ACTIVISMO vs. CRISTIANISMO
La pandemia vino a entorpecer algunos programas evangélicos que mantenían a las personas sumamente ocupadas en hacer la labor que según sus pastores debían hacer: Permanecer cinco cultos cada domingo en la iglesia haciendo cosas para agradar al Señor. Permanecer en vez de ser.
Y luego que las iglesias tuvieron que restringir sus actividades, muchas personas se han deprimido y hasta enfriado en su fe (que no era fe genuina), porque ya no tuvieron nada que hacer mientras permanecen inactivos.
Se sienten pecadoras, olvidadas por Dios y quizá uno que otro ha pensado que hasta perdió su salvación porque no ha “hecho nada” por el Señor como acostumbraba antes del virus.
Y es que nosotros los pastores le hemos hecho un gran daño a los hermanos que se convierten a Cristo buscando su salvación. Luego que se declaran hijos de Dios, les cargamos con una serie de actividades sin darnos cuenta que en sus mentes y corazones se va forjando un paradigma que a la postre es falso. Se llama activismo. Mantenerse ocupado haciendo evangelio en vez de ser el evangelio en vida.
¿Qué es realmente el evangelio, aparte del concepto de que es Buenas Nuevas de salvación? Creo que una buena definición es que el evangelio es amar al prójimo. Porque cuando amamos a los inconversos, cuando les hacemos parte de nuestro interés, les estamos presentando una conducta que ellos no han visto en sus propias vidas. Cuando les amamos y compartimos con ellos un pedazo de pan, una bendición, un presente que puedan llevar a sus casas, les estamos mostrando el carácter de Cristo y es cuando las obras hablan por sí mismas.
No se necesitan palabras para hacerles ver que el evangelio que vivimos se muestra en las acciones que les llevarán a reconocer que somos diferentes no solo por ser evangélicos sino porque estamos mostrando los frutos de conocer el evangelio.
Pero tristemente la iglesia ha cambiado las cosas: Se llenan de actividades toda la semana y obligan a sus miembros a permanecer en sus templos todo un día domingo, olvidando que tienen hijos, esposas y familia que atender. Y, lamentablemente, para que la gente se sienta bien -porque ese es el objetivo, que se sientan bien-, les hacen una serie de actividades familiares como partidos de futbol, concursos para niños y fiestas de disfraces.
¿Para qué toda esta parafernalia religiosa? Para mantener a las personas dentro del templo y que en vez que vayan a gastar su dinero a Mc Donald, mejor que se lo gasten en la cafetería de la iglesia. ¡Ah! Apareció el peine, como decimos en Guatemala.
Hay un axioma que dice: El evangelio nació en Jerusalem y fue una religión. Llegó a Grecia y se convirtió en una filosofía. Se trasladó a Roma y se convirtió en una institución. Llegó a Europa y fue una cultura. Se trasladó a América y se convirtió en un negocio.
Esa es la triste realidad de la iglesia. Ya no es la Iglesia de Cristo, es la iglesia de los hombres. Con enseñanzas de hombres, costumbres de hombres, intereses de hombres.
El activismo ha suplantado la fe. Si alguien que se congrega en una de esas instituciones no gana almas, no es salvo. Es decir, la indulgencia ha convertido en que la salvación viene por ganar otras almas. Lógicamente, que se congreguen con ellos. Si se van a otra congregación, la salvación no se completa.
Y, ¿a quien no le interesa más, ganar almas para ser salvo que reconocer a Jesus como Señor para que le quite sus pecados? No, es más fácil salir a hacer recorridos a diferentes colonias y pueblos y presentar tratados que ya nadie lee, que mantener una conducta casta y santa en el pasaje donde vivimos. Es más fácil ir a hablar de Jesus a lugares donde no nos conozcan que hacerlo en nuestro propio hogar en donde viven las personas que realmente nos conocen.
Esa es la falsificación del evangelio. Hoy por hoy vivimos una religión que no impresiona a nadie. Los evangélicos han perdido credibilidad ante los paganos y no cambiarán de idea mientras no tengamos una clara definición que si decimos que somos cristianos, vivamos, hablemos, actuemos y seamos como tales. Pero primero en Jerusalem, mis queridos.
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