EL QUE ESTÉ CONMIGO

 Éxodo 32:26  “se paró Moisés a la puerta del campamento, y dijo: El que esté por el SEÑOR, venga a mí”


Siempre que hay una crisis moral, espiritual o de fe, el Señor hace una pregunta: ¿Quién está conmigo?  Todo porque el ser humano, incluyendo una buena parte de evangélicos de este tiempo le han dado la espalda al Dios que los ha bendecido, escogido como una nación santa y para ser sus testigos.  Las conciencias de muchos se han materializado de tal manera que se están olvidando de los mandamientos y preceptos del Dios de quien dicen depender.


Es fácil engañarse con los espejismos que el mundo ofrece.  O por nuestros propios deseos de vivir independientes de Dios a menos que tengamos una necesidad que no podamos resolver entonces, acudimos a Él en busca de ayuda la cual muchas veces ya no encontramos por haberle dado la espalda en los tiempos de bonanza.


Eso sucedió en el desierto en los tiempos del éxodo. El pueblo había estado cautivo por cuatrocientos años en Egipto, sufriendo azotes, trabajos forzados, hambre y desnudez. Clamaban día y noche porque Dios les enviara a un salvador, alguien que los liberara de ese yugo de esclavitud.  La promesa había sido dada a Abram años antes pero han pasado muchos años desde entonces y en vez de ser liberados por el instrumento que Dios había prometido, más las cosas se ponían feas. Estaban en crisis y eso les hacía clamar por ayuda.


Y la ayuda divina llegó. Llegó en la persona de uno de los suyos. De un niño nacido en el mismo mundo que ellos, sentenciado a muerte aún antes de nacer. Echado al río Nilo para guardarle la vida y adoptado por la hija del Faraón de ese momento. Criado en el palacio y enseñado en las artes y leyes del país que azotaba y subyugaba a sus hermanos.  Educado en los asuntos de palacio, aprendió el idioma del país y las costumbres de ese mundo. 


Pero él sabía que no pertenecía a ese mundo. Él sabía que en su interior bullía sangre hebrea. Solo era momento de esperar a que ésta brotara y entonces todo sería distinto.  Y ese momento de ebullición llegó. Cometió un delito penado con la muerte y tuvo que salir huyendo a una tierra extraña. Cuarenta años después, una zarza ardió en su camino y hubo un diálogo entre este fugitivo y el mismo Dios. Fue enviado a Egipto a liberar a sus hermanos. 


No, no fue fácil la tarea. Hubo intrigas entre los mismos dirigentes espirituales de su pueblo. Hubo engaños por parte de faraón. Hubo mucho trabajo intelectual que hacer para lograr que la promesa del Señor se cumpliera. Pero lo lograron. Los hermanos Moisés y Aarón cumplieron el deseo de Dios de sacar a libertad a su amado pueblo. Los llevaron por el desierto, soportaron insultos, ultrajes y abusos. Soportaron tentaciones de acabar con los rebeldes pero pudo más la pasión por el perdón que la venganza. Hubo noches largas de dudas y tormento. Hubo muchas lágrimas derramadas por la impotencia de poder convencer a ese pueblo que era Dios su Señor y no los ajos y las cebollas. 


Exactamente como hoy. La Iglesia se va al mundo tan fácilmente que exaspera ver a sus miembros mezclarse con la sociedad que los engulle con sus engaños y fantasías. Creo que no hay un solo pastor sincero y comprometido con su llamamiento que no se haya hecho la misma pregunta que yo: “¿Estoy haciendo lo correcto, Señor?, ¿será que no he sido un buen pastor para predicar tu Palabra? ¿en qué he fallado para que tu pueblo en cualquier fiesta del mundo abandone tu adoración y alabanza y se vayan tras los placeres del mundo? ¿será, Señor, que no he insistido lo suficiente para enseñarles tus mandamientos? 


Fue lo que Moisés quizá se preguntó cuando bajó del Monte con las Tablas de la Ley y los encontró adorando un ídolo. Adorando a un dios que no era el Dios verdadero. Su enojo fue tan grande que destrozó las Tablas contra la roca y los mandamientos quedaron hechos pedazos por la mala conducta de sus hermanos. No eran dignos de recibir ese regalo. Lástima. Y fue cuando hizo la pregunta que encabeza este escrito: “El que esté por el SEÑOR, venga a mí”. Es decir, todo aquel que todavía adore a mi Dios, todo aquel que sirva a mi Dios, todo aquel que crea en mi Dios, que venga a mi lado. 


Y es lo que Jesus pregunta en este tiempo: “Todo aquel que aún crea en Mi que se una a mi. Aquel que no se haya inclinado a dioses extraños y falsos venga a mi lado. Aquel que no ha besado ídolos ni haya olvidado lo que mi Padre ha hecho por su bien, venga a mi. Aquel que está conmigo venga y juntos saldremos en victoria.

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