¡QUÉ DICHA...!
Ezequiel 14:20 “aunque Noé, Daniel y Job estuvieran en medio de él…
Esta cita es bastante desafiante. Todos sabemos que la Biblia, aparte de ser un libro de fe, también es un libro de jurisprudencia. Todo lo que nosotros podamos hacer, bien o mal, ya fue juzgado en el Antiguo Pacto. Las personas que quedaron registradas en sus anales nos sirven de ejemplo tanto para saber cómo se pagan las consecuencias de los actos equivocados, como recibir recompensas por las cosas que se hicieron bien.
Lo maravilloso de la Biblia es que no esconde ni las debilidades ni las fortalezas de sus protagonistas. De esa manera podemos ver qué sucedió en el matrimonio de Abraham cuando cometió el error de unirse a su esclava por petición de Sara su esposa. Las consecuencias, al final, fueron desastrosas para ambos, tanto que Sara muere sin darnos cuenta. Isaac tiene que sufrir el martirio de verse amenazado de muerte en el altar del sacrificio cuando su padre está a punto de clavarle un puñal en su corazón.
Por otro lado, su hermano mayor, Ismael, es echado de la casa junto con su madre porque no podía vivir en el mismo techo por situaciones que no vienen al caso. Todo esto hizo que el anciano quizá tuvo momentos de arrepentimiento muy profundos a solas con su Dios cuando analizaba lo que tenía que hacer para remediar la situación. Tal vez, como cualquiera de nosotros, tuvo momentos en que pensó, “en qué momento me metí en esta relación” derramando sus lágrimas de dolor al tener que desprenderse de su hijo que para él, era el primogénito. Sin mencionar los sentimientos de Agar por supuesto. ¿Qué pensaría esa pobre mujer cuando se vio en medio del desierto abandonada con su hijo a punto de morir de sed? ¿Qué torbellino de emociones se tuvieron que desarrollar en su interior al verse sola y desamparada del abrazo protector de su señor Abraham quien la había tomado bajo su cuidado?
Cosas, amigos, que quedaron escritas con la tinta de las lágrimas de sus víctimas. Si, víctimas de la insensatez humana, víctimas de las malas decisiones, víctimas del antagonismo natural entre las personas que tienen que compartir un mismo techo con otras que estorban su visión y sus propias y egoístas necesidades.
Tenemos también el rotundo fracaso moral del rey que por antonomasia es el ídolo de los cantos al Señor, escritor de los salmos y canciones más bellos que jamás se han escrito. Su fina pluma nos asombra todavía al leer sus escritos y muchas veces, como en mi caso, encuentro el consuelo de lo que estoy pasando en ciertos momentos y entonces leo esas líneas que traen paz y reposo en mis momentos en que siento naufragar. Es David, el paradigma de lo que Dios puede hacer con una persona que ni siquiera sueña con llegar tan alto como él llegó tomado de la Mano Invisible de Dios. David, el fundador de la estirpe real de donde vendría años más tarde nuestro Mesías el Señor Jesus.
Sin embargo, también a él lo vemos derrotado, derramando su pobre corazón compungido al haber estado ciego por un momento de placer con la mujer ajena. Es triste verlo en la condición paupérrima espiritualmente cuando tirado en el piso de su palacio confiesa su pecado y hace penitencia esperando que Dios le perdone su adulterio. Es doloroso ver después como la profecía de Natán se cumple en su vida familiar cuando tiene que sufrir a manos de su propio hijo Absalón y el estruendoso episodio de su hija al ser violada por su propio hermano. Todo eso nos enseña que Dios es un Dios justo. Si, dolorosamente justo.
Por eso es que asombra que en los tiempos del profeta Ezequiel, Dios haya tomado a tres hombres que no fueron perfectos para ponerlos como ejemplos de pureza y santidad extremos al mencionarlos como figuras que podrían servir de freno a sus intenciones de derramar su ira sobre su pueblo Israel. Esa frase “aunque…” nos abre un abismo de preguntas sin respuestas al ver de quien se trata ese “aunque”. Porque eso nos da la oportunidad de pensar: Si el Señor los pone a ellos tres como ejemplos de santidad, ¿podría poner mi nombre en alguna ocasión parecida? ¿Podría yo ser mencionado por los Labios de mi Señor para ponerme como ejemplo para que otros puedan verme como él me ve? ¿Puedo llegar a tener esa estatura moral siendo como soy, quizá peor que ellos pero que pueda servirle de apoyo a sus planes?
Esa frase entonces, es un enigma que nos desafía a tener por lo menos, una pizca de santidad delante de nuestro Señor como para que en algún momento de la historia, él pueda referirse a nosotros como un ejemplo para alguien más. Sería hermoso que en los libros de historia de mi vida en un futuro Dios pudiera decir, por ejemplo… “aunque Carlos implorara mi misericordia yo no detendría mi Brazo contra…”
Ese “aunque…” me hizo sentir cosquillas de envidia de esos tres varones de la antigüedad que fueron mencionados por Dios para emitir un juicio de castigo para su pueblo. Pero también me invita a seguir en mi camino por si alguna vez él necesita poner a alguien en ese “aunque…”. ¡Que dicha ser mencionado por Dios en ese nivel!
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