ELÍAS, EL PROFETA ORQUESTA

 1 Reyes, 19:5 “Y acostándose bajo el enebro, se durmió; y he aquí, un ángel lo tocó y le dijo: Levántate, come”


La mayoría de las veces vemos hombres de Dios (como les gusta llamarse), trabajando duro en la obra que se les ha encomendado.  Son líderes que se quiebran -como se dice-, el lomo con tal de que las cosas salgan bien.


Hace poco fui a predicar a una congregación en donde el pastor muy finamente me estaba atendiendo en su oficina.  Tomábamos café y estábamos platicando de las cosas del ministerio cuando de pronto, empezó a levantarse una, dos y hasta tres veces dejándome solo en su oficina.  Cuando le pregunté porqué salía tanto, me explicó que era porque “tenía” que supervisar que todo estuviera arreglado para el culto de esa hora.


Es decir, delegaba funciones en su personal pero no les quitaba el ojo de encima.  A pesar de tener la ayuda de buenas personas con anhelo de servir al Señor, él no los dejaba tranquilos o él no estaba tranquilo sin ver hasta el último detalle para que las cosas se hicieran. 


Cuando le hice la observación que descansara en la colaboración del personal a su mando, me respondió que en el Instituto Teológico le habían enseñado que él personalmente tenía que encargarse de hacer o supervisar que las cosas se hicieran bien. 


Craso error. Porque además de tener que preparar el mensaje para sus servicios, también esa clase de pastores tienen que supervisar los baños, el parqueo, el área de niños y hasta dar la bienvenida a las personas que se congregan en esa Iglesia, pasando por el sonido y la música.


Son los pastores orquesta. Son los pastores imitadores de Elías.


Luego, sin tener siquiera un día de descanso ni para él ni para su familia, de lunes a sábado tiene que empezar nuevamente, como el hámster, a dar vueltas y vueltas en su ministerio para que no quede nada al azar.  Son los pastores que han sido enseñados que deben “dejar todo, menos el ministerio”.  Y en ese todo va su salud, su familia y su propia vida.


Eso le sucedió al gran profeta Elías.


El Señor lo comisiona para que deshaga la idolatría en Israel. El pueblo había caído en adoración de ídolos y estaban siendo guiados por profetas falsos.  Les estaban enseñando a inclinarse en adoración a otros dioses que no tenían nada que ver con el Único Dios de Israel. Para lograr su cometido, se le ocurrió un método muy brillante por cierto. Usted conoce la historia. Cuatrocientos profetas falsos sacrifican su toro ante sus dioses y Elías los reta para que logren que sus dioses hagan descender fuego y consuma su holocausto.  Pasaron todo el día clamando, danzando y sajándose y no lograron nada.


Casi al final de día, Elías construye su propio altar y pone su sacrificio encima, pero antes, en un arrebato de fe, le dice a sus ayudantes que mojen bien su altar, que lo hagan por todos lados para que la Presencia de Dios cuando responda, sea más impactante para los falsos maestros del pueblo. 


¿Se imaginan entonces cómo debió haber sido ese día tan agotador para Elías?  ¿Cuánta energía, fuerzas, fe y vigor tuvo que invertir en ese famoso día en que el Señor respondió con fuego abrasador?  Pero también tenemos que ver la fuerza física que tuvo que utilizar el profeta para decapitar a todos los profetas que comían de la mano de la reina Jezabel. Debió haber sido una hazaña sin paralelo para llevar a cabo ese trabajo.

Ah, ahora vamos llegando al meollo del asunto: Cuando la reina lo amenaza con decapitarlo a él también, el gran profeta, el hombre de fuego como sería recordado por la historia, sale corriendo, se llena de miedo y se recuesta bajo un árbol y le pide al Señor que mejor se lo lleve. Que le quite la vida porque ya no tiene fuerzas para continuar peleando sus batallas. Acaba de salir de una y ya está entrando a otra.


Ya no puede más. Está sin fuerzas. Se duerme, signo indiscutible de estrés y depresión lógicos. Claro, no lo podemos criticar por eso. Elías es un hombre extraordinario pero ha rebasado sus fuerzas físicas y espirituales. Ha abusado de su fe, de su energía y de lo que Dios le dijo que hiciera. Elías es el profeta orquesta. 


Exactamente como el pastor anfitrión que les conté más arriba. Tiempo suficiente para trabajar, para servir, para supervisar, para preparar mensajes, para mantener las cosas en orden.  Pero nunca pensó en cuidarse personalmente.


Entonces Dios, en su Misericordia, le envía un ángel para que le sirva comida. Ese fue el problema de Elías: Dejó de sentarse a comer.  Ya no escuchó a ningún maestro que lo alimentara. Que le sirviera un buen mensaje para reponer fuerzas y fe. Elías se creyó indispensable a Dios que se olvidó de alimentarse adecuadamente.  Perdió no solo las fuerzas pero también la fe de vivir pues quiso morirse. 


Eso pasa, pastores, cuando ustedes no descansan. Cuando no permiten que alguien más les sirva un poco de comida y bebida. Sí, ustedes sirven al pueblo, descabezan al Diablo y echan fuera demonios. Perfecto. Pero…¿Cuando se sientan a comer y beber? 

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