LA CASA PRIMERO
Lucas 8:39 “Vuelve a tu casa…”
La historia es harto conocida. Un hombre de pronto empieza a sentir cosas raras dentro de sí. Su familia no sabe como enfrentar esas cosas raras. Su esposa nota que de pronto tiene arrebatos de violencia verbal, física y emocional. Nunca había visto a su esposo actuar de esa manera.
Sus hijos también empiezan a notar sus lagunas mentales. Su conducta ha cambiado radicalmente. Ha dejado de bañarse, rasurarse y abandona todos los buenos hábitos que siempre había tenido.
A la hora de comer se ha vuelto sucio, descuidado y parece que su razón se está perdiendo poco a poco. No duerme en paz. Dice que escucha voces dentro de su mente que le empujan a hacer cosas que antes no pensaba hacer. Su familia sufre el shock de ver a su amado esposo y padre declinar constantemente en su conducta.
Ha abandonado el trabajo. Las deudas se acumulan y la esposa tiene que salir a trabajar para sostener el hogar y proveer lo poco que pueda porque su marido ya no tiene control sobre su voluntad.
¿Qué ha pasado? Algo siniestro se ha apoderado del pobre hombre. En aquellos tiempos no había tratamientos sicológicos, psiquiátricos ni médicos que ayudaran a los que entraban en esos trances espirituales. Era una situación peligrosa para la familia tanto como para la víctima de tal posesión. No, no estoy hablando de Hollywood y sus películas estilo Poltergeist. Estoy hablando de demonios que han tomado el cuerpo y la mente de un hombre. De un padre de familia que amaba a su esposa, sus hijos y su hogar. Pero algo sucedió en aquella ciudad en donde la industria era el cuidado, la venta y el procesamiento de la carne de cerdo.
Hablo del gadareno.
Afortunadamente, en aquella época Jesus ya andaba por esos lares. Su Ministerio de liberación lo había llevado a diferentes lugares en donde sanaba y liberaba de demonios a aquellos que eran afectados por el infierno. Y ahora necesitaba ir a Gadara. Los discípulos no saben a que se enfrentarán muy pronto. Jesus solo les ordenó que tomaran su barca y navegaran en el lago para pasar al otro lado, a la ciudad de Gadara. Una tormenta se levanta en el trayecto que según los teólogos, era Satanas tratando de impedir que Jesus llegara a su destino.
Pero Jesus, con su poder Divino, reprende la tormenta y al día siguiente, de madrugada llegan a la playa de Gadara. Allí empieza la historia del hombre atormentado. Y allí empieza a fraguarse uno de los ministerios evangelisticos más impactantes de la vida de Jesus y sus discípulos.
Lo interesante de toda esta historia quizá, para mí, no fue tanto la liberación del hombre. Tampoco la situación que vivieron los habitantes de la ciudad cuando le pidieron a Jesus que se fuera de su lugar porque les estaba arruinando su industria de jamones y chorizos. A pesar que conocían a la víctima de los demonios, lo que ellos protegieron no fue a sus habitantes sino sus puercos. Así es la vida en muchos lugares.
Lo que me impresiona y me atrapa apasionadamente, es cuando Jesus no le dice al exendemoniado, después de haber sido liberado, cuando éste le pide que le permita irse con él, con Jesus, lo que le diríamos nosotros.
Hay eslóganes que se han vuelto manuales en muchas congregaciones. Después de predicar un mensaje por radio o TV, lo primero que le dicen a la gente es: “Congréguese con nosotros,
Venga a nuestra iglesia. Le invitamos a formar parte de nuestra familia. Lo esperamos el próximo domingo. Aqui le regalaremos una biblia y un separador. Lo invitaremos a tomar un café con pan” y muchos otros artilugios o sofismas para atraer más gente a los edificios evangélicos.
Pero no Jesus. Jesus no le dijo: “está bien, vente conmigo. Vamos a la sinagoga. Vente a congregarte conmigo y mis amigos. Únete a mi grupo de pastores. Ven a estudiar teología a mi instituto. No le dijo nada de eso. Jesus es diferente a nosotros. A él no le interesa tanto que la gente se congregue en edificios hechos de manos humanas. Ese ha sido el fracaso de la Iglesia contemporánea. Por supuesto, no estoy negando la necesidad de congregarse, pero estoy dando énfasis a lo que le dijo Jesus a aquel hombre:
“Vuelve a tu casa. Anda a tu familia y que vean lo que Dios ha hecho en tu vida. Anda y enseña tu cambio. Vete a tu casa y que tu esposa y tus hijos vean de lo que Dios es capaz de hacer con un hombre como lo eras tú. Anda y habla de mi a tu familia. Después de haber hecho eso, nos vemos en la sinagoga”.
Y es que Jesus es Jesus…
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