SENTIRNOS VIVOS
Juan 15:5 “…porque separados de mí nada podéis hacer”
En la cultura del Segundo Templo, los grandes rabinos de Israel se hacían llamar “pámpanos” porque eran como un pámpano, lleno de jugosas uvas rebosantes de la sabiduría Divina para dictar las reglas con las que se conducía el pueblo que los escuchaba. Es decir, escuchar hablar a un “pámpano” era algo asombroso. Eran los eruditos de aquel tiempo. Lo asombroso es que aún siguen siendo los mismos en el nuevo rabinato de Israel. Son los expertos en el Talmud y sus enseñanzas.
Jesús, cuando los escucha, les hace una observación: Si, ustedes son los que se llaman “Pámpanos”, pero deben saber que Yo soy la Vid. Y separados de Mi, nada pueden hacer.
¿Cómo nos quedó el ojo a los que presumimos de grandes títulos y diplomas?
Tener vida no significa necesariamente vivir. Para vivir es necesario amar la vida, despertar día a día de nuestra apatía, no hundirnos en el sinsentido, no dejarnos arrastras por fuerzas negativas.
Los humanos somos seres inacabados, llamados a renovarnos y crecer constantemente. Por eso, nuestra vida comienza a extinguirse en el momento en que pensamos que todo ha terminado para nosotros. Conozco a un pastor que desde hace muchos años es mi amigo y mentor. Tiene aproximadamente unos cinco años de estar luchando contra un tipo de cáncer que a veces nos hace creer que ya le llegó la hora de presentarse ante su Señor a rendirle cuentas. Incluso su familia ha estado a punto de llamar a la funeraria para que hagan su trabajo tal ha sido el estado de salud tan quebrantado de mi conocido. Sin embargo, horas después de un tratamiento de quimio, aparece un anuncio en sus redes: “Este domingo predicaré en mi congregación”. A todos nos deja asombrados el enorme deseo de vivir de este hombre. Después de estar al borde del sepulcro, se levanta como el Ave Fénix y vuelve a su rutina diaria. Es que él tiene una confesión que está en Deuteronomio: “Escoge, pues, la vida”. Y esa ha sido su fuerza diaria. Carlitos -me ha dicho-, yo escojo vivir.
Hace unos años, el filósofo francés Roger Garaudy escribió que lo más terrible que le puede suceder a un hombre es “sentirse acabado”.
Es por eso que necesitamos cuidar en nosotros el deseo de vivir. Es un error pensar que todo se ha acabado y es inútil seguir luchando. Nuestra vida solo termina en el momento en que decidimos dejar de vivir. Otro error es replegarse sobre uno mismo y encerrarse en los propios problemas. Solo vive intensamente el que se a interesado por la vida de los demás. Quien permanece indiferente a todo lo que no sean sus cosas corre el riesgo de matar su vida. El amor renueva a las personas, el egoísmo las seca.
Es lo que nos enseña Jesus. Él no solo dio su vida por todos nosotros, pero también vino a enseñarnos como vivir. Nos trajo una nueva noticia que debemos experimentar a vivir como él vivió: Para los demás. Cuando practicamos en realidad la parábola del buen samaritano encontraremos la fuerza necesaria para seguir el camino que nos ha tocado recorrer. Solamente, repito, quien vive para los demás puede vivir para sí mismo y para Jesus que espera le imitemos. Es por eso que Jesus tuvo y nos puede dar vida en abundancia. ¿Acaso no fue eso lo que nos dijo? Yo he venido para que tengan vida, pero vida abundante. Lo que el César no podía darnos, lo hace él desde el fondo de nuestra fe.
A nadie se le puede obligar desde fuera a que crea en esto. Para descubrir la verdad de la fe cristiana, cada cual tiene que experimentar que Cristo le hace bien y que la fe le ayuda a vivir de una manera más gozosa, más intensa y más digna
Dichosos los que creen, no porque un día fueron bautizados ni porque asisten a una iglesia, mucho menos porque cantan coros de memoria, sino porque han descubierto por experiencia que la fe hace vivir. Y vivir en abundancia. Pero la verdad de todo es que separados de Él, nada podemos hacer. No es asunto de religión. No es asunto de filosofía. No es asunto de seminario teológico. Es asunto de fe. Nada más.
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