DEJEMELOS TRANQUILOS

Marcos 3:3  “Y dijo* al hombre que tenía la mano seca: Levántate y ponte aquí en medio”


Todo es cuestión de perspectiva.  Y de formatos. De programas. Nada debe salirse del “orden” establecido por nuestros razonamientos teológicos. Lo que para nosotros es desorden, para el Espíritu Santo es orden. ¿Quien tiene la razón en estos casos? 


Eso me dijeron en una congregación de cierto barrio de este hermoso país a donde fui invitado para dar un mensaje de sanidad.  El pastor supo que había varios enfermos entre sus ovejas y me pidió que llevara un mensaje de consolación. Pero solo eso. Por favor, pastor Berges, no me vaya a desordenar el culto, me dijo. Déjemelos tranquilos (a las personas). No me los vaya hacer llorar. 


Después, durante la comida de las consabidas pupusas, le pregunté por qué para él no era permitido llamar a la gente herida, enferma y llenas de tristeza al frente del Altar para ser ministrados con la Palabra de consuelo que el Señor quería darle al pueblo y que regresaran a sus casas con un poco más de esperanza y descargados de sus dolores.  Su respuesta me dejó quieto: Es que en nuestra institución nos prohiben hacer ese tipo de demostraciones. 


Escribo esto porque me dolió la respuesta del pastor. Para él era más importante regirse por un manual eclesiástico que por la misma Palabra de Dios. Para su institución a la que pertenece es más importante mantener el “orden” en el culto antes de sanar a sus enfermos. Que lloren en sus casas pero no en la iglesia. Que no haya escándalos de esa naturaleza. Prohibido mostrar emociones. Todos quietos aunque por dentro se estén consumiendo de dolor y angustias.


Eso no es nuevo. Ya pasó hace siglos en una sinagoga a donde Jesús llegó un sábado en la mañana. ¿Se imaginan? Los fariseos y encargados de la sinagoga mantenían un orden estricto entre sus miembros. Nada de ruidos. Nada de suspiros ni lágrimas.  Ese día sábado, para ellos -los fariseos-, era prohibido trabajar. Jesús entra como si nada y lo primero que ve entre los asistentes es a un hombre con una mano paralizada. Eso le impedía hacer su trabajo. No podía llevar pan a la mesa de sus hijos. Estaba inhabilitado para sembrar y cosechar su campo. Era un fiel creyente en el Dios de Israel pero sus maestros y pastores le habían prohibido pedir sanidad porque los sábados Dios no trabaja. El problema era que a la sinagoga  no se asistía sino solo los sábados. Por lo tanto, estaba condenado a vivir de la mendicidad. Sus hijos no podían disfrutar de sus juguetes ni sus comidas ni de sus pasteles de cumpleaños. Su padre estaba lisiado. No hay remedio. Que se aguanten. 


Y -cuándo no-, llega Jesús con una pregunta incómoda: ¿Qué hacemos? ¿Observamos fielmente la ley y abandonamos a este hombre o lo sanamos rompiendo la ley? Todos se callan.  En el fondo de su corazón es más importante mantener lo que establece la ley que preocuparse de aquel pobre hombre.  Jesús los mira dolido y bastante molesto. La ley es necesaria para la convivencia política o religiosa.  Jesús no la desprecia, pero la ley ha de estar siempre al servicio de la persona y de la vida. El orden no basta.  No es suficiente decir: “Ante todo, orden y respeto a la ley”.


Y aquí viene el “desorden” del que me hablaba el pastor que me invitó: Jesus le dice: “Levántate y ponte en medio”. Los fariseos lo están acechando. ¿No es una provocación colocar a un enfermo en el centro de la sinagoga y en sábado? ¿No es poner al hombre en el lugar de Dios?  Jesús les reta a todos. ¿Obedecemos la ley  o curamos a este hombre? Porque el deseo de Dios es sanar. ¿Acaso no vino su Hijo a sanar a los enfermos, a los cojos, ciegos, mudos y sordos pues? ¿Acaso no vino Jesús a sanar mujeres abandonadas, lastimadas por sus crueles maridos que las dejan con sus hijos a cuestas?  ¿A las que sangran constantemente por una enfermedad de años? ¿A las que necesitan una palabra de consuelo y de amor?


¿Qué hubiera hecho Jesús con el pastor que me prohibió llamar a la gente al “frente” para orar por ellos? ¿Qué hubiera dicho Jesús de esas pobres gentes que entran y salen de un culto bien “ordenado” pero con su dolor provocando ansiedad, frustración y soledad?  Por eso, queridos compañeros, es falsa la vivencia de la religión que lleva a desentenderse del sufrimiento humano. La iglesia es la única Institución creada por Dios para llevar sanidad, liberación y restauración al ser humano sin que les cueste nada. Solo la Sangre del Cordero que se les predica cada domingo.  Creo que es hora de empezar a leer las Escrituras con ojos nuevos. Y, sobre todo, obedecer lo que nos dijo Jesús: “Ejemplo os he dado”. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

LA NIÑERA Y SUS "BUENAS" INTENCIONES... (Parte 1)

DESATADLO Y DEJADLO IR. (Jn. 11:44)

PASAS Y MANZANAS