EL PRÓJIMO
Lucas 10:29 “Pero queriendo él justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?”
A Jesus le hicieron muchas preguntas. La gente lo veía como un maestro que enseñaba a vivir de manera sabia. Pero la pregunta que esta vez le hace un intérprete de la Ley no es una más. Lo que le pregunta aquel hombre preocupa a muchos aun hoy en día: ¿Y quien es mi prójimo? Es una pregunta que al final de un pequeño diálogo entre el hombre y Jesus se ha realizado.
El intérprete es un especialista en la Ley de Moisés. Se supone que tiene que tener todas las respuestas que los del vulgo le pudieran hacer. Pero ahora quiere probar la sabiduría de Jesus y se presenta ante él con la espada desenvainada, listo para un duelo que -según él piensa- ganará y dejará en ridículo al Señor. Como decimos en Guatemala, éste no sabe con quien se ha metido. ¿Listos?
Jesús lo pone en un brete cuando le cuenta la historia de un herido anónimo que está tirado en la orilla del camino. Pasa un sacerdote y, creyendo que el hombre está muerto, teme contaminarse y perder su empleo en el Templo. Lógico, pasa de largo. Que otros se encarguen de darle cristiana sepultura. Él no puede ni tiene la intención de detenerse a ver si se puede hacer algo por ese pobre.
De igual manera, dice Jesús, pasa un levita. Si usted nota, Jesus, al mencionar los oficios de los que pasan frente al herido sin hacer nada, son los representantes del amor, la bondad y la misericordia en Israel. Eran los heraldos de quienes se esperaba dieran el ejemplo de buenas obras. ¿Acaso no era eso lo que les había enseñado Moisés pues?
Sin embargo, este levita también pasa de largo. Pero fue aún más ingrato: Se cambió de acera. Se alejó lo más posible para que ni siquiera el olor del pobre lo contaminara. Según me han enseñado mis profesores de la Universidad Hebrea de Jerusalem, todavía queda un resquicio de esta clase de personas. Me dicen que son tan meticulosos en la “santidad” que antes de pasar frente a un basurero, calculan unos diez pasos de distancia para no pasar cerca de la basura. Prefieren dar un rodeo pero no ensuciar su cuerpo con fetidez ni nada que les pueda hacer daño en su relación con Dios. ¿Que les parece?
Así las cosas -sigue Jesus-, pasa un samaritano y lo ayuda. Lógicamente, al estudioso fariseo se le deben erizar los pelos de los brazos cuando escucha que uno de sus enemigos más acérrimos se inclina sobre el herido, lo levanta, le pone un poco de aceite en sus heridas y lo carga en su animal para llevarlo a una clínica que le queda en el camino para que el enfermero lo termine de curar. Como tiene que seguir su ruta, le deja dos denarios para que se cobre lo que gaste, luego, cuando regrese, le pagará todo lo demás que sea necesario.
Y aquí viene la cachetada final a este pobre fariseo que quiso avergonzar a Jesus con su pregunta retórica ¿quien es mi prójimo?
Porque Jesús le da vuelta al asunto y después de contarle la famosa historia, le hace la pregunta del millón de dólares: 10:36 “¿Cuál de estos tres piensas tú que demostró ser prójimo del que cayó en manos de los salteadores?”
¿En donde está la respuesta de Jesus que le tocó la llaga a este impertinente? En la frase: ¿Cual de estos tres piensas tú QUE DEMOSTRÓ SER prójimo…? ¿Ya lo vio? No es asunto de “quien es MI prójimo” sino “de quien SOY prójimo” Tengo que ponerlo en mayúsculas con permiso de la Escritura para poder demostrar en donde está y sigue estando el error de lectura en nuestras enseñanzas. No se trata de quien es mi prójimo, en quien me puede dar lo que necesito y deseo, se trata que de quien soy prójimo yo. A quien puedo ayudar. A quien puedo bendecir. A quien puedo tenderle una mano. Ese es el quid de la cuestión.
Hay dos lecciones escondidas en esta historia: Primera: nunca le preguntemos a Jesus algo que está claro y que no necesita mayor explicación. Podemos salir avergonzados como este letrado. Segunda: Practiquemos lo que se nos ordena: Y Jesus dijo: Amaos los unos a los otros, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos.
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