Y...¿HASTA CUANDO?
Romanos 13:7 “Pagad a todos lo que debáis… al que honor, honor”
Como todo pastor que se jacta de amar y cuidar el rebaño que el Señor nos ha encargado, he cometido el error de creerme el Mesías de mi congregación.
He creído que estoy obligado a honrar a personas que realmente no desean ser honradas. Primero porque no responden a esa honra. Luego porque con sus actitudes me hacen saber que no necesitan esa honra. Que quizá ya tienen suficiente como para agregarle un poco más a sus vidas.
Pero me ha llevado años comprender ese síndrome mesiánico que nos ataca a nosotros los que estamos a cargo de una congregación.
Hoy he aprendido a respetarlos, amarlos y dejarlos libres. Que sea el Señor Jesus a través de su Espíritu Santo quien se encargue de llevarlos sanos y salvos a su destino.
Es decir, llegué al vértice de los caminos en donde se dividen las rutas. Y me surgió la pregunta que utilizo para este escrito: Y, ¿hasta cuando tengo que honrarte?
Porque Pablo nos dice en Romanos 13 que no le debamos nada a nadie. Eso me enseña que no debo ser deudor de nadie que me haya ayudado en algún momento de mi ministerio o labor dentro de la vida.
Y es que pagarle al Gobierno lo que debo pagarle es fácil. Pagar deudas también es fácil porque llegará un momento en que ya no deberé pagar nada cuando todo esté cancelado…
Pero ¿a aquellos que alguna vez me ayudaron en mis momentos duros? ¿Aquellos que estuvieron conmigo en las buenas y en las malas pero que con el tiempo se fueron apartando de mi? ¿Los que en la jerga evangélica se les dice que se “enfriaron”?
¿Hasta cuando debo seguir tratando de darles la honra por su ayuda o por su compañía? Porque si las deudas financieras, hipotecas y préstamos terminan por cancelarse, ¿cuando debo dejar de pagar por las deudas morales?
Hablo de una madre que reclama constantemente a su hijo ya mayor de edad que no olvide que ella lo amamantó cuando era pequeño y que eso lo obliga a hacer por ella lo que solo Jesus puede hacer.
Hablo de un padre que le pide a sus hijos que lo mantengan totalmente porque gracias a él ellos están vivos. Y que además la Palabra dice que no lo deben dejar sin honra.
Hablo de una esposa que cuidó al esposo en una enfermedad que atacó su cuerpo y ahora le pide cosas que están fuera de su alcance solo porque está en deuda con ella. Escuchar esa famosa frase de “acuérdate lo que hice por ti…”
O de un esposo que se casó con aquella jovencita hace 40 años y aún le sigue recordando su pasado, que se recuerde “de donde la sacó”.
O la madre que cuando está en un estado de alta tensión le reclama a su familia diciendo que sin ella esa casa se derrumbaría y que cuando se muera todos se van a quedar sin su apoyo.
Son cobros insoportables. Son cobros que asfixian. Cobros que ya no tienen vigencia porque no solo Jesus los ha cancelado pero también nosotros hemos rendido todos los pagos que debíamos en su tiempo.
Pero no son las deudas en si, sino las personas que nos ayudaron, que nos apoyaron en nuestros momentos duros y que no alcanza una vida para cancelar esas deudas. Y es cuando el matrimonio empieza a ir cuesta abajo porque uno de los dos se cansará de tratar de pagar lo que ya quedó en el pasado. Es cuando la amistad más hermosa empieza a ser tóxica porque el “amigo” o “amiga” nos sigue cobrando por algún favor que nos hizo en alguna ocasión que le pedimos algo.
Mi esposa estuvo a mi lado cuando el Covid me atacó. Día y noche no se apartó de mi lado. Estuvo sufriendo conmigo, estuvo atenta a los medicamentos que ordenó la Doctora, colocando la mascarilla para oxigenar mis pulmones cada dos horas para no asfixiarme. Fue un mes en donde no quedé solo ni un momento. De eso le estoy eternamente agradecido, pero si ella un día me recordara lo que hizo por mí todo ese mes, le preguntaré: Y, ¿hasta cuando terminaré de pagarte esa compañía, amor mío?
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