¿A QUE VENIMOS?

Efesios 3:19 ...y de conocer el amor de Cristo que sobrepasa el conocimiento, para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios.


Todo ser humano tiene virtudes y defectos; venimos al mundo a trabajar sobre nuestras fallas, explotar nuestras virtudes y reparar nuestros vicios. Lo más difícil de esta misión no es cambiar las acciones, sino el interior de nuestro ser, el carácter y los sentimientos negativos. 


Muchas personas creen que después de ciento veinte años, cuando lleguen al Cielo, serán perfectas espiritualmente; que las envidias, los deseos y los enojos desaparecerán por arte de magia, y podrán disfrutar del paraíso sin ningún tipo de limitaciones. Esto no es correcto. 


Imaginemos a un indigente sin hogar que no se ha cambiado la ropa durante años, no se ha bañado en meses y es invitado por un pariente cercano a un banquete en el salón de un hotel de lujo. Si este hombre no hace algo para cambiar su aspecto, entrar a un lujoso hotel no le ayudará en nada: seguirá siendo exactamente el mismo en un lugar diferente. De igual manera, cuando el ser humano emprende su viaje al mundo eterno, no lo hace con su personalidad intacta, tiene que trabajar para hacer los cambios necesarios. 


Es por eso que, como dice la Escritura, que aún en el último viaje seremos transformados y revestidos de un nuevo cuerpo para poder llegar a nuestra meta.


Pero mientras tanto ¿que?


Ese es el dilema de muchos evangélicos: No saben que mientras vivan en esta tierra tienen una misión que desarrollar y es la de mejorar la vida, mejorar a aquellos que están a nuestro alrededor, mejorar nuestras propias existencias.


Eso, en el judaísmo se llama Tikún Olam. Es arreglar lo descompuesto por otros. Es cancelar las deudas que dejaron nuestros padres al no haber sido responsables y sensibles ante el dolor ajeno. 


¿Recuerdan la historia de la mujer que su marido ha muerto dejando deudas? ¿Recuerdan que los acreedores iban a tomar a los hijos como esclavos hasta que se pagara toda la deuda dejada pendiente por el difunto?  El profeta nos lleva a ese misterio del Tikún Olam para enseñarnos que aún nuestros hijos pueden quedar endeudados con la sociedad, con nuestro Dios, con nuestros vecinos a causa de nuestra irresponsabilidad como padres.


Cuántos hijos han quedado amargados y enojados con la vida que les ha tocado vivir porque sus padres no les dieron la oportunidad de estudiar una carrera que les ayudara a salir avantes en sus vidas laborales.  Cuantas hijas se lamentan porque su matrimonio se ha roto porque ellas no fueron enseñadas por sus madres a cumplir los deberes del hogar.  Son hijos que tienen que pagar deudas ajenas.  Deudas que dejaron pendientes de cancelar los padres. 


Es por eso que existe la Cruz Roja. Los bomberos. Los cuerpos de ayuda. La Teletón, pues. Porque, cuando uno estudia esas organizaciones de ayuda al prójimo y que recaudan fondos para sostenerse, son agencias de cobro para que todos aquellos que conocemos ese misterio depositemos nuestros óbolos en sus manos para que en nuestro nombre sanen a algún enfermo, salven a alguien en un incendio, restauren a algún niño necesitado de una prótesis.


¿Que venimos a hacer entonces a esta vida?


Venimos a arreglar lo que necesita ser arreglado.  Es por eso que la Escritura está llena de admoniciones para nosotros que las conocemos y que se traducen en hacer el bien. Que es más bienaventurado dar que recibir. Que nadie se irá de esta tierra hasta que cancele el último centavo.  Son Palabras de Dios para nosotros sus hijos y siervos.

Esa es también la razón de la responsabilidad social que debe tener la Iglesia de Cristo. Y no solo la iglesia pero también los cristianos.  Sabemos entonces que la dádiva es una medicina contra la ambición. El deseo desmedido de llenarnos de cosas materiales, de dinero y bienes materiales es algo que nos puede llevar a la perdición, a menos que conozcamos el misterio de la Reparación del Mundo (Tikún Olam) y eso nos ayudará a cumplir el propósito por el cual venimos a habitar este mundo.


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