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 Lucas 10:37  “Y él dijo: El que tuvo misericordia de él. Y Jesús le dijo: Ve y haz tú lo mismo”


En mi artículo anterior les hablé del efecto de hacer una meta lectura escritural. Cuando leemos con ojos nuevos la parábola del Buen Samaritano encontramos la verdad oculta en esa historia tan hermosa y tan confrontante de la hipocresía evangélica y religiosa. 


Porque esa historia nos saca de nuestra alfombra de comodidad. Nos hemos hecho creer que a quien debo ayudar es a los que piensan como yo, que viven el evangelio o la religión como yo y muchas otras cosas más.  Pero en esa historia Jesus nos mueve nuestra zona de confort y nos lleva a un nivel más alto y más sublime de lo que es el amor de Dios derramado sobre aquellos que le aman y le obedecen.  Son dos cosas diferentes en sí mismas. 


Vivir el evangelio de Jesucristo es algo muy diferente que vivir el evangelio del pastor que nos enseña muchas veces de forma egoísta. No digo que todos ellos sean malos maestros, pero hoy hay una buena mayoría que enseñan a hacerse ricos y poderosos para no depender de nada ni de nadie, incluyendo al mismo Señor Jesus a quien dicen adorar. Hay una corriente de enseñanzas de varios pasos de como ser próspero, como ser empresario y dueño de casas, terrenos y cosas materiales. Hoy la bendición se mide por la marca de vehículo que sus miembros manejan. Por el barrio donde viven y por la ropa de lujo que exhiben. Por la marca de reloj que usan y por la loción que se echan encima cada mañana. 


Jesús enseñó lo contrario: Busquen primero el Reino de Dios y todas esas cosas vendrán por añadidura. Leámoslo bien: Esas cosas vendrán. Dios no nos quiere pobres. Es más, en Deuteronomio están las claves para ser bendecidos a más no poder.  Pero la bendición de Dios no entristece dice la Escritura, porque esa bendición no se termina. No se la roban los pícaros ni se las llevan las alas de la ambición. 


En la parábola del Buen Samaritano que escribí anteriormente, hay, al final, una orden de Jesus: Ve y haz tú lo mismo. 


¿Lo mismo de qué?


Lo mismo que hizo el samaritano. El supuesto apestoso para los sacerdotes y levitas de la historia. Porque este hombre, aún sin conocer quizá a fondo la Ley de Moisés, hizo no lo que ordenaba Moisés sino lo que ordenaba Dios. Los rabinos del Talmud  enseñaban: amarás a tu hermano y odiarás a tu enemigo. Esa era la razón por la que aquellos dos religiosos no quisieron ayudar al herido tirado en la orilla del camino. No era su hermano. No era de su clase. Es decir, no era de su congregación. 


Jesús pone el dedo en donde más nos duele: En la falta de amor. Ve y haz tú lo mismo que hizo aquel que no era de tu clase, de tu nivel. Ve y haz lo mismo, ten compasión, ten la ternura suficiente para darle pan al hambriento que lo pide en las esquinas de nuestra ciudad. Dale una ayuda a aquel niño que no tiene zapatos, ropa ni techo alguno. Anda, haz tú lo mismo. Si perteneces al Reino del Padre Celestial no puede ser que no hagas lo que él mismo hizo contigo cuando te presentó a Jesus nuestro Salvador.


Porque para Jesus, Dios y prójimo son inseparables.  No es posible amar a Dios y desentenderse del hermano. El riesgo de distorsionar la vida desde una religión egoísta es siempre grande.  Por eso es tan necesario recordar este mensaje esencial de Jesus. El amor a Dios que excluye al prójimo se reduce a mentira.  Si no amamos al prójimo, no amamos al Padre de todos.


La última palabra la tiene siempre el amor.  Está claro. El amor es lo que verdaderamente justifica nuestra existencia. La savia de la vida.  El secreto último de nuestra felicidad.  La clave de nuestra vida personal y social. Lo creamos o no, día a día vamos construyendo en cada uno de nosotros un pequeño monstruo de egoísmo, frialdad e insensibilidad hacia los otros o un pequeño prodigio de ternura, fraternidad y solidaridad con los necesitados  ¿Quien nos podrá librar de esa increíble pereza para amar con generosidad y de ese egoísmo que anida en el fondo de nuestro ser?  El amor no se improvisa, ni se inventa, ni se fabrica de cualquier manera. El amor se acoge, se aprende y se contagia. Es una refracción del Amor de Dios en nuestras vidas.


Ve y haz tú lo mismo. 

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