ESCUCHAR SOLO A JESUS
ESCUCHAR SOLO A JESUS
Marcos 9:7 “Este es mi Hijo amado; a Él oíd…”
Cada vez tenemos menos tiempo para escuchar. Si, oímos todo a nuestro alrededor, pero escuchar, escuchar no lo hacemos. Quizá por eso el Shemá israelita no dice “oye, Israel…”, sino “escucha, Israel”, porque en el sistema hebreo la palabra que se utiliza para hacernos obedecer es “escucha”, no simplemente oye. Se da por sentado que quien escucha obedece. Asunto de traducción. Simple y llanamente traducción.
Por ejemplo: En Apocalipsis se repite una y otra vez en las cartas enviadas a las iglesias: El que tiene oído para oír que oiga. No es así. Lo que Juan escribió originalmente es: El que tiene oído para escuchar, que escuche. Para que obedezca lo que el Espíritu dice a la iglesia.
Cambia la cosa ¿no les parece?
Siguiendo con mi tema de este día, repito que no sabemos acercarnos con calma y sin prejuicios al corazón del otro. No acertamos a acoger el mensaje que todo ser humano nos puede comunicar. Encerrados en nuestros propios problemas, pasamos junto a las personas, sin apenas detenernos a escuchar realmente a nadie. Se nos está olvidando el arte de escuchar. Porque no solo se escucha con los oídos, también se escucha con los ojos.
Por eso tampoco resulta tan extraño que a los cristianos se nos haya olvidado, en buena parte, que ser creyente es vivir escuchando a Jesús. Sin embargo, solo desde esta escucha nace la verdadera fe cristiana. La fe viene por el escuchar la Palabra de Dios, no simplemente oír. Ya lo corrigió Pablo: No seamos solo oidores sino hacedores.
En el Monte de la Transfiguración, los discípulos se asustan al sentirse envueltos por las sombras de una nube, solo escuchan estas palabras: “¡Este es mi Hijo amado: escuchadle a él!” La experiencia de escuchar a Jesús hasta el fondo puede ser dolorosa, pero es apasionante. Escucharlo no es lo que nosotros habíamos imaginado según nuestros tópicos. Sus palabras se nos escapan a la razón. Sin darnos cuenta, sus palabras van arrancando cosas que estaban en nuestro interior sin que nos diéramos cuenta.
Según la historia contada por Marcos, Jesus toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, los lleva aparte a una montaña y allí “se transfigura delante de ellos”. Son los tres discípulos que, tal vez, ofrecen mayor resistencia a Jesus cuando les habla de su destino doloroso de crucifixión.
Pedro ha intentado incluso quitarle de la cabeza esas ideas absurdas. Los hermanos Santiago y Juan le andan pidiendo los primeros puestos en el reino del Mesías. Ante ellos precisamente se transfigura Jesus. Lo necesitan más que nadie.
De pronto, en medio de la nube, la confusión y el entramado de la historia, Elías y Moisés aparecen conversando con él. Todo invita a intuir la condición divina de Jesus, crucificado por sus adversarios, pero resucitado por Dios. Pedro reacciona con espontaneidad: “Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres enramadas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. No ha entendido nada. Por una parte, pone a Jesus en el mismo plano y al mismo nivel que a Elias y Moisés. A cada uno su tienda.
Y es cuando Dios mismo lo corrige: Este es mi Hijo amado. Cuidado Pedro, a mi Hijo no lo confundas con nadie. Escuchenle a El. Incluso cuando no les guste lo que les diga. Si habla de la cruz, del reino o del cielo, escuchen. Si les habla de su pecado, de su maldad y de sus falencias, escuchen.
Tenemos que tener mucho cuidado con confundir a Jesus con el pastor por muy guapo que sea. Por mucho verbo que exponga. Por mucho carisma que tenga. No, discípulos, cuidado con confundir a Jesus con el hombre del púlpito. Solo Jesus es el Hijo amado del Padre, todos los demás, profetas y maestros, teólogos y jerarcas, doctores y predicadores, tenemos el rostro apagado. No hemos de confundir a nadie con Jesus. Solo él es el señalado por Dios para darnos vida eterna. Su palabra es la única que hemos de escuchar.
Lo importante no es creer en Moisés ni en Elías, sino escuchar a Jesús y oír su voz, la del Hijo amado. Lo más decisivo no es creer en la tradición ni en las instituciones, sino centrar nuestra vida en Jesus. Vivir una relación consciente y cada vez más comprometida con Jesucristo.
Solo entonces se puede escuchar su voz en medio de la vida, en medio del conflicto, en medio del divorcio, en medio de la tragedia, en medio de la enfermedad. Porque Jesus no ha enviado la enfermedad, él está con el enfermo para susurrarle sus promesas de sanidad.
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