EL CONEJO Y LOS GALGOS

Juan 5:5 “Y estaba allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo…”


Hace varios años fui a visitar a mis papás a Newark, N.J. Pero el vuelo de AA se detuvo en Miami para hacer escala de seis horas. Fue mucho antes del famoso episodio de las Torres Gemelas, así que era fácil salir a la calle en una escala tan larga y luego regresar sin problemas de chequeos a la puerta de embarque y continuar el camino al destino final.


Tomando en cuenta que esas seis horas iban a ser algo aburridas allá adentro del aeropuerto, llamé a uno de mis hermanos que viven en esa zona. A los pocos minutos llegó por mi para llevarme a almorzar con él y luego me regresaría para que yo continuara mi viaje.


Camino al restaurante, pasamos frente a un galgódromo. Le pregunté si alguna vez había entrado a ese lugar para apostar a las carreras de galgos y me contó su experiencia:


Resulta que en esa ocasión, los ocho galgos estaban listos en sus jaulas mecánicas listos para salir cuando un conejo mecánico hecho para la ocasión de retarlos a perseguirlo, todos en las graderías estaban emocionados apostando a qué galgo le iban para tratar de ganarse unos dólares. Esos esbeltos animales son capaces de correr asombrosamente rápidos tras su presa a una velocidad de 50 o 60 kilómetros por hora. 


Pero en esa ocasión algo salió mal. 


El conejo pasó zumbando y los perros salieron corriendo en sus carriles, pero luego a unas cien yardas el conejo mecánico se descompuso y se detuvo. Todos los apostadores esperaban que los perros se lanzaran a destrozar al conejo falso y lo hicieran pedazos. Pero eso no pasó. En lugar de eso, los pobres perros se quedaron confundidos por completo y no sabían que hacer. 


Mi hermano me contó entonces que vio algo bastante claro: Sin un conejo que perseguir, los galgos perdieron su motivación para correr.  Estaban entrenados para largas carreras persiguiendo un un blanco definido. Pero cuando los perros se vieron sin una razón para seguir corriendo, se detuvieron y cada uno se puso a hacer lo que querían en medio de la pista.


Hoy que escribo anécdotas basadas en la Biblia, vino a mi memoria aquella historia que me contó mi hermano y leyendo la experiencia del hombre de Betesda, me imagino algo que quiero compartirles. Se puede parecer a su historia como a la mía…


Cuando este hombre llegó al estanque, sin duda lo hizo con la fe puesta en que el ángel moviera el agua al día siguiente para echarse rápido y quedar sano de su parálisis. Quizá se preparó mentalmente para estar listo para el gran reto de llegar primero. Su meta era sanar. Y si para eso había que arrastrarse como gusano en medio del estanque lleno de enfermos, lo iba a hacer. Valía la pena el esfuerzo. Lo importante era llegar a su casa con su familia libre de aquel azote que laceraba su cuerpo.


Y, dicho y hecho, al día siguiente, en medio de todo el barullo del estanque, se escuchó un grito de alguien que anunciaba que el ángel había movido el agua. Nuestro amigo se puso a arrastrarse hacia el estanque con la fe puesta en llegar y ser liberado. Pero no contaba con que otros también pensaron como él. Y dolorosamente se dio cuenta que no podía pasar a causa del gentío que se aglomeraba a su alrededor. 


Bueno, pensó que quizá la próxima vez lo lograría. Los resultados fueron los mismos. Empezaron a pasar los días, los meses y los años. Hasta que cumplió los casi cuarenta años tratando de lograr su milagro. Como los galgos de la historia, se dio por vencido. Sin una razón para esforzarse en perseguir su sueño, el paralítico se quedó postrado. Amargado. Triste. Enojado. Frustrado. No pudo hacer lo que tanto deseaba. Treinta y ocho años perdidos en medio de aquel universo de gentes fracasadas y viviendo en la miseria.


Me pongo a pensar cuántos hombres y mujeres, como el paralítico de Betesda han quedado postrados en medio del camino de sus sueños sin haber alcanzado realizar lo que tanto deseaban. Cuantos proyectos quedaron tendidos en aquel catre hediondo y viejo porque ya no tuvieron la fuerza para seguir. Porque ya no hubo cupo para la Universidad. Porque el matrimonio ya no se efectúo. Porque el bebé se abortó. Porque el trabajo ya no se lo dieron. Porque, porque, porque…


Hasta que llega Jesús y pregunta: ¿Quieres terminar tu Universidad?  ¿Quieres casarte aunque todos digan que ya te pasó el tiempo? ¿Aún quieres tener a tu bebé? ¿Todavía deseas el trabajo que tanto deseaste? ¿Quieres continuar tu carrera y alcanzar tu meta? 


Entonces, mi amigo, mi amiga: Toma tu lecho y anda. No es el ángel. No es el movimiento del agua. No es el apoyo de tu familia. No es tu pastor. Es Jesús quien te anima a lograrlo.


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