¡DAMAS Y CABALLEROS...!
Génesis 1:28 Y “los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla…”
Vamos a ir al grano, o, como se dice en Guatemala: duro y al hueso…
¿Qué es lo que provoca que tantos matrimonios cristianos vivan bajo el nivel de excelencia que Dios ha preparado para todos nosotros los que hemos creído en Él como nuestro Salvador y Señor?
¿Qué ha sucedido en el mundo o en el cosmos como usted prefiera llamarlo, como para que tantos matrimonios hoy vayan a la deriva y terminen en un rotundo y sonado fracaso? ¿Es que los hombres ya no son hombres y las mujeres ya no son mujeres?
¿En donde ha empezado toda esa debacle matrimonial y familiar de la cual hoy estamos sufriendo las consecuencias viendo tantas familias desintegradas yendo al abismo moral y ético?
Hagamos un poco de historia entonces y empecemos por las damas. Las damas primero.
El problema, como siempre, empezó en el principio. No, no es un juego de palabras ni tampoco una redundancia. Es que el problema empezó en el Génesis de todo y de todos. Veamos el orden que el Señor les dio a la primera pareja y como, con la ayuda de ya saben quien, trastocaron todos los planes de Dios para la humanidad.
El primer mandamiento que les dio para que lo cumplieran fue: Sean fecundos y multipliquense. Es decir, tengan hijos. Previo a eso por supuesto, había dicho que no era bueno que el hombre estuviera solo porque él solo no podría cumplir con el plan de Dios. Necesitaba a la mujer para multiplicarse. Para tener hijos y para llenar la tierra de su simiente. Dios esperaba que ellos cumplieran esa regla para que muchos hijos como Adan y Eva fueran los que poblaran la tierra. Y después de tener hijos y de llenar la tierra con ellos, sojuzguenla, conquístenla, gobiérnenla. Estaba tan claro como el agua.
Pero Eva no quiso cumplir con los mandamientos del Señor. Sencillamente se tomó la libertad de romper los cercos de protección y se fue a querer cumplir el último mandamiento: Sojuzgar la tierra. Fue encandilada por las mentiras del Satán y sin tener hijos, sin cumplir su deber de procrear simiente, sin hacer bien su papel de ayuda idónea para su esposo al darle hijos y ayudarlo a multiplicarse, prefirió ser la conquistadora de la tierra primero. Esa fue la intención que subyace en el bocado de la fruta. Las insinuaciones del enemigo de Dios fueron para que Eva no obedeciera ni a Dios ni a su esposo, que se independizara de ambos y tomara sus propias decisiones. Ella se creyó una conquistadora en lugar de ser conquistada. Ella quiso ser proveedora de su marido en lugar de dejarse proveer por él. Ella quiso satisfacer sus propias necesidades sin tener que esperar a que Adan lo hiciera para ella. ¿Resultado? Ya lo sabemos… “con dolor parirás a tus hijos…y tu deseo será para tu marido…”
Ahora vamos con los caballeros:
El mandamiento para Adan es este: “Efesios 5:28-29 Así también deben amar los maridos a sus mujeres, como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás su propio cuerpo, sino que lo sustenta y lo cuida, así como también Cristo a la iglesia, porque él es su salvador…”
Como consecuencia de la desobediencia, y porque la mujer se independizó del hombre como su cabeza y su cobertura, el hombre dejó de cumplir su parte: Ser un hombre amoroso, respetuoso y cortés en el trato hacia ella. El hombre no supo ni sabe como amar a su esposa porque sencillamente no se ama a sí mismo. El hombre se volvió un ser egoísta, egocéntrico y áspero porque cuado Dios le dio a la mujer con ella le dio la responsabilidad de sustentarla, de alimentarla, cuidarla y proveerla. El hombre perdió el rumbo y en vez de imitar a Jesucristo como esposo de la Iglesia que es su Cuerpo, imitó a Satanas para destruirla, rebajarla y tratarla como objeto de uso común.
El papel principal del hombre casado es salvar a su esposa. ¿De qué? De las malas decisiones que ella pueda llegar a tomar en las diferentes áreas de su vida conyugal. Un gasto innecesario, un deseo desmedido, una vida vacía y sin sentido, salvarla del dolor que puedan haberle provocado en su niñez y que amargue su carácter, salvarla de ella misma pues.
¿Nos imaginamos entonces que todo esto lo cumplen los hombres cristianos? Pues viera usted que no muchos. Muchos varones que están entre nosotros, incluso aquellos que ostentan puestos de eminencia no cumplen con estas expectativas de su esposa y del Señor. Son hombres que predican, leen la Biblia y los Salmos pero no imitan en nada a Jesucristo.
Por eso estamos como estamos.
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