RUMORES

Números 16:12-14 “Entonces Moisés mandó llamar a Datán y a Abiram, hijos de Eliab, pero ellos dijeron: No iremos.  ¿No es suficiente que nos hayas sacado de una tierra que mana leche y miel para que muramos en el desierto, sino que también quieras enseñorearte sobre nosotros?  En verdad, tú no nos has traído a una tierra que mana leche y miel, ni nos has dado herencia de campos y viñas. ¿Les sacarías los ojos a estos hombres? ¡No iremos!”


Prestar oído a rumores es peligroso. 


Es un vicio que arrastra a muchas personas creyentes en el Señor y que alguien les gana la partida cuando se reúnen y empiezan a criticar el mensaje que se les predica, la forma en que se hace y el contenido del mismo. Por supuesto, son personas que ya no están contentas en la congregación y necesitan compartir con alguien más el veneno que corre por sus venas.


Esas personas no saben que están cayendo en una trampa que los llevará al fin del pozo de negrura en donde los sentidos son obnubilados por las cosas que se hablan en esas reuniones.  Es quizá por eso que Pablo que sufrió tanto de este problema en su tiempo, preguntó a sus amigos “¿qué hay, pues, hermanos cuando os reunís”?  Quizá le había llegado el informe que ciertas personas se estaban reuniendo para criticar, murmurar y despedazar el ministerio de este querido apóstol.


En mi experiencia, cuando una familia ya no se siente agradada con nosotros, cuando el mensaje se pone demasiado duro para ellos, cuando ya no pueden soportar que la Luz del Evangelio penetre las cavernas de sus almas y exponga su verdadera naturaleza pecaminosa disfrazada con el ropaje evangélico, optan por empezar a reunirse con otras personas para saber quien está en la misma condición y la levadura empieza a leudar toda la masa. Triste final para aquellos que quizá no estaban participando activamente en esos consejos complotistas, pero el escuchar comentarios hostiles hacia el liderazgo caen en ese agujero negro que también los arrastra a abandonar a sus amigos y líderes que les amaban.


Nadie quiere pecar solo. Cuando alguien cae en un pecado, su conciencia lo acusa tanto que necesita sentir que no está solo, es por eso que busca con quien compartir su mala conducta. Se sabe que los leprosos se juntan con los leprosos. Eso fue lo que sucedió con las hijas de Lot. ¿Recuerdan la historia de estas dos hermanas?  Cuando ya se encuentran instalados los tres, Lot y sus dos hijas en la ciudad a donde los ángeles les permitieron esconderse del fuego que consumió su ciudad, dice la Biblia que una noche, la hija mayor tuvo la aberrante idea de emborrachar a su padre para generar descendencia del único hombre vivo en aquella ocasión. 


Pasó una noche de placer hedonista y pecaminoso en la cama de su padre. Pero la cosa no terminó allí. Su pecado la atormentaba de tal manera que necesitaba sentir que no estaba sola en esa horrible aventura y buscó la forma de desahogar un poco la culpa. ¿Solución? Que su hermanita también pecara como ella. Que también su hermana pequeña tuviera la misma llaga para que no se atreviera un día a señalarle su miseria moral. Entonces, en Génesis 19:34 encontramos la invitación que la mayor le hizo a la menor: “Mira, anoche yo me acosté con mi padre; hagamos que beba vino esta noche también, y entonces entra tú y acuéstate con él, para preservar nuestra familia por medio de nuestro padre”


¿Lo notó?  La mayor no quería pecar sola. Necesitaba un alero para justificar su mala conducta y no encontró a nadie más que a su propia hermana menor. Asunto arreglado. 


Esto fue lo que sucedió en la tienda de Coré en aquella famosa historia del Antiguo Testamento en donde Coré convenció a sus amigos Datán y Abiram a que les acompañaran en su murmuración y crítica sobre Moisés, el líder del campamento. Si no lo cree, pregúntese: ¿De donde sacaron esos ingratos que Moisés los había sacado de Egipto, una “tierra que mana leche y miel”? ¿Acaso no eran esclavos en aquella tierra pues? ¿De que leche y miel están hablando? Esas ocurrencias solo suceden cuando un grupo de hermanos se reúnen a criticar, murmurar y destrozar los planes de bien que Dios tiene para nosotros. 


Cuando Moisés quiso arreglar cuentas con estos dos rubenitas que no tenían nada que ver con ese complot, ya sus mentes estaban trastornadas por las pláticas en el grupo de Coré el levita. Y la tierra cobró su impuesto. Todos fueron tragados vivos y enviados al Seol.


¿En donde empezó todo? Quizá cuando empezaron a reunirse a tomar el café de las cuatro de la tarde y se pusieron a “opinar” hacia donde llevaba Moisés la Iglesia. Olvidaron lo que había dicho el Señor: “Con ellos no coman…”


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