NO NOS EQUIVOQUEMOS

 Marcos 6:7 “Entonces llamó* a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos…”


Una de las cosas que los pastores ignoramos no se si a propósito o porque nadie nos lo ha enseñado, es que cuando Jesús nos envía a pregonar su Palabra y a cuidar su rebaño, debemos tener en cuenta varios aspectos. 


Uno de ellos es nuestra forma de vida.


No se trata de ser esenio y apartado de todo. Tampoco se trata de ir mal combinado en la ropa. Tampoco mantener un semblante serio que en vez de dar un buen mensaje da miedo. Mi profesor me enseñó que la belleza del individuo es el equilibrio.


En este pasaje en donde Marcos nos habla de la misión a la que Jesús envía a sus discípulos les dice que no lleven muchas cosas en su viaje. Que vayan con lo necesario. No más equipajes inútiles. 


Pero lo que me llama la atención de estas instrucciones que, por extensión son para nosotros hoy en día, es que Jesús les dice algo que muchos de nosotros hemos olvidados o no le hemos puesto atención.


En primer lugar, ¿quienes son ellos para actuar en nombre de Jesús?  ¿Cuál es su autoridad?  Según Marcos, al enviarlos, Jesus “les da autoridad sobre los espíritus inmundos”.  No les da poder sobre las personas que irán encontrando en su camino.  Les da autoridad para liberarlas del mal.  Y es aquí en donde la iglesia ha fallado. Porque todo se ha hecho a la inversa. A los demonios se les deja en paz, mientras que el “poder” se ha usado en contra de las personas. Líderes que exigen pleitesía de sus miembros, líderes que exigen que les carguen sus maletines cuando llegan a la iglesia, que piden prebendas y ponen una canasta frente al púlpito para que el “día del pastor” les lleven víveres para celebrarles su día. 


Jesús no pensó en nada de eso.  Jesús está pensando en un mundo más sano, liberado de las fuerzas malignas que esclavizan y deshumanizan al ser humano.  Sus discípulos introducirán entre las gentes su fuerza sanadora. Hacer que la gente derrame su corazón frente al altar y que dejen allí sus traumas, conflictos y dolores que traen desde la juventud. Que sean liberados y sanados pues.


Jesús los envía para que se abran paso en la sociedad no utilizando un poder dominador, sino humanizando la vida, aliviando el sufrimiento y haciendo crecer la libertad y la fraternidad. Sanar esos matrimonios a punto de la quiebra, sanar a esas mujeres golpeadas no solo por la vida paupérrima que muchas veces han vivido, pero también de los golpes que su esposo les provoca no solo físicamente, pero también moralmente. Sanar a esos hombres que cuando fueron niños abusaron de ellos y ahora que son adultos no saben cómo expresar el amor si no es a golpes de palabras o de puños.  Esa es la función de la iglesia a donde Jesús envió a sus discípulos.


Jesús les dice además  que solo llevarán “bastón” y “sandalias”.  Jesús los imagina como caminantes.  Nunca instalados.  Siempre de camino.  No atados a nada ni a nadie.  Solo con lo imprescindible.  Con esa agilidad que tenía Jesús para hacerse presente allí  donde alguien lo necesitaba.  El báculo de Jesús no es para mandar, sino para caminar.


No llevarán “ni pan, ni alforja, ni dinero”.  No han de vivir obsesionados por su propia seguridad.  Llevan consigo algo más importante: El Espíritu de Jesús, su Palabra y su Autoridad para humanizar la vida de las gentes.  Curiosamente, Jesús no está pensando en lo que han de llevar para ser eficaces, sino en lo que no han de llevar.  No sea que un día se olviden de los hijos de Dios y vivan encerrados en su propio bienestar.  Apoltronados frente a sus cámaras enviando mensajes reciclados haciéndose creer que están llegando “a todo el mundo”.


¿Nos atreveremos alguna día a hacer en el seno de la Iglesia un examen colectivo para dejarnos iluminar por Jesús y ver cómo nos hemos ido alejando de su espíritu casi sin darnos cuenta?  ¿Sin darnos cuenta que ahora, en el tercer siglo la Iglesia ya no es la Esposa del Cordero sino una empresa comercial a la que solo le faltan las siglas S.A.?

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