ADULAM


1 Sam. 22:1  1 Samuel 22:1-2  “David se fue de allí y se refugió en la cueva de Adulam. Cuando sus hermanos y toda la casa de su padre lo supieron, descendieron a él allá. Todo el que estaba en apuros, todo el que estaba endeudado y todo el que estaba descontento se unió a él, y él vino a ser jefe sobre ellos. Y había con él unos cuatrocientos hombres”


Cansado, agotado, con la fe por los suelos.  Todo su mundo estaba hecho añicos. Sus esperanzas de una vida tranquila como la que tenía allá en Belén se habían esfumado. Solo y sin amigos, este matador de gigantes ahora se siente el ser más vulnerable de la tierra. 


No tiene fuerzas ya para seguir luchando. Necesita aislarse para encontrarle sentido a su vida. Necesita un descanso de todas sus vicisitudes con que la vida le ha sorprendido. La visita de Samuel hacía unos años le ha causado, sin saberlo, que tenga que pasar por momentos críticos al haberlo ungido como el escogido por Dios.


No sabe aún para qué le ungió Samuel. Solo recuerda aquella mañana en que estaba con su vida hecha cuidando el aprisco de su padre Isaí, alejado de todo y de todos.  Sus momentos de intimidad con su Dios cuando le cantaba con libertad, tocando su lira y entonando cánticos que nunca se habían entonado ni escrito.


Aquel niño de unos pocos años estaba aislado, viendo las estrellas del cielo cuando las noches se lo permitían, y durante el día, guardando los rebaños y él protegiéndose de los rayos del sol bajo los árboles que eran su refugio. Solo él, su música, su Dios y su soledad.


Luego vino la orden de su padre al pedirle que fuera a ver a sus hermanos a la batalla. Lo primero que se encontró en aquel momento fue el desprecio de su hermano mayor. Él no tenía ninguna intención de vigilar nada. Solo estaba cumpliendo un pedido.  Pero la vida da vueltas. Como la suya que me lee. De pronto se encuentra en un matrimonio que casi no funciona. Un cónyuge que no le comprende. Unos hijos que demandan más de lo que usted imaginó. Usted quería disfrutar de su trabajo como soltero o soltera, disfrutar su dinero y vivir holgadamente. Pero la vida le jugó una pasada que usted no esperaba y de pronto se encontró frente a un altar haciendo votos de fidelidad, o con un bebé en su vientre y todo su futuro se despedazó ante sus propios ojos.


Y, como David, tiene que huir de ese destino que no esperaba. Como Edipo, el rey de la mitología, cruza los caminos de su vida esperando encontrarle sentido a su existencia, una existencia que ahora se antoja llena de problemas, desafíos y retos que a veces parecen insalvables. 


Y se esconde en una cueva. En un cueva de soledad, de aislamiento, de individualidad. Usted, como David, no quiere compañía de nadie porque necesita estar solo. Necesita hacer un inventario de lo que ha pasado. De hacer una revisión de cuánta culpa tuvo usted en todo lo que está viviendo o en qué culparon aquellos que debieron amarle. 


Usted, como David, se esconde de los que le rodean. Porque para usted ahora parece que todos son amenazas. Que su vida está a punto de colapsar y no tiene a donde ir más que a Adulam, una cueva que le protege de todo y de todos. 


Pero aún allí, David no logra aislarse. Y es que el ser humano fue hecho por Dios para interactuar con otros humanos. Como las manadas de los monos y los simios, necesitamos de los demás para preservar la vida. Necesitamos que alguien nos ayude a sobrellevar nuestras cargas y errores. Necesitamos de otros que nos ayuden a desarrollar los dones y regalos que Dios nos ha dado. 


De pronto, sin darse cuenta, a la cueva empiezan a llegar primero sus hermanos, sus primos  y toda su familia. Cuando supieron que David estaba escondido en esa cueva de Adulam, se hicieron uno con él y fueron a reunirse con el ungido del Señor.  Al poco tiempo, un desfile de hombres y mujeres empezaron a llenar su espacio. La tranquilidad de la que David disfrutó por un tiempo, se acaba de esfumar cuando un montón de endeudados, decaídos, fracasados, enfermos del alma, pobres, necesitados de un líder que les guíe a un futuro mejor llenan su espacio.


Saben que el hombre que está escondido en esa cueva no es un fracasado.  Que tiene mucho que enseñarles. Que en su interior hierve sangre de valientes, sangre de vencedores, que en su interior hay un grito de victoria que ellos necesitan escuchar. Ellos saben que ese hombre que hoy parece vencido, es un vencedor y que él les puede transmitir su valor, su carácter y su gallardía.


Y no se equivocaron.  David se enfrentó a la vida y empezó a enseñar a usar la espada, a utilizar la honda, el escudo y los trucos para vencer al enemigo. De allí salió el hermoso ejército de valientes cuando ya fue entronizado en el reinado de Israel.


Y usted también. De su cueva pueden salir otros vencedores. Porque a usted que se ha escondido en su Adulam, le buscarán aquellos que también lloran, que sufren desprecios y caídas para que usted les enseñe como superar esos dolores y de allí saldrán hermosos ejemplos de virtud, valor y gallardía que honrarán el Nombre de nuestro Dios. 


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