ALGO MÁS DE LA CALLE LLAMADA DERECHA
Hechos 9:13-14 “Pero Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuánto mal ha hecho a tus santos en Jerusalén, y aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre…”
¿Tenía razón Ananías de tenerle miedo a Saulo? ¡Claro que si! Lo que se sabía de aquel cazarrecompensas era cierto. Recordemos que las noticas, especialmente las negativas, se riegan como pandemia a través de todos aquellos que las necesiten escuchar y aumentar todavía más.
La sola mención del nombre Saulo significaba terror, miedo, cárcel, tortura y otras cosas. Para los nuevos creyentes en Jesús aquel hombre no era desconocido. Se sabía quien era y qué quería cuando llegaba a algún lugar. Había que correr y esconderse en cualquier lugar en donde no fuera apresado por aquel émulo de Aníbal, el temible guerrero cartaginés que cuando pisaba un lugar -según cuentan los historiadores-, ya no volvía a crecer la hierba.
Así las cosas, Saulo ahora está sentado en una casa de la calle llamada Derecha. Ananías ha sido nombrado por Dios para ir y ponerle manos al temible hombre que está allí, casi ciego, con escamas en los ojos, sin comer ni beber nada.
Ha sido tocado por la Presencia de Dios. De aquel Dios que él perseguía en la Persona de Jesús, el Hijo enviado a salvar al mismo Saulo. Sin embargo, Ananías lo expresa muy bien: Como si Dios no lo supiera, le recuerda que aquel hombre es un peligro. Es una persona non grata en el pueblo y que a saber por qué se le ocurrió dejarlo en esa casa de la calle llamada Derecha. Ananías no cree que Dios es capaz de cambiar al hombre más duro y convertirlo en una ovejita. En una ovejita que necesitó que lo tomaran de la mano sus soldados ¿se imaginan? y lo llevaran a la entrada de la ciudad. Aquel gallardo perseguidor de los cristianos, aquel temible azote de los creyentes en Jesús, aquel hombre que antes de preguntar daba el golpe, ahora está totalmente inutilizado dentro de una casa en donde le dieron posada para que esperara las instrucciones del Todo Poderoso Dios que lo había parado en seco, como decimos en Guatemala.
Todos temblaban en el pueblo cundo supieron que su huésped era el temible Saulo de Tarso.
Sin duda -como siempre sucede-, habría quienes se pusieron a recordar las hazañas de aquel ingrato fariseo. Quizá se pusieron a recordar cuanta gente había sido encarcelada a causa de la maldad de aquel hombre que estaba haciendo temblar de pánico a los habitantes de aquella ciudad de Damasco. Quiero creer que se levantaron vigilias, ayunos y ruegos y oraciones a Dios para que por favor, ¡por favor, Dios! llévate a ese hombre de nuestra comarca. Tú sabes de quien te hablamos. Llévalo a otra parte y líbranos de todo mal amén…
Pero, ¿qué más podemos hablar del hombre que ahora está sentado, aislado y abandonado por sus soldados en un cuarto semi oscuro y con escamas en sus ojos que le impedían ver claramente su situación? ¿Qué más podemos decir de este suceso que cambió la vida y el rumbo de este hombre tan importante en el Nuevo Testamento?
Su pasado.
Como mancha de petroleo en el océano, el pasado de nuestras vidas hace que muchas personas, como dijimos en el artículo anterior, no crean que hemos sido salvados y transformados en otra criatura por el Poder del Espíritu Santo en nuestras vidas. No lo pueden creer por más que pase el tiempo porque siempre, para ellos, seguiremos siendo los ingratos, los malos de la película, los que no merecemos el perdón ni la misericordia de Dios.
Quien haya sido usted, lo que haya hecho, donde haya estado, esas cosas ya no importan cuando tiene un encuentro con Jesús. Él hace borrón y cuenta nueva. Sana su parálisis como al hombre de Betesda. Jesús rompe sus maldiciones generacionales. Le da el poder de hacer lo que no podría hacer antes. ¡Le da nueva vida por medio de su Poder transformador! Cuando Dios lo conforme en su presente, usted comenzará a salir de su zona del pasado y entrará en su zona de Gracia. Podrá decir las palabras de amor que antes no se sentía capaz. Podrá besar a sus hijos y nietos con un amor que nunca pensó sentir. Podrá perdonar las ofensas de los demás con la facilidad de una sonrisa. Podrá olvidar las llagas que produjo en aquellas personas de su pasado. Tendrá la fuerza para pararse sobre las cenizas del pasado que quieren volver y acusarlo de mal padre. O de mala madre. Por una razón:
Usted, como Saulo y como yo, ya no nos preocupará de lo que los demás piensen de nosotros ni de lo que ahora hacemos. Lo único que nos interesa ahora es qué opina Dios de su obra en nosotros. Eso es todo mis amigos. Salgamos entonces de ese cuarto oscuro de la calle llamada Derecha. Ah, y con nuevos ojos. Con nueva visión. Con nuevas fuerzas.
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