DOS CLASES DE TORMENAS
Mateo 8:24 “Y de pronto se desató una gran tormenta en el mar, de modo que las olas cubrían la barca…”
Mi esposa y yo vivimos en un edificio de apartamentos ocupando uno de los niveles superiores. Las ventanas principales tienen vista hacia el cerro San Jacinto, Los Planes de Renderos y parte del área del lago de Ilopango. Es una vista maravillosa que el Señor nos permite disfrutar.
En estos tiempos de lluvias y tormentas, cuando observamos el horizonte las vemos llegar a nuestro lugar con tiempo de antelación, y nos preparamos para cerrar bien las puertas de vidrio y ventanas para evitar que el agua penetre nuestras habitaciones.
O sea que esas tormentas no nos afectan porque las vemos venir y eso nos permite estar preparados.
Pero hay una clase de tormentas para las cuales no tenemos ni el tiempo ni la forma de saber que llegaran a nuestras vidas. Son las tormentas que nos atacan de pronto, esas cosas oscuras que nos agarran desprevenidos, cuando menos las esperamos y nos caen con todo su peso hasta hacernos sentir casi anegados no solo de dolor y sorpresa pero también de temor.
Son esas tormentas que Dios permite en nuestras vidas para mostrarnos algún área de nuestra vida que necesita ser pulida, que necesita ser mejorada y la única manera de mostrarnos cuales son, es estar en medio del huracán, en medio de la tormenta que empapa de miedo y terror nuestra fe, nuestra fragilidad y nuestro orgullo.
Eso le pasó a los discípulos aquella famosa noche en que iban en la barca hacia “el otro lado”. Al otro lado de sus vidas, al otro lado de sus esperanzas, al otro lado de sus vidas estables y bien condicionadas. Dice la historia que de pronto se levantó una tormenta que les puso en que pensar. Remaron, se esforzaron para dominarla y salir airosos con la experiencia de los viejos lobos de mar. Pero incluso ellos, con todo ese bagaje de experiencia marítima, no pudieron vencerla.
No. Porque esta tormenta no era como las que ellos conocían. Como las que yo veo venir hacia nuestro edificio con antelación. Esa tormenta que los acosó por horas, no era como las que ellos ya habían aprendido a dominar a base de esfuerzos y conocimiento. Esta que se ha desatado de pronto, amenazando con hundir no solo su barca pero también sus vidas, sus sueños y sus esperanzas, es una tormenta enviada por Dios para mostrarles que todo su conocimiento y experiencia, ante las vicisitudes de la Voluntad de Dios no valen nada. Que se necesita el Poder del Señor para calmarlas. Que nada podemos hacer sin Él.
Las tormentas son buenas. Son necesarias para la vida del cristiano que realmente quiere crecer. Para que, aquellos que anhelan un conocimiento más cercano del Señor, puedan alcanzar las alturas de la fe, de la confianza ciega en su Palabra y sus promesas.
Las tormentas nos limpian, nos fortalecen, nos alimentan y nos maduran. No son enviadas para destruirnos sino para enseñarnos grandes y poderosas lecciones que de otra manera sería difícil que aprendamos. En el yunque del dolor se forjan los caracteres más firmes y duraderos. El hierro se forja con el hierro.
Cierto agricultor le pidió a Dios que le permitiera manejar a su gusto el clima de su espacio para poder sacar una mejor cosecha de sus sembrados. Dios se lo concedió. De manera que el agricultor, cuando necesitaba agua, hacía llover un poco sobre sus tierras. Cuando necesitaba sol, hacía que saliera y calentaba sus terrenos. Cuando necesitaba frío, hacía que el sol se ocultara y las nubes ocuparan su espacio. Al final de la temporada, cuando fue a ver sus frutos, se encontró que todo había sido un fracaso. Había perdido todo su esfuerzo y su siembra. Fue con Dios y le reclamó por qué no había dado resultado el experimento.
Dios le respondió: Recibiste lo que querías. Manejaste el clima a tu sabor y antojo. Pero no hiciste que llegaran tormentas sobre tu sembrado. Las tormentas hubieran ahuyentado las aves que se comen la semilla. Hubiera eliminado las plagas que matan la raíz. Hubieran fortalecido la tierra para producir más abono. Hubieran eliminado los gusanos y escarabajos que se esconden en las hojas. Evitaste las tormentas.
Él sabe por qué necesitamos de cuando en cuando un par de tormentas en nuestras vidas.
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