SICLAG

 1 Samuel 30:2 “…y se llevaron cautivas las mujeres y a todos los que estaban en ella, grandes y pequeños, sin dar muerte a nadie; se los llevaron y siguieron su camino”


Hace unos años fui invitado a participar de un retiro de pastores a un campamento situado en Chalatenango. Fueron dos noches y tres días los que pasé junto a otros siervos del Señor aprendiendo Palabra, siendo ministrado por los directores de dicha actividad y durante esas horas aprendí mucho sobre la Escritura y los testimonios que se contaron en las habitaciones que compartíamos con otros hombres de Dios.


Lógicamente, fui con la venia de mi esposa quien se quedó en casa esperando mi regreso. Pero nunca me imaginé lo que estaba por venir.  Cuando llegó el día del regreso, empecé a llamar a mi esposa para informarle que ya iba de regreso a casa pero su celular no estaba conectado. No respondía a mis llamadas.  Una y otra vez traté de comunicarme con ella pero no logré ninguna comunicación.


Como casi siempre ando de viaje por el interior del país llevando la Palabra de Dios a otras congregaciones, siempre tengo a mano el teléfono de otros hermanos para poder comunicarme con mi esposa y avisarle que voy de camino por si algo fallara con su teléfono. Ellos me harían el favor de hacerle saber que todo estaba bien y que pronto estaría en casa.


Cuando logré comunicación con uno de mis hermanos para que hiciera el favor de avisarle, mi sorpresa y susto fue que quien me respondió en ese momento me informó que mi esposa estaba ingresada de emergencia en un hospital de la ciudad. Se imaginarán el tremendo estrés al que fui sometido y la urgencia de llegar al hospital para estar al lado de mi esposa. 


Un dolor repentino en el vientre se agravó tanto que se convirtió en una emergencia que necesitaba operación. El apéndice había llegado a su fin y la emergencia no se hizo esperar. 


¿Qué pasó por mi mente en aquellos momentos? Culpa. Acusación. Impotencia. Condenación y otros sentimientos negativos más. No hallaba respuestas a mi situación que por andar en un retiro pastoral dejé abandonada a mi esposa, sintiéndome responsable por su estado de salud. Por supuesto que ella en ningún momento me hizo sentir acusado. Todo salió bien y el río volvió a su cauce.  Pero no olvido aquella amarga experiencia. 


Algo igual le pasó a David. Si, a David, el futuro rey de Israel. El hombre guerrero, el cantautor de los Salmos que glorifican al Señor. Pero que en el fondo, también fue un hombre como nosotros. Lea su experiencia:


David era un hombre conforme al corazón de Dios, pero tenía una naturaleza caída que es evidente en las Escrituras. David y sus guerreros regresaron de la batalla y encontraron que los amalecitas habían quemado sus casas en Siclag y se habían llevado a las mujeres y los niños.


Si bien David aún no había sido coronado rey oficialmente, Dios ya lo había ungido para ser rey y asumir las responsabilidades reales para los demás. Sin embargo, él cometió el costoso error de dejar a las mujeres y los niños vulnerables al enemigo. La Escritura dice que David y sus hombres lloraron hasta que no tuvieron fuerzas para llorar más. Hay un lugar para la angustia por el costo de los errores o el pecado. De hecho, que Dios nos dé la fortaleza para llorar por el quebrantamiento.


Sin embargo, las dificultades de David estaban lejos de terminar. 1 Samuel 30 dice que los hombres estaban tan afligidos por la situación que comenzaron a hablar sobre apedrear a David. Si bien David tuvo que asumir cierta responsabilidad por el resultado de su elección, la decisión no había sido maliciosa y apedrearlo no era la respuesta correcta. Además de esto, la familia de David también había sido capturada y él estaba afligido por sus propias pérdidas. 


Hubiera sido tan fácil para él ver la injusticia de la situación y arremeter contra los hombres.


En cambio, la Escritura dice que en medio de su angustia, “David se fortaleció en Jehová su Dios”. David fue honesto acerca de su fracaso, pero descansó en el asombroso poder de la misericordia de Dios. Una vez que se hubo fortalecido en privado en la presencia de Dios, David dio un siguiente paso muy importante. Le dijo al sacerdote Abiatar que le trajera el efod, que era la cubierta de un sacerdote. Como padre, esposo y líder, sé que la tentación debe haber sido salir corriendo a recuperar a su familia robada. Sin embargo, David aprendió la lección de no moverse sin buscar primero la voluntad de Dios en oración.


Esto me habla poderosamente de no depender de mis estrategias o mi conocimiento para hacer retroceder la oscuridad espiritual. Solo Dios tiene el poder de vencer la oscuridad, y Él conoce el camino al triunfo. Tal vez usted esté lidiando con situaciones intensas, algunas en las que incluso puede tener parte de la culpa. El poder redentor de la bondad de Dios permanece; Dios es fiel aun en los momentos en que nosotros no hemos sido fieles.

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