encuentro. Preparados para ser recogidos y transformados. Porque leían lo que dijo Jesús: “Velad, porque no sabéis cuándo viene…”


Pero han pasado veinte siglos de cristianismo. ¿Qué ha sido de esta orden de Jesús?  ¿Como vivimos los cristianos de hoy?  ¿Seguimos despiertos?  ¿Se mantiene viva nuestra fe o se ha apagado en la indiferencia y la mediocridad espiritual? 


¿No nos damos cuenta ni siquiera los pastores, que la Iglesia necesita un corazón nuevo? ¿No sentimos la necesidad de sacudirnos la apatía y el autoengaño?  ¿No vamos a despertar lo mejor que hay en la Iglesia?  ¿No vamos a reavivar esa fe humilde y limpia de tantos creyentes sencillos como los antiguos que nos dejaron su ejemplo y que aun siendo pocos todavía los hay?  La santidad, mis amigos, no es cosa antigua. No es cosa de señoras viudas pasadas de época. La santidad es algo que inspira la vida de la Iglesia para que otros deseen pertenecer a ella. 


Pero tristemente la Iglesia de hoy ya no es la de Jesucristo. Es la iglesia del hombre. Del empresario que la usa para hacer sus negocios. Para vender su imagen. Para multiplicar sus “likes” en sus redes, en sus programas de YouTube. La usa para llegar al millón de vistas y ganar un premio como los del mundo de la farándula. Y, como está escrito: Tal el sacerdote, tal el pueblo, los asistentes están igual. Compitiendo entre si, no a ver quien gana “la esgrima bíblica” sino quien gana en selfies, quien tiene más seguidores y quien impresiona más a sus amigos del mundo. 


Yo espero que este escrito despierte a mi amada Iglesia como cantó el músico español. Que los que nos llamamos lideres espirituales evangélicos dejemos de vivir esa especie de complicidad por nuestra indiferencia y nuestra incapacidad de acción y demos un paso adelante como dijo el profeta Isaías: “Heme aquí, envíame a mi, yo iré”.

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