EL LLAMADO

Marcos 1:16  “Y Jesús les dijo: Seguidme…”


No lo conocían. No sabían quien era él. Nunca lo habían escuchado hablar. Solo sabían que algún día aparecería el Señalado por Dios y  que haría maravillas entre ellos, su pueblo.


Imagínese usted su propia vida: Usted está trabajando en su labor diaria. Ocupado en sus quehaceres no tiene tiempo para distraerse con nada. De pronto, aparece un hombre vestido de ropas extrañas, con una mirada profunda y cristalina como el mar, barba de varios días y con una voz como no había escuchado nunca que le dice: “sígueme…”.  Solo eso. 


¿Qué haría?


Debió haber sido una experiencia traumática, sorprendente y extraña la que sintieron los hermanos Simón y Andrés cuando aquel Extraño pasó frente a ellos y sin previo aviso, sin hacer ruido ni ademanes extraños, les expresó una sola orden: “Síganme y les haré pescadores de hombres…” Y dice la Escritura según Marcos, que al instante dejaron sus redes, dejaron sus trabajos y sus planes y le siguieron.


Y empezaron una maravillosa aventura de fe, de sorpresas, milagros y extrañas situaciones no solo estos dos hermanos pero también el resto de compañeros que Jesús fue llamando en su camino por el mar de Galilea.


Y es que el llamado que Jesús nos hace todavía nos deja estupefactos. No podemos negarnos a seguirlo si de verdad hemos puesto la mano en el arado como él mismo nos dijo. Lo inexplicable -y no tiene nada que ver con William Shatner-, es que así como Pedro, Andrés y los demás no saben definir ese llamado tan fuerte que sintieron cuando Jesús mencionó sus nombres, así mismo sucede con muchos de nosotros.


Yo estaba viendo la televisión una noche despreocupadamente, sin esperar nada sorpresivo, la estaba viendo por inercia, por costumbre, cuando de repente aparece un trovador argentino hablando de un poema que captó mi atención.  Hablaba de que los pobres eran bendecidos, que el Reino de los Cielos era para los necesitados, que eran bienaventurados los que lloran y cosas por el estilo. En mi interior empezó a bullir algo extraño que nunca había sentido. Captó tanto mi atención que puse todo mi interés por escuchar al nombre del autor de aquellos versos que cuando llegó al final solo recuerdo que mencionó un nombre: Mateo.


Y empezó mi búsqueda de aquel poema. Nunca había abierto una Biblia, por lo tanto no sabía de qué Mateo estaba hablando el trovador Cabral. Sin embargo, sin yo conocerlo ni saber su existencia, el Espíritu Santo me fue guiando por el sendero de la verdad hasta que me presentó La Verdad. 


Entonces lo conocí. Y, como Pedro y Andrés en aquella playa; olorosos a sal de mar, a pescado y a sudor, escucharon su Voz y dejaron sus redes, así mi vida dio un vuelco cuando esa misma Voz llegó al fondo de mi corazón.


Yo también dejé mis redes rotas, mis planes que no valían nada. Mis sueños. Mis proyectos. Mis tres cajas de cigarrillos diarios.  Algunos de mis vicios. El vicio de ver la saga de películas del exorcista, la necesidad de buscar brazos de mujeres extrañas, lechos ajenos, camas adúlteras, besar labios impuros, abrazar cuerpos de mujeres comprometidas, tocar cuerpos que no eran mios, las mentiras que todos hacemos, los engaños que nos persiguen, los versos que mienten, el hábito maligno de provocar el llanto de dolor en los amores que no eran ciertos, dejé la indiferencia del dolor de abandonar amores espurios, lágrimas hipócritas y mentirosas, promesas falsas que nunca iba a cumplir y muchas cosas más que prefiero no recordar.


El Llamado de Jesús, como el que sintieron Pedro y Andrés aquella famosa y creo que nunca olvidada mañana bajo el sol de Galilea, se repitió no en una playa de arenas blancas, con el mar de fondo y el cielo resplandeciente de Israel. No, el llamado a mi vida vino en forma de versos, en una pantalla de televisión en blanco y negro, observando y escuchando a un poeta asesinado en las calles de Guatemala, quien de cierto nunca se imaginó que su voz estaba llegando al fondo de un corazón lleno de necesidad de amor. Pero de un amor del que nunca se vuelve atrás. De ese Amor que quien lo bebe, nunca más volverá a tener sed…


Ese es el Amor de Jesús. Él me llamó solo para eso: para amarme. Yo no era pescador. Yo era el pescado…

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