NO NOS DETENGAMOS

Génesis 11:31-32  “Y Taré tomó a Abram su hijo, a su nieto Lot, hijo de Harán, y a Sarai su nuera, mujer de su hijo Abram; y salieron juntos de Ur de los caldeos, en dirección a la tierra de Canaán; y llegaron hasta Harán, y se establecieron allí.  Los días de Taré fueron doscientos cinco años; y murió Taré en Harán”


Dice un Midrash que Dios había hablado con Taré, padre de Abram, para que salieran de la tierra de Ur en donde eran idólatras, fabricantes de ídolos y vivían en un paganismo craso.


Dios buscaba a alguien para darle por herencia una tierra mejor que la que tenían. Pero heredarla significaba un cambio total de mente, de cultura y de costumbres. Dejar familia, amigos, influencias y todo lo que nos produce confort y bienestar. Lo que nos hace sentir bien.


Es entonces cuando leemos que no fue Abram quien tomó la batuta sino su padre Taré. Pero Taré no atendió bien la orden del Señor. Se llevó como lastre a su sobrino Lot al que después veremos llorando en Sodoma.


Sin embargo, Abram escuchó la Voz de Dios, de ese Dios que aún no conocía y que a través de su caminar más adelante iría conociendo de primera mano. 


¿Qué pasó con Taré para que no hay continuado su viaje a Canaan a donde Dios lo quería llevar? Podemos comprender que Taré no era un hombre de aventura. Era sedentario. No le gustaban los cambios. No le eran agradables las mudanzas. Allí donde ponía su tienda era bueno para él. Para qué peregrinar si podía quedarse en donde la vida le ofreciera algo bueno para vivir. Y se quedó en Harán. Y allí murió. ¿Nos podemos imaginar a Abram cuidando a su padre enfermo, esperando el momento de poder salir de ese entorno y abandonar todo aquello que conocía y que no le brindaba nada de paz ni seguridad?  Mientras Taré estuviera vivo, Abram no lo iba a abandonar. Era un hombre de principios. De honrar a su padre aún en la vejez. Abram está en este momento en Harán entre dos fuegos. Por una parte no quería abandonar a su padre. Por otro, necesitaba salir de esa rutina aburrida y pegajosa para ir al encuentro de su llamado a vivir en una tierra que mana leche y miel. Abram está detenido por las circunstancias. 


Lamentablemente, como muchos de nosotros que no queremos soltar lo conocido por lo nuevo que Dios quiere darnos, estamos como Taré. Taré se estableció en Harán y murió allí.  No terminó la jornada que inició.  Se quedó detenido y termino muerto entre donde comenzó y donde Dios quería llevarlo.  Nosotros hemos visto suceder la misma situación una y otra vez con las personas que conocemos en la actualidad.  Comienzan con fuerza en su búsqueda de sus sueños dados por Dios y no pueden esperar a seguirlo a su propia tierra prometida. Porque a veces la vida se entromete. Pregunte cuantos candidatos se inscriben cada enero en la Universidad y vea cuantos se gradúan al final del pénsum. La mayoría abortan su sueño de tener un título. La mayoría, como Taré, se quedan a medio camino entre el deseo y el cansancio. 


Lo más probable es que usted también lo haya experimentado:  El título universitario por el que trabajó tan duro no lo ha ayudado a encontrar un trabajo en su campo, la tubería de su casa se tapa y la reparación requiere una buena cantidad de dinero que no tiene.  Su cónyuge a quien le entregó su amor por el resto de su vida, traiciona sus votos y decide divorciarse de usted.  Sus hijos que antes le temían a la oscuridad de su cuarto, ahora disfrutan de la oscuridad de una adicción vergonzosa.


En medio de todo esto, perdemos de vista nuestros sueños.  Nos atoramos y no sabemos cómo continuar.  Nos conformamos con menos de lo mejor de Dios y hacemos todo lo que podemos para sobrevivir un día más.  Aceptamos Harán en lugar de proseguir a Canaan. Nos sentimos ridículos por siquiera pensar que podríamos haber llegado a tan alto destino. Nos sentimos avergonzados por perder la esperanza en la habilidad de Dios de sacarnos adelante. Nos sentimos molestos de que otros parecen rebasarnos y ver cumplidos sus sueños mientras nosotros permanecemos dejados atrás.


Pero no Abram. Taré se quedó, Abram continuó. No permitió que su padre con sus comodidades y conflictos emocionales le frenara la búsqueda de su destino. Ya Dios le había dicho: “Deja tu tierra, tu parentela y ven, yo te llevaré a una tierra que mana leche y miel”. Para Abram eso era su prioridad y nada ni nadie le iba a estorbar la búsqueda de su sueño. Pero para eso había que pagar un precio: Dejar a su padre en Harán y  obedecer aquella hermosa Voz que lo había convencido de que había algo mejor para él. Mejor para su esposa y para sus futuros hijos. Abram se abandonó a la Mano Sabia de Dios, de aquel Dios que estaba a punto de conocer y lograr una amistad tan duradera como el tiempo.


¿Y nosotros?  ¿Vamos en pos de nuestros sueños y proyectos?  ¿Estamos dispuestos a pagar el precio que eso requiere?

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