EL SABIO Y LA HOJA

 1 Corintios 2: 16  “Porque ¿QUIÉN HA CONOCIDO LA MENTE DEL SEÑOR, PARA QUE LE INSTRUYA?”



A veces creemos que somos más sabios que Dios.  A veces creemos que cuando Dios hace algo que no nos parece, tenemos el derecho de corregirlo como lo hacemos con cualquiera de nuestros hermanos o amigos.


Comprender los caminos del Señor es casi imposible. Se necesita una relación muy íntima que quizá algunos de los santos de la antigüedad lo lograron, y eso, con riesgo de tomar caminos equivocados muchas veces.


Hay una historia de nos puede servir de ilustración al tema que estamos tratando:


Un sabio caminaba con sus estudiantes por un sendero boscoso.  De pronto vieron que de un árbol caía una hoja de colores verdes, hermosa, llena de vida, la cual fue a posarse delicadamente en el camino por donde ellos iban a pasar.


Uno de los estudiantes le preguntó a su maestro: ¿Por qué el árbol dejó caer esa hoja tan llena de vida? Y entonces el sabio se detuvo frente al árbol y le preguntó: ¿Por qué dejaste caer esa hoja tan hermosa y llena de vida?  ¿Que mal te estaba provocando? El árbol le respondió: Yo no tengo nada que ver con eso, fue el viento el que sopló tan fuerte que la hoja no resistió su fuerza y se soltó de mis ramas.


El sabio entonces increpó al viento: ¿Por qué soplaste tan fuerte como para hacer caer esa hoja del árbol siendo como está, llena de vida? Y el viento le respondió: Yo no tengo nada que ver con eso, un ángel del Cielo me ordenó que soplara fuerte en ese momento y la hoja no soportó mi fuerza y cayó al suelo.


Nuevamente el sabio volvió a preguntar, esta vez al ángel: Ángel, ¿por qué ordenaste al viento que soplara tan fuerte como para que la hoja se soltara del árbol y cayera a tierra?  El ángel le respondió: Yo no tengo nada que ver con eso. Dios me ordenó que le dijera al viento que soplara fuerte para que la hoja se soltara del árbol y cayera en el sendero.


El sabio, necesitado de saber más, le preguntó al Señor: Dios, ¿por qué le ordenaste al ángel que le dijera al viento que soplara fuerte sobre el árbol provocando que esa hoja cayera al camino, estando tan llena de vida y color?


Dios le respondió: Levanta la hoja del suelo y me dices que ves.  El sabio hizo lo que Dios le ordenó y levantó la hoja.  Debajo de ésta, había un gusanito que se había guarecido bajo la hoja para protegerse del calor del día. El sabio le respondió al Señor: Lo que veo es un simple gusanito que se está protegiendo del calor del día bajo la hoja.


¿Ves? Le preguntó el Señor al sabio. Ese simple gusanito clamó a Mi porque le ayudara a guarecerse del calor del día porque ya no tenía fuerzas para llegar a la sombra del árbol. Su urgencia de sombra hizo que él me pidiera ayuda para no morir calcinado. Y yo lo escuché y he tenido compasión de él, es por eso que le dije al ángel que le dijera al viento que le ordenara al árbol que dejara ir a esa hoja que tienes en la mano. 


Todo para salvar a un “simple” gusanito que también es parte de mi creación.  Por lo tanto, tú que te dices ser sabio, no sabes nada con respecto a mi que soy el Dios del Universo.


Bien. ¿Que tiene que ver esto con nosotros? Ah, si Dios se apiada de un “simple” gusano y lo salva de una muerte por inanición, ¿cuanto más hará por nosotros que no solo somos su creación pero también somos sus hijos?  


Comprender la Mente de Cristo no es nada fácil. La mejor manera de conocerla es permitir que él sea Dios y nosotros quedarnos callados, cerrar nuestros labios y no declarar palabras necias que no sabemos si estamos entristeciendo a nuestro Señor y Dios. 


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