LOS TIBIOS

Josué 22:9  “Y los hijos de Rubén, los hijos de Gad y la media tribu de Manasés, volvieron y se separaron de los hijos de Israel en Silo, que está en la tierra de Canaán, para ir a la tierra de Galaad, a la tierra de su posesión la cual ellos habían poseído, conforme al mandato del SEÑOR por medio de Moisés”


Es asombroso como mucha gente decide vivir en una línea entre la pobreza y la prosperidad. En vez de dedicarse a creer en las promesas de nuestro Buen Dios, deciden creer en los ofrecimientos del banco, de los prestamistas y de los facilitadores humanos que a la postre, los esclavizan con cobros desmesurados de intereses y quedan arruinados por mucho tiempo.


Después de haber pasado por ese camino por mucho tiempo, tomé un día la decisión de creerle al Señor. Cerré mi corazón a la confianza que había depositado en los bancos y los famosos “extrafinanciamientos” que ofrecen las tarjetas de crédito y me dediqué a poner en el Señor mi confianza. Hasta la fecha Él no me ha fallado. Siempre ha estado allí para darme lo que necesito sin necesidad de pagar cada fin de mes la obligación que pude haber contraído. 


Hace unos días precisamente me llamaron de un banco para ofrecerme cierta cantidad de dinero a un plazo de devolución de dos años. ¿Se imaginan? ¡Pasar dos años cancelando algo que seguramente ya no existirá en mi vida! Recordé el pacto que hice, como Abram con Melquisedec, y respondí que gracias pero no. 


Sin embargo hay cristianos que no toman esa decisión de abandonarse al Señor para que los introduzca a su tierra prometida. Como estas dos tribus y media de la antigüedad, prefirieron quedarse al “otro lado” del Jordan antes de disfrutar la leche y la miel que ofrecía el Señor. Cades Barnea, para ellos, era el paraíso. Cuando vieron las tierras, los pastos y la humedad que les ofrecía buenas cosechas, decidieron quedarse allí por amor a sus vacas, sus ganados y sus ídolos. Si, amaban al Señor, pero por sobre todo, se amaban a sí mismos. 


Aquellos que eligen vivir en tibieza comparten ciertas características. Se ven esas características que se muestran en las dos tribus y media de Israel que optaron por permanecer al oeste del Jordán. Eran Rubén, Gad y la mitad de Manasés. Los nombres hebreos de esas tribus expusieron sus luchas por el pecado.


Rubén significa “¡Un hijo que ve!” Él era el primogénito de Jacob, pero perdió su primogenitura porque fue dominado por la lujuria. Jacob describió a su hijo Rubén como “Impetuoso como las aguas, no serás el principal, por cuanto subiste al lecho de tu padre; entonces te envileciste” (Génesis 49:4). 


Rubén se acostó con la concubina de su padre, y Jacob, en la hora de su muerte, se negó a bendecirlo. Rubén solo tenía ojos para este mundo con sus deseos y placeres. Era inestable porque su corazón siempre estaba dividido, y este espíritu pasó a su posteridad. Esta era una tribu entera apegada al mundo y empeñada en salirse con la suya.


Gad significa “fortuna o tropa”. En pocas palabras, esto significa soldados de fortuna o mercenarios. Moisés dijo de Gad: “Escoge lo mejor de la tierra para sí… ” (Deuteronomio 33:21). 


Esta tribu era obediente en apariencia, “ejecutaba la justicia del Señor”, pero la característica predominante era el interés propio. Gad estaba consumido por sus propios problemas y la necesidad de “lograrlo”. La filosofía de Gad era “Pelearé con el ejército del Señor; seré obediente y haré todo lo que Dios espera de mí. Primero, sin embargo, necesito prepararme a mí y a mi familia, luego seré libre para hacer más para el Señor”.  El principio ególatra que primero yo y luego todos los demás.


Manasés significa “hacer olvidadizo”. Este era el hijo primogénito de José y debería haber recibido la primogenitura. Sin embargo, incluso en su niñez, se estaba desarrollando un rasgo triste, y Jacob lo vio en el Espíritu. Un día Manasés olvidaría los caminos de su padre, José, y descuidaría el mandamiento del Señor.


La misma mentalidad que se encuentra en ellos se puede encontrar todavía hoy en aquellos que se niegan a pulverizar sus ídolos y morir al mundo. 


Consideremos estos rasgos combinados de los cristianos tibios. Son inestables como el agua en las convicciones espirituales, indecisos, gobernados por necesidades egoístas, descuidando la Palabra, tomando sus propias decisiones en lugar de confiar en Dios. Se olvidan de las bendiciones pasadas y no están dispuestos a dejar ir ciertos ídolos, justificando sus decisiones.


Decidamos procurar la plenitud del Señor. El deseo de Dios para nosotros es que nos 

encontremos en un lugar de reposo, gozo y paz en el Espíritu Santo. Sigámoslo de todo corazón.

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