AMARNOS
Gálatas 5:14 “Porque toda la ley en una palabra se cumple en el precepto: AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO”
Juan 13:34 “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros”
Bueno, ¿a quien le hacemos caso? ¿A la ley de Moises o a la Ley de Cristo? Tenemos que saber que Jesus no vino a anular la Ley de Moisés pero vino a cumplirla. Y su manera de cumplirla en algunos aspectos se nos ha pasado por alto. Estamos tan acostumbrados al mandamiento de Moisés de amar al prójimo “como a nosotros mismos” que hemos obviado lo que enseña Jesus al respecto.
Ahora podemos entender por qué nos es tan difícil amar a nuestro prójimo como manda la Palabra. Y es que debemos ser francos: No nos amamos a nosotros mismos. Para empezar no olvidemos que muchos de nosotros hemos venido de un mundo de pecado, es decir, de pecados voluntarios. De esos tan feos que nos da vergüenza confesarlos en un lugar tan público como este foro.
Muy pocas personas vamos a aceptar ante cualquiera de nuestro prójimo que fuimos adúlteros. Que fuimos tan sucios con el sexo que hicimos cosas que ni los gentiles, como dice Pablo, hacen. Otros albergamos en nuestro corazón odio hacia alguien que nos hizo daño. No somos fáciles para olvidar el mal que nos hicieron, pero como somos tan valientes y buenos con nosotros mismos, también olvidamos el mal que le hicimos a alguien allá atrás que quedó tan herido como cualquiera por causa nuestra. Y ni hablar de los pastores que no se saludan entre sí cuando entran a algún restaurante y es mejor fingir que están viendo la hora en lugar de levantarse y estrecharse las manos o chocar los puños como se hace ahora por el virus, solo por el hecho de ser ministros de un mismo Señor. Bueno, creo yo.
Ya no recordamos a cuántas personas dejamos llorando de dolor y amargura por alguna acción que hicimos en su contra. Olvidamos a aquella chica que le prometimos amarla siempre y luego, a la vuelta de la esquina la dejamos con ilusiones rotas y un corazón herido. No, yo no soy capaz de hacer algo así. Mmmm, examine bien su corazón mi querido lector. O lectora, vaya pues.
Entonces, cuando venimos a Cristo y se nos dice que ya somos nuevas criaturas, ni modo, para qué recordar aquel pasado vergonzoso que tuvimos. Es mejor meternos en esa burbuja religiosa con tal de no mencionar lo que pasó en aquel cuarto oscuro en donde nadie más que nuestra propia conciencia es testigo. Eso ya pasó, pastor Berges. Y agua pasada ya no vuelve.
De manera que ahora estamos en camino de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. ¿A si? ¿Tan fácil es la cosa? Para poder cumplir ese mandamiento tenemos que ver en nuestro interior y darnos cuenta si realmente nos amamos a nosotros mismos. Si es cierto que ya no nos permitimos pensamientos morbosos cuando una mujer pasa frente a nuestros ojos mostrando de su piel más de lo que debe. Si nos amamos a nosotros mismos se supone entonces que no debo comer más de lo necesario, la gula ya no tiene poder sobre mi. Si nos amamos ya no hay odio en nuestro interior, ya no hay rencores ni rechazos racistas hacia los demás. Si realmente nos amamos a nosotros mismos vamos a quitar esas páginas de pornografía cibernética de nuestras tabletas y computadoras. Si nos amamos a nosotros mismos, vamos a evitar el chisme, los vicios ocultos y las palabras soeces, los insultos a la pareja, el mal trato a los hijos, pagar nuestras deudas a tiempo y muchas cosas más.
Jesus supo eso desde el principio. A Él nada se le escapó con respecto al cumplimiento del mandamiento de amar al prójimo. Es por eso que antes de irse al Padre, nos dejó un nuevo mandamiento. O sea no son dos. Es solo uno, pero ese uno debemos conocerlo un poco a profundidad. Porque: ¿Como nos amó Jesus? Ah, muy fácil cuando uno lee la Escritura con ojos nuevos. Nos amó despojándose a sí mismo de su honor y su gloria. Nos amó a tal extremo que se dejó abofetear en silencio sin insultar ni devolver golpe por golpe. Nos amó de forma tal que lo traicionaron y no reclamó nada a su amigo que lo había vendido. Nos amó cuando soportó tantas injurias por nuestra culpa, se privó del sueño y la comida muchas veces por atender a sus hermanos. Cuando alguien necesito un bocado de pan, Él lo dio sin medida. Ah, y le agregó unos cuantos peces.
Jesus nos amó de tal manera que no le importó caminar kilómetros con tal de sanar al hijo de un gentil. Una mujer lo detuvo en su camino y él no reclamó nada. En una barca él tuvo sueño y sus amigos lo despertaron por el miedo a las olas. Tampoco se enojó. Lloró cuando el hermano de una de sus amigas había muerto y lo resucitó para tranquilizarlas. Cuando le cobraron un impuesto no reclamó que qué bárbaros los romanos, no, al contrario, les pagó el doble.
Entonces: ¿Es fácil amar como dice Moisés? No, no es fácil. Pero, ¿es fácil amar como Jesus? ¡Menos! Porque Jesus subió la barda y para alcanzar esa altura es necesario contar con la ayuda del Espíritu Santo que para eso fue enviado. De otra forma… ni lo soñemos.
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