EL DICHOSO PERFUME

Mateo 26:6-8  “Y hallándose Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, se le acercó una mujer con un frasco de alabastro de perfume muy costoso, y lo derramó sobre su cabeza cuando estaba sentado a la mesa. Pero al ver esto, los discípulos se indignaron, y decían: ¿Para qué este desperdicio?…Porque este perfume podía haberse vendido a gran precio, y el dinero habérselo dado a los pobres”

Egoísmo puro. Envidia. Materialismo. Afán de control. Complejos de superioridad. Síndrome del hombre bueno. Muchas cosas como estas prevalecían entre los discípulos de Jesús. Algo que sigue existiendo en nuestros días. Porque ese problema no era un problema de alma del primer siglo. El hombre per se, sigue siendo el mismo desde que el pecado entró al mundo en Génesis.  Hombres y mujeres hemos caído en ese estadio conductual que solamente Jesucristo puede cambiar. Si es que lo dejamos, claro. Porque cínicamente le llamamos “Señor” y no hacemos lo que él dice.

Hace unos años presencié una acción como esta en contra de uno de mis amigos pastores. No sé en que momento se le ocurrió la brillante idea de comprarse un Pick Up que en ese entonces estaba de moda. Era un modelo de lujo. Color rojo brillante. Doble cabina y llantas de alto perfil. Supe que lo había comprado al crédito, solo para darse el gusto de tenerlo. 

Cuando lo supo su pastor general (así lo llaman en su organización), inmediatamente mandó a sus fiscales a averiguar de donde había sacado el dinero para comprar dicho mastodonte. El pastor general tenía un BMW de lujo. Pero -según sus enseñanzas-, todo pastor bajo su cobertura, no tenía derecho de aspirar a nada parecido. Si mucho, podía llegar a bicicleta pero nunca a igualarlo a él al atreverse a romper dicho paradigma. Lógicamente, a mi amigo pastor no le fue muy bien. Desde ese momento, en su sede central no le quitaron el ojo de encima hasta que le quitaron el templo que con mucho esfuerzo había construido, las ovejas que había ganado para Cristo y en una palabra, lo dejaron en la calle. El Señor lo ayudó a empezar de nuevo y hasta la fecha está luchando para levantar su precioso ministerio pastoral. He sido testigo de sus luchas y conflictos. Tuvo que abandonar su antiguo sistema religioso y permitir que el Señor lo guiara a pastos verdes. 

¿Qué había pasado? Que para su líder general, nadie, aparte de él tenía derecho de disfrutar las bendiciones que el Señor quiere darle a quien él quiera. Cuidado con querer tener lo que él tenía porque inmediatamente era acusado de ladrón o mañoso. Había que investigarlo y escarbarle sus finanzas personales. 

Eso fue lo que sucedió con la mujer del famoso perfume derramado en el Cuerpo de Jesús aquella famosa tarde en que Jesús había sido invitado a comer en casa de un fariseo. La mujer, agradecida por haber sido bendecida por Jesús al haber sanado su vida y haber sido liberada de sus problemas, decide ser agradecida. La única forma que ella tenía para mostrarle al Señor su agradecimiento, fue llevar lo mejor que tenía: Un frasco de alabastro en donde tenía un perfume tan fino que podría valer varios cientos de dracmas o dólares, como usted quiera. El problema no era el frasco roto. El problema no fue el perfume derramado. El problema fue a quien se le derramó. ¿Como se desperdicia este caro perfume en un solo hombre? ¿Acaso no hay allá afuera muchos pobres a quienes se les pudo bendecir con el dinero de la venta de ese fino producto?  ¿Cuanto pudo haber sacado esa impertinente mujer si hubiera vendido ese frasco y darle de comer a tantos hambrientos? 

¿Podemos ver el mismo síndrome de muchos líderes generales el día de hoy? ¿A quien se le ocurre que en vez de comprar más sillas para su iglesia se pone a comprar un Pick Up de lujo solo para él? ¡Por lo menos hubiera comprado un bus para llevar y traer miembros de la Iglesia!

Así son las cosas. No solo en el Israel antiguo pero también en nuestros tiempos modernos. No queremos que otros prosperen. Nos da envidia que un hermano pueda tener lo que nosotros no tenemos. Nos arde la sangre de ira al ver que otros pueden alcanzar sus metas mientras nosotros permanecemos en la mediocridad.  El frasco de alabastro era de la mujer. El perfume era de ella. Y por consiguiente, ella podía hacer con su frasco lo que quisiera. Y Jesús era su motivo de gozo. Pero sus discípulos, muy santurrones, la critican por el desperdicio. ¿Cual desperdicio? Haberlo derramado en el Cuerpo de Cristo. 

Imaginemos la escena: Los discípulos, “celosos de los pobres”, la critican, murmuran contra ella, le lanzan puyas de cólera, le expresan palabras peyorativas por su acto de generosidad y muchas cosas más. Nadie se esperaba la reacción de Jesús: ¿Por qué la molestan? ¿Y si ella en vez de hacerlo conmigo, lo hubiera hecho sobre ustedes? ¿Y si ustedes fueran los que disfrutaran de este dulce aroma de este perfume? ¿Harían lo mismo? ¿La criticarían por su acto de bondad? 

Nadie respondió. ¡Que raro! ¿Verdad? 


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