ENFERMEDAD MAL DIAGNOSTICADA (Pte. 2)
Marcos 10:22 “Pero él, afligido por estas palabras, se fue triste, porque era dueño de muchos bienes”
La “enfermedad del dinero” es silenciosa. Sus síntomas ponen de manifiesto un desarreglo interior de la persona, pero poco a poco puede arruinar la vida entera del enfermo robándole la alegría de vivir.
Esta enfermedad se va agravando en la medida en que la persona va poniendo como objetivo supremo de su vida el dinero y lo que el dinero puede dar. Se convierte, sin saberlo quizá, en su dios proveedor. Y la paradoja es que ese dios lo convierte en su esclavo.
Sin darse cuenta, el enfermo termina por reducir su existencia a ser reconocido y admirado por su dinero, por la posición social que ocupa o por el nivel de vida que se puede permitir.
Entonces el dinero se convierte poco a poco en lo único importante. Algo que se antepone a la ética, al descanso, a la amistad o al amor. Y la vida termina por arruinarse en la insatisfacción constante, la competitividad y la necesidad de ganar siempre más.
Si la persona no sabe detenerse, poco a poco irá cediendo a pequeñas injusticias, luego a mayores. Lo que importa es ganar a toda costa. Llega un momento en que el corazón se endurece y la codicia se va apoderando de la persona, aunque casi siempre permanezca disimulada bajo apariencias respetables. Se esconde bajo los aromas de un caro perfume.
El remedio no consiste en despreciar el dinero, sino en saber darle su verdadero valor. El dinero que se gana con un trabajo honrado es bueno. Es necesario para vivir. Pero se convierte en nocivo si domina nuestra vida y nos empuja a tener siempre más y más, solo por poseer y conseguir lo que otros no pueden.
¡Cuántos matrimonios han acabado en los juzgados por el dinero! ¡Cuántos hijos han matado a sus padres por el dinero! ¡Cuántas mujeres han fracasado moralmente al casarse por dinero! Bien lo dijo Jesús: La raíz de todos los males es el amor al dinero. No es el dinero, es el amor al mismo.
Cuando esto sucede, se puede caer en el vacío interior, la nostalgia de un pasado en el que, con menos dinero, se era más feliz, o el temor a un futuro que, a pesar de todas las seguridades, parece siempre amenazador.
La manera sana de vivir el dinero es ganarlo de manera limpia, utilizarlo con inteligencia, hacerlo fructificar con justicia y saber compartirlo con los más necesitados.
El hombre de nuestra historia según Marcos, arrugó la frente ante la respuesta de Jesús “vende todo y da el dinero a los pobres” y pesaroso se marchó vacío porque era muy rico.
Está demasiado enfermo. El dinero le ha quitado libertad para iniciar una vida más sana. En contra de lo que solemos pensar, tener mucho dinero no es una suerte, sino un problema, pues fácilmente cierra el paso a una vida más humana.
Es por eso que Jesús nos enseña a dar. A dar sin cansancio, porque cuando damos algo de lo nuestro a los pobres, en realidad estamos restituyendo lo que no nos corresponde totalmente.
Escuchemos las palabras de Ambrosio: “No le das al pobre de lo tuyo, sino que le devuelves lo suyo. Pues lo que es común es de todos, no solo de los ricos… Pagas, pues, una deuda, no das gratuitamente lo que no debes”
El hombre rico de la historia, se aleja de Jesús lleno de tristeza. El dinero lo ha empobrecido, le ha quitado libertad y generosidad. El dinero le impide escuchar la llamada de Dios a una vida más plena y más humana. “Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios”. No es una suerte tener dinero, sino un verdadero problema, pues el dinero nos impide seguir el verdadero camino hacia Jesús y hacia su promesa del reino de Dios.
Quizá suene mal, pero cito a Facundo Cabral con una de sus bellezas literarias: “Pobrecito mi patrón, el cree que el pobre soy yo…”
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