CARRO O COMIDA
2 Reyes 3:16-18 “Y él dijo: Así dice el SEÑOR: «Haced en este valle muchas zanjas». Pues así dice el SEÑOR: «No veréis viento, ni veréis lluvias; sin embargo ese valle se llenará de agua, y beberéis vosotros y vuestros ganados y vuestras bestias». Aun esto es poco ante los ojos del SEÑOR; también entregará en vuestras manos a los moabitas”
La historia se repite vez tras vez. Nos cuesta creer que Dios es más grande que lo que podamos imaginar. Además es Fiel por sobre todo. Lamentablemente, como se ha enseñado incansablemente, medimos a Dios con los marcos de nuestra niñez o según las enseñanzas de nuestros padres o abuelos.
El rey Josafat se asoció con Joram rey de Samaria para ir a una batalla. Estaban pasando por una cruel sequía y el agua era un gran problema. Consultaron con sus profetas y todos les dijeron que fueran a la batalla con lo que tenían a mano. Así que alistaron sus ejércitos, pero antes de salir, Josafat quiso confirmar aún más si era la Voluntad de Dios hacerlo o no. Pidió que buscaran a un Profeta verdadero. Apareció Eliseo que no tenía pelos en la lengua a la hora de decir la verdad y se da un pequeño confrontamiento. Pero al final predice algo que Dios le ha revelado para aquellos grandes señores:
2 Reyes 3:16-18 “Y él dijo: Así dice el SEÑOR: «Haced en este valle muchas zanjas». Pues así dice el SEÑOR: «No veréis viento, ni veréis lluvias; sin embargo ese valle se llenará de agua, y beberéis vosotros y vuestros ganados y vuestras bestias». Aun esto es poco ante los ojos del SEÑOR; también entregará en vuestras manos a los moabitas”
Dicho y hecho: Dios les dio agua y además la victoria sobre sus enemigos. Todo lo hizo milagrosamente según su Poder. Así es nuestro Dios. Rompe nuestros paradigmas, especialmente a los hombres -que como yo-, fuimos enseñados desde niños a esto o aquello. Es por eso que nos cuesta tanto creer que Dios es más Grande de lo que podemos imaginar. Como dije más arriba, medimos -con todo respeto- a Dios según nos enseñaron a medir a nuestros padres.
Le puse a este artículo el título que usted ha leído porque tengo una historia que contarle: A un hermano que conocí hace algún tiempo y que ya partió con el Señor, le sucedió un milagro que no pudo disfrutar. Y no lo disfrutó por el famoso marco de referencia que tenía incrustado en su cerebro. No es que fuera incrédulo como se dice, pero sí tenía problemas con la fe. Le costaba creer que Dios es un Dios de milagros completos. Nada a medias.
Así que un día que llegó a nuestra reunión, me llamó muy contento a enseñarme un carro que alguien le había regalado. Hacer algo así, ya de por sí es algo que no se da todos los días. El hermano muy emocionado con lágrimas en los ojos me contó la historia del dichoso carro. Yo le escuché, bendije al Señor e hice una pequeña oración allí en el parqueo de nuestra congregación, pero cuando terminé, el hermano me dijo algo que me quedó grabado en mis recuerdos pastorales. “Ahora, le dije a mi esposa -me contó el hermano-, que tenemos un carro para movilizarnos, tenemos que escoger: O usamos el carro o compramos comida”.
Me dolió. Con sus palabras hizo tan pequeño a mi Dios que me dieron ganas de darle un buen coscorrón. Pero no era mi asunto. El hermano no podía creer que si Dios le regaló un carro también podía darle gasolina, comida, vestido y todo lo demás. Comprendí que ese hermano creció en un hogar en donde todo era: “o esto o aquello”. O pantalón o zapatos. O tortilla o pan. O cuadernos o machete. Solo una de las dos cosas. Pero las dos cosas juntas…¡Jamás!
Eso fue lo que corrigió Eliseo a Josafat. Dios les dará agua en donde parece que no hay. Y además, les dará la victoria sobre sus enemigos. Porque nuestro Dios es así. Esto y aquello. Pregúntele a Salomón. No me pediste dinero ni fama sino solo sabiduría. Pues yo te doy sabiduría y además lo que no me pediste, le dijo el Señor.
Abro mi corazón ante ustedes: Al principio de nuestro matrimonio yo era así como el hermano del carro. Le di a mi esposa su anillo de matrimonio pero no hubo viaje de boda. Le compré su pastel de cumpleaños pero ya no hubo para su regalo. Años después la llevé de viaje a la playa con hotel pero no hubo un buen almuerzo. Porque yo también crecí con “esto o aquello”. Hasta que el Bendito Señor me rompió el frasco. Ahora disfruto lo que él hace por mi y mi esposa y ya no tengo que escoger nunca más si quiero esto o aquello. Señor, quiero las dos, tres o cuatro cosas. Tú sabes que lo quiero. Espero en ti. Si lo hiciste con Josafat puedes hacerlo también conmigo. Y quiero creer que Dios dice: ¡Amén!
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