COMPRENDIENDO A JESUS
Marcos 2:18 “Los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando; y vinieron* y le dijeron*: ¿Por qué ayunan los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos, pero tus discípulos no ayunan?”
Hay que ser muy ignorante de las Escrituras para cuestionar a Jesus con respecto a sus enseñanzas. La religión institucional nos ha hecho tanto daño que no aceptamos que el vino nuevo sea echado en odres nuevos. Seguimos siendo los mismos odres viejos que no permitimos que el Señor nos revele cosas que ojo no vio ni oído oyó.
Y es que a los líderes evangélicos no nos gusta que nos muevan nuestra alfombra de comodidad religiosa. No hay cambios ni en nuestro modo de pensar mucho menos en nuestras conductas. De ninguna manera reflejamos la Imagen del que nos creó para su Gloria. Continuamos reflejando la imagen de nuestros maestros de teología o nuestros mentores. Nada ni nadie nos mueve de allí. Ni siquiera nos permitimos escuchar algo que pueda venir de Dios. Es mejor ignorar que ser confrontados con nuestra vieja manera de pensar.
Los escritos de las primeras comunidades cristianas destacan con mucha fuerza la novedad que para ellos representa el mensaje y la actuación de Jesús. Con él se inicia una nueva alianza con Dios. Él introduce en el mundo el nuevo mandamiento del amor. Es portador de un espíritu nuevo y una vida nueva. Hace posible al esperanza de conocer un día un nuevo cielo y una tierra nueva. Solo él puede decir: “Todo lo hago nuevo”.
Esta novedad exige nuevos esquemas mentales, nuevos modos de actuación, nuevas formas y estructuras que estén en sintonía con la vida y el espíritu que trae consigo Jesús. No se debe mezclar lo nuevo con lo viejo en un intento equivocado de armonización. El nuevo Espíritu lo ha de impregnar todo.
Esa es la tragedia de nuestro cristianismo. Nuestra vida se configura según los criterios y esquemas de una sociedad que no está inspirada por el evangelio. Pretendemos seguir a Jesús sin conversión. El evangelio no logra introducir un cambio de nuestro estilo de vivir.
Creemos en el amor, la conversión, el perdón, la solidaridad, el seguimiento a Jesús, pero vivimos instalados en el consumismo, la búsqueda egoísta de bienestar, la indiferencia ante la Verdad que vino a enseñarnos nuestro Maestro, el Señor Jesús.
Necesitamos dejarnos trabajar más por la gracia del evangelio en nuestras vidas, en nuestros hogares y lugares de trabajo o estudio para mostrar realmente que hemos sido discipulados por la Palabra de Dios y no por nuestros deseos egoístas. Esa gracia que es capaz de introducir una ruptura en nuestra vida, para no seguir viviendo como siempre. No lo olvidemos. Un cristianismo hecho de componendas y arreglos, con una vida superficial y egoísta, no es exigente, pero tampoco infunde alegría en los corazones.
Los antiguos fariseos del Segundo Templo habían agregado tantas reglas a la Torah de Dios, que no se dieron cuenta que cada vez que agregaban un nuevo “cerco” a esa Palabra, se iban alejando más y más de lo que Dios había dicho en su Palabra. Con razón Jesús vino y desarmó todo ese andamiaje religioso de estos señores cuando les dijo: “En vuestra ley está dicho… pero yo os digo”. Claro, al igual que hoy, no les gustó nada ese estilo de enseñanza. Era vino nuevo. Y sus odres viejos no lo soportaron.
Tenemos que volver, como dice la Escritura: A las sendas antiguas. Quitar todo ese envoltorio en lo que hemos puesto la Palabra de Dios que es Verdad, y diferenciar bien a Jesús de su contemporáneo Juan Bautista. Porque el mensaje del Bautista se concentra en el anuncio de un juicio terrible de Dios. Nadie podrá librarse. La única salida es hacer penitencia y volver al cumplimiento de la ley para huir de la “ira de Dios”. Juan se retira al desierto a hacer penitencia. Nunca cura enfermos. No bendice a los niños. No acoge a los leprosos ni perdona a las prostitutas. No expulsa demonios. Todo es juicio, fuego y hacha. Hay que vivir de manera ascética y penitente teniendo como horizonte ese juicio divino.
Jesús fue su antagonista. No doctrinal pero si en experiencia. Lo primero es el gozo. La libertad. Quitar el yugo. Vamos a unas bodas, muchachos y vamos a reír con los que ríen. Jesús vino para que tengamos vida en abundancia. No que tengamos todo ese peso legalista y doloroso en nuestras vidas. Él vino a libertar a los cautivos de la religión oxidada y rechinante.
Es por eso que mucha gente no acepta a Jesús. No lo ven en nuestras vidas. Prefieren su viejo estilo de vida pero no se arriesgan a vivir subyugados por las deudas, los divorcios y la violencia que ven en los hogares en donde se dice que adoran al Dios de la Biblia, pero con sus hechos lo niegan. Necesitamos un cambio, mis amigos, un cambio de dentro hacia fuera. Empezando por nosotros los que decimos conocer al Maestro.
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