NUESTROS FRACASOS
2 Crónicas 20:12 “…y no sabemos qué hacer…”
Si usted, como yo, ha estado en algunos momentos sin saber qué hacer ante ciertas circunstancias, temores, miedos y pagos urgentes, y hace su inventario y se da cuenta que no alcanza a cubrir lo que necesita, bien venido al club del rey Josafat.
Josafat era rey. Tenía todos los recursos necesarios para ir a la guerra en el momento que ésta se presentara. No necesitaba, digamos, de tanta ayuda del Señor. Soldados a granel. Armas de última generación para su tiempo. Generales estrategas para armar cualquier ataque al enemigo. Y, sobre todo, contaba con la Presencia de Dios que le había dicho a través del profeta que él estaría a su lado siempre.
Entonces: ¿por qué sintió miedo cuando los moabitas, amonitas y los meunitas se aliaron para pelear contra él y entró en pánico? ¿Cómo es que siendo tan poderoso y bendecido por Dios ahora que tiene que enfrentar a tres poderosos ejércitos que no lo superaban ni numéricamente ni en capacidad militar el hombre se pone a temblar? Tenemos que buscar la aguja en ese pajar para poder encontrar la respuesta.
En el capítulo anterior, el profeta Jehú sale al encuentro de este bendecido rey y le llama la atención por algo que había hecho mal. Se había aliado con un rey impío solo para quedar bien con él. Es decir, para mantener la buena imagen ante sus amigos, este rey había hecho alguna alianza con los incrédulos. Con los que no adoraban al solo y único Dios de Israel. Eran paganos, adoradores de ídolos y alejados del estilo de vida en santidad.
Seguramente, como usted y como yo en algunos momentos, este famoso rey se sintió cómodo con esas amistades. Eran alegres, chabacanos y sus fiestas eran alegres. Música, mujeres, vino de todas clases y hasta bufones para que les hicieran reír. ¿Qué de malo tiene reírse un poco? ¿Acaso no debemos vivir alegres? ¿Por qué no puedo salir un poco con mis amigos de la promoción a celebrar el aniversario de nuestra graduación pues? Al fin y al cabo que nosotros los evangélicos no tomamos cerveza, mucho menos licor. Tampoco fornicamos con las amigas cuando ya están borrachas y han perdido el sentido de decencia. No, nosotros no somos así. Aún en medio de tanta chabacanería somos capaces de mantener nuestros principios, pastor Berges.
No creo que el Señor sea tan exagerado que no quiere que de repente vaya con mis cheros a ver una buena película. No creo que sea tan exigente con sus hijos que no nos permita una salida nocturna con nuestros compañeros de trabajo para que mientras ellos se toman sus tragos yo de testimonio de que soy evangélico. Además, me invitaron para hacer la oración de fin de año, pastor.
Creo que eso fue lo que pensó el rey Josafat con respecto a sus amigos. Según él, no había ningún problema en tener amistad cercana con los enemigos de Dios.
Olvidó lo que dice la Escritura: El que se hace amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios. No podemos servir a dos amos. Eso ya lo sabemos. Pero aunque lo sabemos no lo cumplimos. Es por eso que nos vienen tragedias, problemas financieros y familiares. Porque nosotros mismos hemos atraído la ira del Señor sobre nuestras vidas y nuestras familias.
Josafat fue amonestado por el vidente Jehú. En ese momento se dio cuenta de su tremendo error al querer quedar bien con sus amigos, que, por ser sus amigos, no forzosamente eran amigos de su Dios. Tomó su corazón, se humilló y empezó a reconstruir su camino hacia la santidad que Dios le exigía como rey y guía de su pueblo. Judá era la tribu de la monarquía y sus descendientes tenían que guardar ciertos parámetros de conducta que su mismo linaje les exigía. Josafat lo había olvidado por un momento. Sin embargo no hizo oídos sordos a la llamada de atención del mensajero del Señor y puso en orden sus cosas.
Fue por eso que meses después, cuando las tres tribus amenazan con atacarlos, ya no se siente tan rey que digamos. Ahora las cosas han cambiado y también su corazón. Ahora se humilla y reconoce que aunque tiene un buen ejército y buenos soldados, no se cree capaz de vencer. Ya le había pasado una vez y no pensaba repetir el error. Ahora sabe que sin la ayuda del Señor nada podrá hacer. Y es en ese momento cuando le habla al Señor: “No sé que hacer, Señor, sin tu ayuda nada podré hacer para enfrentar al enemigo. Necesito tu ayuda”.
Qué diferencia entre Josafat y muchos de nosotros que aunque caemos dos veces en la misma piedra, no entendemos la lección y no nos humillamos para aprender de nuestros errores y buscar primeramente el apoyo de nuestro Dios antes de seguir tratando de arreglar las cosas con nuestros recursos y con nuestras fuerzas. He allí el fracaso de muchos de nosotros.
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