EL PECADO DE HOY
Eclesiastés 2:1 “Entonces me dije: Ven ahora, te probaré con el placer; diviértete”
La noticia sacudió a la sociedad europea. Nunca antes habían escuchado ni leído lo que estaba sucediendo en medio de ellos. Sin darse cuenta, un tsunami de violencia mental infantil estaba poniendo en grave peligro a sus hijos y nietos.
La noticia dijo: “Niño de seis años mató a tiros a sus dos padres porque le habían negado un celular…” ¿Un niño de seis años matando a sus padres? ¿Podrá haber una sociedad más animalizada a ese extremo? ¿Estamos viendo las consecuencias del pecado de los padres de hoy? No podemos negar la realidad que nos está rodeando. Un niño que acompaña a su madre al supermercado, en algunos minutos empieza a llorar porque ya no quiere estar allí. La madre comete el peor pecado que pudo cometer: Calma al niño dándole su celular para que se tranquilice. Parece que es un gran pecado que el niño llore. Parece que se comete una locura al permitir que el niño se aburra. Como que no tiene el derecho de estar triste, enojado, molesto y hasta llorón. Hay que calmarlo a toda costa. Y esa costa es el alto costo que se está pagando al darle una tableta o un celular para que se entretenga.
Ese, mis amigos, es el pecado de hoy.
No estoy hablando de pecados. En plural. Estoy hablando del pecado que muchos padres están cometiendo al llenar el pequeño y limpio cerebro de sus hijos que a temprana edad ya les están introduciendo veneno a sus neuronas. Los están llenando de circuitos nocivos para su edad y luego tendrán que llorar por el costo de los tratamientos médicos, si no la muerte y el desprecio que sus niños les tendrán cuando quieran negarles ese mal llamado “placer”.
Eso fue lo que descubrió el sabio Salomón en su libro Qohélet, el Eclesiastés. Se dio a la vida loca. Se entregó a los placeres más infames de su tiempo y sociedad. Se hartó de todo lo que la vida le podía dar para su felicidad y al final se dio cuenta que todo era una farsa. El ser humano no fue hecho para depender de las cosas materiales para ser feliz. Es una utopía pensar que las cosas que nos rodean nos harán felices. Eso es la mentira más disfrazada del diablo. Y en esto entramos los cristianos. El hedonismo, el placer efímero, las noches de juerga con los amigos, el sexo desenfrenado no nos dejan más que un sentido de frustración al día siguiente porque todo se esfumó con la noche.
Y eso es lo que sucede con los niños a quienes sus padres les están dañando su sentido de felicidad. Porque según ellos, para que su hijo se sienta bien, para que sea feliz y los deje tranquilos viendo sus programas de televisión, les dan su tableta o celular para que ellos, los adultos, puedan dedicarse a sus propias pantallas. Para tranquilizarlo no es necesario envenenarles sus sentidos. Se sabe que las redes sociales y los celulares se están volviendo aparatos adictivos incluso en los adultos. Vea a un grupo de hombres o mujeres en grupo y se dará cuenta que la mayoría no se ven a la cara. Parecen robots sonriendo a una pequeña cámara del celular o enviando mensajes a sus contactos que nunca quizá se han visto personalmente.
Un periodista colombiano hizo un experimento: Le ofreció dinero a una madre de una niña de doce años (lo vimos en un noticiero), para que le permitiera revisar su celular. La madre, creyendo que no encontraría nada en el historial de contactos y mensajes de su preciosa niña, se asombró cuando el periodista encontró un chat con un desconocido que se hacía pasar por un niño de la misma edad de su hija que le preguntaba si podía ser su novia. La respuesta de la niña en cuestión había sido positiva. Habían empezado a tener comunicación a otro nivel. Empezó a pedirle que le enviara fotos de ella en ropa interior, luego semi desnuda y al final la convenció de tomarse fotos totalmente desnuda.
El periodista, para terminar de demostrar el craso error de la madre al permitirle tener un celular a su única hija, le hizo una llamada al supuesto niño-novio de la chica haciéndose pasar por un encuestador y le preguntó al supuesto “niño” su edad para hacerle la encuesta. El interlocutor le dio su edad: cincuenta años. Era un depredador infantil. Un pornógrafo. Un embaucador de niños indefensos e inexpertos.
Pero lo que nos asombró a mi esposa y a mi fue la respuesta de la niña cuando la madre le preguntó por qué había hecho eso. La niña respondió: “Porque está de moda”.
¿Necesitamos más palabras, padres y madres, para se convenzan del terrible peligro al que exponen a sus pequeños permitiéndoles ser “felices” con un celular o tableta para que se tranquilicen? No cometan el peor pecado de sus vidas. Jesús puede perdonarles sus pecados, pero el pecado contra sus hijos ustedes los tendrán que sufrir y llorar. No lo duden.
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