LAS PERSONAS O EL DINERO

Génesis 14:21 “Y el rey de Sodoma dijo a Abram: Dame las personas y toma para ti los bienes”


La historia es de una secuencia hermosa. Hay que usar la imaginación despacio, leyendo entre líneas y poniendo todo el seso posible para poder comprender lo que está pasando aquí. Por supuesto, sin dejar de saber que sin la ayuda del Espíritu Santo que nos conduce a la Verdad, solamente leeremos lo que se dice en blanco y negro. 


Pero la Biblia es de una belleza magistral. Ni Hollywood con toda su parafernalia en tecnología y con las mentes más brillantes en fotografía e imaginación podrían haber hecho un guión como el que nuestro Dios nos legó en la vida de este gran hombre de fe.


Hubo guerra en aquella zona de Cades, en el antiguo territorio de Canaan. Cuatro reyes se aliaron para derrotar a cinco, entre ellos, a los reyes de Sodoma y Gomorra. Estos quedaron atrapados en unos pozos de asfalto y sus enemigos arrasaron con sus ciudades, llevándose cautivos a sus habitantes. Entre ellos iba el sobrino de Abram, el joven Lot. Cuando se lo dijeron al tío Abram, no dudó en salir en auxilio de su sobrino, que aunque era un poco malcriado e interesado en las cosas materiales, al fin y al cabo era su familiar más cercano y había que hacer algo por él en honor de su padre. 


Así que Abram salió victorioso. Venció a los reyes intrusos, rescató a su sobrino y todo lo que pertenecía a los reyes de Sodoma y Gomorra y regresó con la V de la victoria, con todos sus sirvientes completos, más el botín de guerra. 


Y aquí se pone buena la cosa, porque dice la Palabra que cuando el rey de Sodoma vio al victorioso Abram regresar con sus cosas, le quiere sacar un trato.  Hay que imaginarnos a Abram sudoroso, cansado por la batalla, con sus ropas llenas de polvo y quizá sangre seca de sus enemigos, con una sed espantosa y creo que con el estómago vacío por el tiempo que estuvo liberando a los cautivos.  Así que cuando el rey de Sodoma ya está a punto de empezar a hablar y negociar, se aparece entre ellos un Personaje misterioso, con una apariencia maravillosa, algo que a Abram se le antojó como Alguien muy superior al rey de Sodoma.  Se trata de Melquisedec,  Rey de Salem, que aparte de todo, era también Sacerdote de Dios.  Y se da un acontecimiento inesperado. Este Rey -dice la Escritura-, saca de algún lugar de su ropa, un bocado de pan y una copa de vino. Pero además le da algo que Abram no se esperaba: Una hermosa bendición oral: “Bendito sea Abram del Dios Altísimo…” Me parece ver a Abram inclinándose hacia el suelo donde tiene los despojos de los reyes intrusos: coronas de oro, pulseras finas, joyas, anillos, ropas espléndidas y piedras preciosas. Escoge lo mejor que tiene frente a sus ojos “y le da el diezmo de todo”. Melquisedec se retira con el diezmo. Y Abram se queda con sus siervos.


En ese momento, como en una imagen congelada, el rey de Sodoma aparece en escena y le presenta a Abram un trato: Génesis 14:21 “Y el rey de Sodoma dijo a Abram: Dame las personas y toma para ti los bienes”. ¿En donde está la perla escondida en este pasaje?


El rey de Sodoma no quiere dinero. A él no le interesa nada que sea espiritual. Él no imparte ninguna bendición ni acción de gracias al que se debatió en guerra con sus enemigos. A este rey no le impresiona la riqueza que Abram pueda ofrecerle. Tiene suficiente. Lo que a él le interesa son las personas. Son las almas humanas. 


Ese es Satanás. Entre líneas, le está diciendo a Abram, y por extensión a nosotros: quédate con todas las riquezas que puedas, pero dame tu familia. Quédate con tu diezmo pero dame a tu esposo para pervertirlo y hacerlo adúltero. Dame a tus hijos para homosexualisarlos. Quédate con tus riquezas pero dame a tu esposa para llenarle la cabeza de humo con telenovelas baratas, con sueños de artista, con ilusiones fantasiosas. Toma los bienes y dame a las personas bajo tu cuidado. Quédate con lo material y dame tu casa. Trabaja duro, gana tus batallas contra el sistema mientras yo me encargo de tu hogar. 


Con lo que no contaba el rey de Sodoma era que Abram era un hombre definido. Insobornable. Intachable. Un hombre que cuando hacía un trato no traicionaba la confianza puesta en él. Un hombre al que el dinero no le interesaba sino la bendición de un Dios que estaba empezando a conocer. Valoró más la bendición espiritual que la aparente bendición del dinero que corrompe. Por eso le dijo: “Oh, rey, llegaste tarde. Acabo de hacer un trato con Dios y ya le entregué lo que le corresponde. Además no quiero que tú digas que me enriqueciste. Lo lamento. No hay trato”.


¡¡Este Abram fue todo un héroe ejemplar!! Pero qué difícil imitarlo, ¿verdad muchachos? 

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