DAR CUENTAS

 


Job 31:14  “¿qué haré cuando Dios se levante? Y cuando El me pida cuentas, ¿qué le responderé?”


Bueno, la verdad es que este verso había estado escondido para mi durante muchos años. Aunque siempre he sabido que un día me presentaré ante el Tribunal de Cristo para rendir cuentas de mis actos mientras estuve en el cuerpo -dijo Pablo-, pero hasta hace pocas semanas que leí una vez más en mi año de lecturas bíblicas, el libro de Job.


Sabemos que la Palabra es un “efecto cebolla”, que poco a poco va quitando telas para ir descubriéndonos sus misterios y revelándonos lo que ha estado oculto a nuestros ojos, pero en el tiempo de Dios, esas telas de cebolla se quitan para que podamos ver con claridad lo que hay escondido en las palabras.


Fue cuando a mis ojos se abrieron esas palabras: Dios me pedirá cuentas, y ¿qué le responderé?


Es una sentencia franca, sincera y frontal. 


Todos, desde el pastor y maestro más insigne de la Palabra de Dios, hasta el diácono más humilde y pequeño servidor del Reino de Dios en una iglesia, daremos cuenta. El Señor nos preguntará qué hicimos con su Palabra, qué hicimos con sus dones, con sus regalos y con los encargos que nos dejó para que los cumplamos.


Nos preguntará si buscamos con sinceridad y diariamente parecernos a Jesus, no solo en su conducta santa sino también en sus acciones hacia los demás.


Preguntará si logramos alcanzar la madurez que se nos pidió en la epístolas de su siervo Pablo, cuando nos dijo que lucháramos para lograrlo a toda costa.


El Señor se levantará de su trono y se pondrá delante de nosotros, o nosotros delante de Él y nos hará preguntas sobre si atendimos el hambre del que tuvo necesidad de un pan mientras vivimos en el cuerpo, nos señalará con su Dedo y esperará respuestas a sus preguntas sobre si nos ocupamos de enviarle un mensaje de consuelo al que sufrió, si le dimos una palabra de aliento al que estaba decepcionado, si le tendimos la mano al necesitado, si le palmeamos la espalda al que estaba cansado y abatido, si lloramos con los que lloraron y si sufrimos con los que sufrieron.


El Señor se levantará de su Trono y nos pondrá delante de un cuestionario que definirá según nuestras respuestas si vamos a la izquierda o a la derecha.


Ser hijos de Dios no es cuestión solo de iglesia, de cantar coritos y palmear fuerte con el grupo de Alabanza, no, ser hijos de Dios es parecernos a Padre, parecernos a su Hijo Jesus y permitir que el Espíritu Santo obre en nosotros quitando las escorias que traemos del mundo, quitando esos marcos de referencia vulgares y carnales en los que vivíamos antes de ser adoptados como hijos de Dios.


Como padres imperfectos que somos, cada fin de año esperamos que nuestros hijos nos presenten un diploma de buena conducta en la escuela.  Esperamos un título al final del curso que tanto dinero nos costó, esperamos que nuestras hijas nos presenten a fin de año un testimonio firmado y sellado por su Universidad en donde conste que valió la pena el esfuerzo, que lo que dejamos de comer para pagar sus mensualidades ha rendido sus frutos.


Y, si nosotros, siendo malos, hacemos lo imposible para que nuestros hijos alcancen sus metas, logren llegar más lejos que nosotros, que sean personas útiles a la sociedad y especialmente a la Iglesia de Cristo, ¿como no nos pedirá cuentas nuestro Padre Celestial que es perfecto y ha invertido la Sangre y la vida de Jesus para salvarnos?


Pastores y lideres: Ustedes, como yo, también nos presentaremos ante ese temido Tribunal en donde no valdrán las excusas, no valdrán los peros ni los pretextos que podamos presentar para justificar que no predicamos la Verdad de la Palabra. No habrá excusas para justificar que tuvimos miedo o temor a la gente al no decirles la verdad. 


Pero tampoco los que están sentados en las sillas tendrán pretextos o excusas para responder qué hicieron con sus esposas, con sus hijos.  Las damas tendrán que dar cuenta qué hicieron con sus esposos, si los ayudaron a crecer en la fe en Jesus como se les ordenó cuando fueron creadas para ser la ayuda del hombre. 


Porque, nos guste o no, lo creamos o no, el Señor se levantará y nos preguntará y nosotros, todos, tendremos qué responder…


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