¡CUIDADO MAESTROS!
Santiago 3:1 “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos un juicio más severo”
Eran remilgados. Les encantaba la fama y disfrutaban de recibir elogios de sus pupilos. Habían hecho una ley que decía que si en una batalla, caían prisioneros uno de ellos y uno de los padres de sus estudiantes, a quien debían rescatar era a a su maestro antes que al padre, porque el padre los había traído al mundo material, pero ellos -sus maestros-, los llevaban al mundo eterno.
No cobraban ningún salario por sus enseñanzas, pero obligaban a que los recibieran en sus casas y los atendieran a cuerpo de rey para que no les faltara ningún sustento. Exigían que se les atendiera servilmente por sus alumnos y que hicieran lo imposible para que los hicieran sentir cómodos.
Si por casualidad, entraba la noche y ellos estaban en algún hogar recibiendo atenciones, tenían el derecho de utilizar la mejor habitación y sus muebles aunque perteneciera a uno de los ancianos padres o abuelos de sus alumnos.
Se abrogaban el derecho de sentarse a la mesa y ser los primeros en ser servidos con los mejores alimentos de que disponía esa casa. Eran abusivos, pedantes, insoportables, iracundos y uno que otro, mal hablados. Cierto, se conocían al dedillo las Escrituras y sabían como manejar cada palabra escrita por Moisés y eso mismo los hacía irresponsables con sus alumnos.
¿De quienes estoy hablando?
De los maestros de la Ley de Dios en Israel. Cada uno de ellos tenía su propia academia y les gustaba escoger de las mejores familias pudientes a sus hijos como estudiantes porque tenían a su disposición los recursos financieros y sociales de esa familia la que sabían manejar con mucho tino, bajo amenaza de no seguir enseñando a sus jóvenes hijos y prepararlos para su Bar Mitzvá de vital importancia para cada joven que llegaba a la edad de doce años si no se les concedían sus exigencias.
Es por eso que Santiago advierte a los judios de su tiempo, y a nosotros por extensión, que tengamos cuidado de no “hacernos maestros” de otros sin haber sido llamados por Dios. Es una profanación del ministerio de Maestro que el Señor ha designado a algunos hombres conocedores de su Palabra pero bajo la autoridad del Espíritu Santo quien es quien en realidad enseña los misterios de su Palabra.
Hoy tenemos en la Iglesia también pastores que se aprovechan de los bienes materiales de las ovejas que el Señor ha puesto bajo su cuidado. Acostumbran pedir dinero, relojes, bienes materiales y exigen cierta pleitesía hacia ellos y sus familias para vivir acomodadamente sin importar que miembros de su congregación carezcan de lo más mínimo para vivir bien.
A ellos se dirige Santiago y aclara que es peligroso levantarse como maestro bajo esos términos porque el juicio que recibirán será más severo que para cualquier otro pecado que se cometa en un ministerio. Eso nos enseña que Dios es Celoso de su pueblo. En los profetas encontramos muchas advertencias contra esa clase de pastores que abusan de la débil y exprimen los bienes de los corderos puestos bajo su cuidado.
Santiago no está prohibiendo el ministerio de Maestro según Efesios, lo que está poniendo en la mesa es el peligro de que alguien que ha sido levantado con ese hermoso ministerio crea que tiene derecho de aprovecharse de los miembros de una congregación y hacerse sentir el último de su especie, con tal de granjearse prebendas que no le pertenecen o que sean atendidos servilmente por algunos hombres que a veces acostumbran acercarse a ellos y querer ser sus ayudantes o asistentes y eso eleva el ego del pastor creyendo que el servicio que le prestan es a él per se, y no al Señor a quienes están sirviendo.
Escuché decir a un pastor en alguna ocasión dirigiéndose al cuerpo de servidores de su congregación: “ustedes no le sirven a Dios, me sirven a mi” Y, lo peor de todo es que solo se escuchó un sonoro “Amén”. Esa congregación ya había caído en las garras de un maestro del que habla Santiago. Por supuesto, el tiempo demostró su error cuando ese servidor cayó en adulterio y fue abandonado por todos aquellos que le servían a él y no a Dios.
Peligroso nombrarnos con un ministerio que no nos ha sido dado por la Gracia y Misericordia de nuestro Señor, ¿no es así?
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