OVEJA PERDIDA

 Lucas 15:4 “¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas y una de ellas se pierde, no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la que está perdida hasta que la halla?”


Hace años allá en Guatemala escuché a mi pastor dar una enseñanza muy curiosa sobre el pastoreo de ovejas.  Después, picado por la curiosidad, en uno de mis viajes como vendedor viajero, pasé por los pueblo de Chichicastenango, Sololá y Tecpán para observar si lo que nos había dicho era verdad: Ver de cerca a los pastores de ovejas cuando las sacan a alimentarse en los pastos verdes de aquellas frías y verdes montañas.


Allí pude ver de primera mano como los pastores indígenas, le ponen a la oveja más vieja del rebaño una campana para que las demás le escuchen y le sigan dentro de la seguridad de la manada.  Uno de los pastores me enseñó que como las ovejas son miopes y no pueden ver muy bien de lejos, tienen desarrollado el sentido del oído y es por ese medio que se dirigen a donde está el rebaño.  Es por eso que las ovejas oyen el sonido de la voz del pastor y le siguen y le obedecen. 


Pero también me enseñó que cuando una oveja es demasiado rebelde y se aleja constantemente del rebaño y pone en peligro a otras ovejas que le pueden seguir y perderse igualmente, la toma, le quiebra una pata para que no pueda caminar muy bien y la salva a ella y al resto de ovejas. ¿Es maldad acaso? No, me explicó, es para salvarla a ella y al resto de ovejitas que puedan seguirla y tomar un rumbo lejos del rebaño.


¿Sabe por qué se hace esto? me preguntó: Es que las ovejas no saben cuando se pierden. Como están pastando libremente y eso les agrada, poco a poco se van alejando del rebaño y como tampoco tienen buen olfato, ya no ven al resto de ovejas hermanas ni escuchan el sonido de la campana de la oveja guía, cuando se vienen a dar cuenta están perdidas y no hallan el camino al corral. 


Corren el riesgo de ser atacadas por algún animal o robadas por algún ladrón. Y mi deber, aunque les duela, es tenerlas seguras dentro del redil.


Esa lección me quedó indeleble en mi mente y años después sigo enseñando sobre esa experiencia vivida hace ya tantos años… la oveja no sabe cuando se empieza a perder…


Y eso vino a mi mente ahora que leo ese pasaje en la Escritura. El pastor de la historia de Jesus tiene cien ovejas. Pero cuando se da cuenta de la realidad, le falta una y deja a las otras aseguradas dentro del redil y se va en busca de la oveja perdida.


Sin más explicaciones al respecto, así sucede con nosotros, las ovejas de Cristo. Empezamos a participar en fiestas del mundo. En reuniones sociales de la empresa. En celebraciones paganas y que no tienen nada que ver con nuestro nuevo estilo de vida cristiano.  Cuando nos venimos a dar cuenta, hemos perdido la ruta. Nos hemos perdido en los tráfagos del mundo, en los afanes de la sociedad, en deudas, en problemas matrimoniales, en adulterios y fornicaciones. Empezamos ¡Dios no lo quiera! a consumir alcohol, a fumarnos un cigarrillo y a decir malas palabras… Pero a todo esto, no nos hemos dado cuenta porque todavía estamos yendo a la Iglesia. 


Todavía cantamos los cantos dominicales. Todavía hacemos oraciones y liturgias evangélicas los domingos. Todavía los hermanos nos ven en nuestra silla adorando y haciendo toda la parafernalia evangélica.


Pero, sin darnos cuenta, ya nos perdimos. Ya perdimos los dones del Espíritu Santo.  Ya perdimos la sensibilidad por la Palabra que se nos predica. Ya no nos hace mella en nuestro interior y entramos y salimos con el mismo aburrimiento que produce la rutina y el sopor del cansancio de siempre lo mismo.


Nos perdimos y no nos dimos cuenta. 


Perdimos el primer amor. Perdimos la comunión con los hermanos. Si, es cierto, vamos al culto pero ya nos aburren los sermones muy largos. Queremos salir pronto de allí para ir a buscar pastos más agradables a nuestros sentidos. Queremos domingos de fut bol en vez de domingos en familia. Los vicios que encontramos en nuestras escapadas del redil nos han atrapado tanto que ya no nos sentimos a gusto en la comunión de la Iglesia.


Las ovejas, mis queridos hermanos, no saben cuando se han perdido. Es por eso que necesitamos congregarnos y ser conscientes, como dijo Jesus, que sin Él, nada podemos hacer.

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