CUARENTA Y SEIS vs. TREINTA Y OCHO
Juan 5:5 “Y estaba allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo…”
¿No se ha preguntado usted por qué Jesus escogió al enfermo más viejo de aquel grupo del estanque para sanarlo? ¿Por qué escogió al que llevaba treinta y ocho años enfermo? Algún misterio debe haber para que Jesus haya hecho ese milagro en la vida de aquel desdichado.
Para empezar, debemos saber que Jesus no se relacionaba con masas anónimas sino con personas, y por eso ha singularizado a uno de sus miembros en representación de todos. Es por eso que busca a este paralítico del estanque que llevaba 38 años enfermo, y no tenía nadie que le auxiliara. Parece como si Jesus hubiese escogido el caso más desesperado de todos ellos.
La larga duración de su enfermedad es paralela a la larga duración de la reconstrucción del templo, 46 años. Desde su camilla en la sala llena de enfermos del Templo, el paralítico había sido testigo de su renovación esplendorosa sin que le aportase ninguna curación ni beneficio.
Aquellos enfermos no tenían ningún acceso al templo. La concepción de la pureza ritual marginaba religiosamente a quienes ya la enfermedad había marginado socialmente. El estigma religioso venía a recrudecer los estimas sociales. Estas categorías de enfermedades corresponden a las taras mencionadas en Lv. 21:18, que prohiben participar en el culto de Israel: “Ningún hombre que tenga defecto corporal puede acercarse…”
Estos enfermos arrastran el peso de su miseria y además se les impide participar en la vida social de la gente, y lo que es peor aún, se les margina del culto. A estos proscritos precisamente se dirige el evangelio. El sistema religioso del campo es incapaz de aportar salvación a aquel hombre que llevaba tullido 38 años.
Ahora hablemos un poco del paralítico:
Juan 2:20 “Entonces los judíos dijeron: En cuarenta y seis años fue edificado este templo…” ¿Cuantas personas pasaron con sus martillos, piochas e instrumentos del trabajo de albañilería que se desarrollaban frente a este estanque? ¿A cuantos sacerdotes este viejo enfermo había identificado pasando frente al estanque sin siquiera darles una mirada de compasión? Treintiocho años viendo pasar gentes con materiales de construcción para embellecer el Templo, añorando quizá ser parte de uno de ellos pero con tristeza darse cuenta que nadie había reparado en esa pléyade de enfermos, cojos y paralíticos que los observaban desde sus camillas sin que ninguno de ellos sintiera ni una pizca de compasión hacia ellos.
Para los enfermos del estanque, la sociedad los había marginado de tal manea que eran los “intocables”, los parias a quienes no se les podía dar la mínima atención porque eran vectores de virus, bacterias y toda clase de enfermedades contaminantes. Mientras más lejos de ellos mejor.
Nadie se había dignado acercarse al paralítico en esos 38 años. Sin embargo él había visto paso a paso como el templo había sido reconstruido para la Gloria del Señor. Es decir, a pocos pasos del estanque, estaban los sacerdotes, los levitas y los muebles del Altar en donde se hacían los sacrificios diarios sin que nada les sucediera a ellos. Nada del templo les benefició durante todos esos años. Ningún sacerdote se había dignado verlos por lo menos desde lejos para darles una pequeña mirada de compasión y esperanza.
Hasta que llegó Jesus. Todo cambió cuando llegó Jesus preguntando cuanto tiempo tenía de estar postrado. Cuantas horas en soledad, cuantas noches de tristeza, cuantos días en un sentimiento de aislamiento esperando día tras día que alguien del templo se apiadara de él. Por eso, la llegada de Jesus fue un parte aguas para la vida de este tullido que había perdido toda esperanza de vivir en libertad.
No se cuanto tiempo ha pasado en su vida esperando que alguien posara sus ojos en usted. No se cuantas décadas ha estado usted esperando que alguien de todos los que pasan a su lado le den una mirada de amor, una palabra de fe, una pequeña porción de cariño y respeto. No se cuantos años ha esperado usted que alguien se acerque para preguntarle cuanto tiempo lleva esperando la sanidad de su corazón, la sanidad de su aflicción, la sanidad de sus noches de vigilia esperando un milagro.
No se desespere. Ya llegará Jesus y -como el paralítico de nuestra historia-, le dirá que tome su lecho, tome su tristeza, tome sus lágrimas y camine hacia un horizonte de vida abundante. Ya lo verá. No claudique en su espera. No pierda sus esperanzas ni su fe.
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