A UNOS SI, A OTROS NO.
Génesis 40:14 “…solo te pido que te acuerdes de mí cuando te vaya bien, y te ruego que me hagas el favor de hacer mención de mí a Faraón, y me saques de esta casa…”
La desesperación, la lucha por superarnos, el afán de lograr sueños y metas personales y toda una serie de situaciones muy humanas, nos hacen a veces caer en dolores más agudos, tratos de Dios hacia nuestras vidas que no nos explicamos.
Es difícil, como pastores, líderes de Iglesia, empleados de alguna compañía o asistentes a alguna congregación no desear tener un estilo de vida mejor que el que podemos tener. Cuando vemos a otros hombres de Dios que prosperan, tienen su gran congregación, edificios que cumplen con sus sueños, sus cadenas de televisión y emisoras de radio, la mayoría de nosotros podemos caer en la tentación de querer imitarlos.
Y, cuando no logramos llegar a ese nivel, fácilmente nos sentimos defraudados por Dios cuando vemos que en nosotros no se cumplen esos deseos. Podemos orar, ayunar, hacer préstamos al banco con tal de lograr lo que queremos imitar de otros y las puertas se nos cierran, nos niegan el crédito o caemos en falsas expectativas financieras y quedamos endeudados a veces por años por haber cometido la imprudencia de querer tener lo que otros tienen.
No puedo negar que a veces no me explico como hay pastores que fácilmente consiguen préstamos en el banco para comprar terrenos, edificios y construir sus mega iglesias, las que siempre se mantienen llenas de personas que cada domingo asisten a sus cultos. No puedo negar que a veces me he sentido triste, e incluso, he creído que yo no soy llamado por Dios para ejercer el “supuesto” ministerio que he creído tener de parte de Él.
A esto hay que agregarle la amarga pregunta que casi todos los pastores nos hacemos mutuamente cuando hay algún encuentro: “¿Cuantos miembros tiene usted, pastor?” y no me ruborizo al contarles que a veces esa pregunta nos obliga a inflar las cifras con tal que nos vean como pastores de algún éxito. Esa pregunta es ingrata porque veces nos obliga a ser descaradamente mentirosos. No queremos que nos vean débiles o fracasados.
Sin embargo, ese caso no es de nuestra época. No es exclusivo de nosotros los pastores. En las Escrituras tenemos dos ejemplos de lo que escribo:
Cuando Jacob está a punto de encontrarse con su hermano Esaú después de varios años de ausencia, le avisan que va a su encuentro con cuatrocientos hombres. Jacob no olvida la amenaza de su hermano: "Lo mataré por robarme la primogenitura". Ahora llegó el tiempo del temido encuentro.
¿Qué hace Jacob para aplacar la ira de su hermano?
Le envía dos ofrendas sustanciosas. Quizá con eso logre ganarme su perdón, se dice él mismo. Al día siguiente, Esaú ve las ofrendas y perdona a su hermano. Todo se ha arreglado, los hermanos quedan en paz y Jacob puede seguir su camino a su tierra.
Pero en otra Escritura tenemos a otro hombre de Dios que interpretó el sueño de un copero del rey de Egipto. Se trata de José que está en la cárcel después de haber estado de servidor en la casa de Potifar y su esposa se enamora de él y lo acusan falsamente de violación. Todo es mentira y José se siente triste y dolorido por la injusticia hacia su vida. Dos servidores de Faraón tienen un sueño cada uno y José se los interpreta. Usted conoce la historia.
Cuando José le interpreta el sueño al copero de que le perdonarán la vida, José le pide "acuérdate de mi y háblale bien al Faraón por favor para que me saque de esta cárcel". Pero el copero se olvidó de José y quedó preso dos años más. ¿Por qué a Jacob se le permitió usar ofrendas para que su hermano lo perdonara y a José no le permitió el Señor hacer lo mismo?
Respuesta: Hay cosas que para unos es permitido hacer y para otros no. A muchos de nosotros -pastores-, no se nos permite hacer lo que hacen otros. A algunos de nosotros, para quienes Dios tiene otro llamado diferente, no se nos permite repetir conductas que no son para nuestro linaje. Una es la gloria del sol, otra la de la luna dice la Escritura. No podemos copiar o imitar lo que otros hacen para su propio crecimiento -cualquiera que sea-, porque el llamado de cada uno es diferente al otro. Conociendo este misterio, podemos descansar en que Dios sabe a quienes les permite sus triunfos y a nosotros nos permite lo propio. Así de sencillo. Con eso nos evitaremos dificultades, dudas y sinsabores en nuestra vida y ministerio.
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